sábado, 19 de marzo de 2016

PODEMOS Y LA ESTRATEGIA DEL 36: LA TENTACIÓN POPULISTA

Se intenta reeditar un Frente Popular, auspiciado por algunos poderes mediáticos, con el único objetivo de "sacar a la derecha del poder"

Ernesto Laclau lo define en su libro 'La razón populista', esa biblia de obligada lectura como manual de pensamiento propagandístico que todo dirigente de Podemos tiene por norma consultar a menudo. En sus páginas, se defiende la necesidad de usar todos los recursos discursivos posibles para construir definiciones (como la de pueblo, gente, casta, cambio, mayoría, etc.) que sirvan para colocar en la mente del receptor una realidad natural y no debatible, para más tarde utilizar una terminología figurativa que exceda de dicha realidad cuando esta ya no convenga ni obedezca a los fines propuestos. Es una manera de alcanzar lo que él denomina hegemonía, esto es, cuando de lo particular se llega a una conceptualización universal, abrazada y replicada por sus componentes.

Consciente de que el lenguaje es el principal aliado en la deconstrucción de la democracia, Laclau alecciona en sus páginas sobre la imperiosa obligatoriedad de nombrar lo innombrable, constituyendo un bloqueo del lenguaje que hace que todos pensemos en sus dogmas, hablemos desde sus marcos mentales o incluso entremos a debatir en su campo de programa y acción políticos. Sustituir lo figurativo por lo literal, la catacresis, término de la época clásica que ya explicaba y defendía Cicerón. En ese periodo estamos ahora.

Solo que ahora lo complementan con una repetición de lugares comunes, falacias y gestos catódicos que confunden al ciudadano, engañan a mentes indignadas con lo viejo sin pensar en las consecuencias de lo nuevo y posibilitan la conquista de cualquier forma de gobierno que no comulgue con su espíritu de revolución jerárquica y piramidal.

Es la confirmación de que un programa de vísceras puede funcionar como antesala de un futuro Gobierno de propuestas sin medida ni razón

De ahí que no extrañe su coherencia cuando solicitan controlar, en ese "Gobierno de progreso" que Pedro Sánchez se niega siquiera a considerar, el Ministerio de la Policía (Interior), del Ejército (Defensa) y las telecomunicaciones (CNI, BOE, RTVE, etc.). El autoproclamado 'Gobierno de la gente' rechaza encargarse de aquellos departamentos propios de la inquietud y preocupación ciudadana (Sanidad, Educación, Asuntos Sociales). Tampoco extraña que vendan como normal que la mayoría social quiere que gobierne la izquierda cuando los resultados del 20­D no dicen eso. La verdad en política sustituida por lo verosímil. Asaltar conciencias y establecerse en ellas es el paso previo al asalto al poder. De ahí a la discrepancia, antesala de la división interna, hay un paso. Lo estamos viendo, filmado en redes y en 'prime time' catódico, el espacio favorito de Podemos.

Porque el populismo, como ya he escrito en numerosas ocasiones, no entiende de fronteras ni etapas.

Tampoco de ideologías ni partidos, pues constituye como única fuente de conocimiento la de instaurar un sistema de representación basado en el consumo de emociones colectivas y orgullo individual. El populismo carece de toda referencia unitaria, pues se basa en una lógica social compuesta de diferentes fenómenos. Es, simplemente, un modo de construir lo político. Así, el edificio intelectual en el que la tribu de Iglesias, Errejón y Monedero basan sus creencias es, por tanto, irrelevante. Lo que importa es la conformación de ámbitos de descontento, la inquebrantable unidad frente al enemigo común y la salida salvífica que vendrá de la mano de los hacedores de la nueva patria igualitaria.

Representan la vuelta al binomio bueno­malo de toda la vida, la contrainstauración de nuevos axiomas que no hacen sino replicar lo que en otros lugares ya ha funcionado. El laboratorio fue Latinoamérica, el campo de experimentación, Europa del sur. Es la confirmación de que un programa de vísceras puede funcionar como antesala de un futuro Gobierno de propuestas sin medida ni razón. Así ha sucedido en Alemania con el ascenso (triunfo para muchos) de la extrema derecha. Los refugiados fueron allí la excusa para movilizar a un electorado preocupado por la avalancha social externa. Los castigados (por la crisis) son aquí el ariete que la
extrema izquierda usa para justificar su 'show' parlamentario constante. Dos rostros para una misma alarma.

