Publica ABC una buena columna de Juan Carlos Girauta sobre la demencia catalanista actual que conviene reflejar aquí
La señora Sánchez Camacho ha puesto al PP a «decidir» en
Cataluña, logro que, con derecho, airea para consternación de
nacionalistas cojos de diputados. Tanto les ha dolido pasar públicamente por el tubo en la aprobación de presupuestos y otras leyes (un tubo
moderador de cánones, tasas y cargos), que se les ha quedado mal cuerpo y
tienen que compensar la vergonzosa coyunda con una echada al monte para
calmar a las fieras. No es difícil advertir la coincidencia de PP y CiU
en las materias principales que se van ventilando en el Congreso
(sistema financiero, relaciones laborales), y a nadie extraña ni
escandaliza que los hombres de Duran las apoyen; pero a la viceversa,
nanay.
En Cataluña se trataba básicamente de apuntalar la
austeridad y desmantelar la burocracia. ¿Cómo no iba a facilitarlo doña
Alicia? ¿Y cómo negarle el derecho a capitalizar su postura? Querría el
señor Mas que ella actuara y callara. Claro. Previamente los suyos —y
los que no lo son— han procedido a la sistemática demonización de su
actual muleta, el PP, enemigo común que cohesiona, muñeco local del pim
pam pum, chivo expiatorio, nasty party. Sin la abstención de la lideresa
del PPC en los presupuestos, al gobierno catalán sólo le quedaba
disolver el Parlament y convocar elecciones anticipadas. Valerse de
Satanás no resulta muy popular, especialmente cuando primero le has
conferido tal identidad, y hasta has acudido al notario para marcar
distancias, en encarnizada competencia con la valiente muchachada del
Tinell, que quiso echar del sistema a un partido de ochocientos mil
militantes. Recuerdan a aquel cañoncito chinorro que nos apunta desde
tierras portuguesas, amenazando: «¡Tiembla, España!»
Forzado a subsanar los efectos españolizantes del
indeseable (pero salvífico) abrazo al enemigo, buscó don Artur una
machada ruidosa que alegrara los oídos de sus soberanistas, entiéndase
separatistas con corbata. Algo duro, que desviara la atención, capaz de
devolver a cada cual a su lugar en el imaginario. Y fuese con unas declaraciones a Le Monde que son un «collage» de Tàpies, «arte povera»,
adhiriendo un recorte la guerra de sucesión para que pareciera de
secesión, estampando un par de palabras fetiche (transición nacional),
esbozando una taxonomía delirante. Como esta:
Sostiene el estadista que «más de la mitad de los
catalanes tienen origen español o extraespañol» (extranjero). El
elíptico grupo que resta lo constituirán pues —no hay modo de escapar a
la conclusión— los catalanes de origen catalán. Síganme: en la mente del
señor Mas, el origen catalán y el origen español son excluyentes, ergo
eres catalán o eres español, ergo Cataluña no es España. Qué disgusto.
Subyace una lectura histórica que complacería —ah, paradojas— a la
historiografía «visigótica»: España como Castilla. Más que inquietud,
todo esto ha despertado en Madrid una discreta sonrisa. Debe de ser
desconcertante que tus amenazas de referéndum causen el mismo efecto que
una canción de Georgie Dann.
En fin, el «president» no necesita exégesis porque se le
entiende todo, y en modo alguno requiere deconstrucción. Estamos ante
una quimera sin cola, sólo león y cabra. Estamos ante dos piezas
ensambladas, y no hay más: mitad radical incendiario, mitad responsable
gestor de los decrecientes recursos públicos. De ahí su éxito. Las dos
utilidades del producto Artur Mas parecen contradictorias, pero no lo
son. Lo difícil es que se te ocurra la mezcla, un mérito de Jordi Pujol,
de quien sólo queda la pieza exaltada desde que dejó el poder. El
chollo es extrapolable; no sé, que las chicas te consideren James Dean
en «Rebelde sin causa» mientras sus madres te toman por Martin Sheen en
«El ala oeste de la Casa Blanca»
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