Las primeras semanas en el Congreso han bastado para observar que la parafernalia obedece a dos tácticas perfectamente planificadas y llevadas a cabo Ahora, al igual que pasó en la previa de la contienda bélica, se intenta reeditar un Frente Popular, auspiciado por algunos poderes mediáticos, con el único objetivo de "sacar a la derecha del poder". Si cualquier interesado en la Historia consultara el diario de sesiones de aquellos años que van desde el inicio de siglo hasta la contienda fratricida, se encontraría con declaraciones de ilustres próceres de la izquierda que, en el intento de resituar su odio enfermizo a cualquier elemento conservador en el Congreso, se aventuraban con estas perlas dialécticas:

" (...) estaremos en la legalidad mientras la legalidad nos permita adquirir lo que necesitamos; fuera de la legalidad cuando ella no nos permita realizar nuestras aspiraciones. (…) Tal ha sido la indignación producida por la política del Gobierno presidido por el Sr. Maura, que los elementos proletarios (…) hemos llegado al extremo de considerar que antes que Su Señoría suba al poder debemos llegar al atentado personal”. (Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados, el 7 de julio de 1910)

La lógica histórica aconseja soluciones más drásticas. Si el estado de alarma no puede someter a las derechas, venga, cuanto antes, la dictadura del Frente Popular. Dictadura por dictadura, la de izquierdas. ¿No quiere el Gobierno? Pues sustitúyale por un Gobierno dictatorial de izquierdas… ¿No quiere la paz civil? Pues sea la guerra civil a fondo. Todo menos el retorno de las derechas”. (Largo Caballero al diario socialista 'Claridad' el 16 de julio de 1936)

En algunos casos, la advertencia se convertía en amenaza real, como ilustra la siguiente noticia de 'El Siglo Futuro', que no deja en muy buen lugar al entonces ministro socialista Indalecio Prieto: 

Esto siempre lo han negado los apóstoles del cambio a la fuerza. Cuando en diferentes platós de televisión se repiten mantras como "la gente ya tiene a su partido en el Congreso", "hay que desalojar a la derecha del poder" o "los demócratas creemos que..." y no hay réplica ni argumentación solvente por la contraparte, es que han entendido a la perfección que la historia se repite si los actores replican guiones y patrones establecidos de conducta y verbo.

Acostumbrados al foco mediático, las primeras semanas en el Congreso han bastado para observar que la parafernalia montada obedece a dos tácticas perfectamente planificadas y llevadas a cabo. Hacer de una excepción la normalidad a la que nos debemos acostumbrar, tanto en comportamientos (formas) como en lenguaje (fondo). Y obligar al resto a visualizar un paisaje que será imborrable en el futuro, y solo admitirán ciertas pinceladas y retoques bajo su tutela ética y factual.

Se verá como lógico lo que cualquier observador imparcial externo vería como aberrante. Se dirá que es razonable lo que todo pensador llamaría irracional en método y aplicación. Se dirá que es normal hacer lo que la propia naturaleza humana y política no considera como tal. Hoy, en España, estas formas neopolíticas quieren cogobernar representando a solo un 25% del total de la población. Es la política del 36. Es la razón populista.


El método infalible para tener hoy éxito en la política, en las tertulias y en Twitter

Un filósofo señala que la sociedad contemporánea es cada vez más homogénea, los mensajes más simples y las conversaciones casi inexistentes. Pero hay un motivo

La tesis es bien conocida: hemos pasado de un entorno en el que los viejos medios de masas, como la radio y la televisión, eran las fuentes principales de referencia, y por lo tanto condicionaban de un modo evidente la forma de pensar de los individuos, a otro escenario mucho más descentralizado, en que los receptores pueden ser también emisores, y donde la capacidad de influencia es bidireccional. En especial, internet y las redes sociales parecían ser el remedio para evitar la homogeneidad de pensamiento, abriendo nuevas alternativas para recibir información y opiniones diferentes. Pero no es así, afirma el filósofo holandés André Nusselder, en el estudio 'Twitter and the personalization of politics' porque la multiplicidad de mensajes no sólo no termina de ser real, sino que estos van cada vez más en direcciones similares.

En un contexto en que se desconfía de las autoridades, y mucho más de las que detentan cargos públicos, en el que la relación de confianza entre la población civil y el gobierno mengua, y en el que los medios son mucho más numerosos y tienen una mayor capacidad de llegada, la política pretende granjearse las simpatías de la gente a través de mensajes simples y directos, emocionales, sin desvíos, digresiones o complicaciones intelectuales. La forma breve y contundente se impone, también como forma de construcción de una imagen, la del líder, que se transmita con facilidad y que genere empatía. El problema, señala el investigador, es que los ciudadanos replican ese modelo en sus comunicaciones virtuales, a menudo limitadas a pocos caracteres,  y con un objetivo similar, el de hacerse visibles o, en sus palabras, de “personalizarse”.

“Dar a la gente lo que quiere” significa emitir los mensajes que se cree que van a ser bien encajados por el receptor o, al menos, que no le van a molestar Pero no sólo se trata de la forma, sino que también recogen los contenidos. Este deseo de participación con marca propia en el espacio público, concluye Nusselder, provoca que los mensajes sean mucho más homogéneos. El usuario de las redes, el político, el tertuliano y el comunicador se formulan siempre la misma pregunta: ¿qué puedo decir que genere interés en los demás? ¿Qué ideas puedo transmitir para que sean aceptadas? Personalizar nuestro discurso tiene que ver con saber a quiénes nos dirigimos y con pensar en cómo agradarles. En la comunicación, al igual que en la política, esta idea es formulada como “dar a la gente lo que quiere”, emitiendo los mensajes que se entiende que van a ser bien encajados por el receptor o, al menos, que no le van a molestar.

Los grupitos
Pero Nusselder dice que esto también se hace a nivel individual. Las redes son fundamentalmente grupales, y el nivel de circulación de los mensajes está relacionado con el encaje en las tribus, en los nichos o en los grupos de amistad o de interés con los que se tiene relación. En la medida en que es la representación la que nos constituye, y en que el nivel de aceptación de nuestros mensajes es lo que genera una personalidad reconocida, la mayoría de los emisores tratan de ganarse un espacio propio a partir de la coincidencia con esos otros que están ahí fuera y que sabemos qué tipo de ideas valoran.

La manera más rápida de hacerse un nombre consiste en ser atrevido contando las ideas que se sabe que un grupo determinado recibirá bien Esta es la razón principal de que las ideas transmitidas sean mucho más monolíticas. El nivel de producción cotidiano de informaciones, mensajes y tuits es enorme, pero habitualmente aquellos que coinciden con los receptores más activistas son los que terminan resultando más visibles, por lo que, aventura Nusselder, decidimos invertir en nuestra imagen y alimentar nuestro narcisismo contando lo que se sabe que va a ser bien acogido.

El giro de las tertulias
Este marco conceptual es también el que triunfa en los medios de comunicación. En la medida en que se sabe que una idea o una reflexión tiene público esperando, se expresa de la manera más rotunda posible. El giro de las tertulias (las políticas, pero no sólo) hacia un maremágnum de gente interrumpiéndose por decir la frase más llamativa, o la más feroz, o la más contundente, tiene que ver con esta retroalimentación entre los forofos y el portavoz. La manera más rápida de hacerse un nombre, sea en los grandes medios o en el espacio virtual, consiste en ser atrevido contando las ideas que se sabe que un grupo determinado recibirá bien. Por eso cada vez más el suelo público circula por canales que nunca se comunican, salvo para insultarse.

Cuanto más irriten tus tesis, más probable será que provoques reacciones airadas y más saldrán los tuyos a defenderte. Eso es lo que te da el éxito Pero este juego tiene una versión añadida, que suele ser también la más rentable, porque hoy los detractores son tan importantes o más que los seguidores. Lo saben los tertulianos: nada como defender tus posiciones en territorio hostil para ganar capital relacional. Cuanto más irriten tus tesis, más probable será que provoques reacciones airadas y más saldrán los tuyos a defenderte. La manera de ganar audiencia es conseguir ser atacado, en lanzar ideas que molesten a unos y activen a otros. Trump lo sabe, pero un par de tertulianos de 'La Sexta Noche' también. La insistencia en provocar animadversión es rentable, porque se les odia o se les ama y eso, siguiendo los términos de Nusselder, personaliza.


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