domingo, 9 de febrero de 2014

HISTORIA DE UN DESPROPÓSITO

Esta semana que empieza el ex Presidente de la Comunidad de Madrid, el socialista Joaquín Leguina, publica su libro "Historia de un Despropósito" en el que hace un buen repaso de la desastrosa gestión del infausto Presidente Rodríguez Zapatero. Reproduzco aquí un artículo de El Mundo que recoge unos extractos del citado libro.

Cinco maldades de los míos, por Leguina

En el libro Leguina ajusta cuentas con ZP y cía.: el «gurú» que le convenció de que la crisis duraría meses... O cómo se improvisó el «pelotazo» de colocar a Carme Chacón al frente de Defensa ....
Zapatero nunca tuvo empacho en sostener que lo que debían hacer los ministros era obedecer sus órdenes, aparte de facilitarle la vida al presidente. De esa premisa se derivaron consecuencias muy negativas, pues la calidad profesional y humana de los elegidos para muy altos cargos cayó en picado... Hubo nombramientos «sorprendentes» que transcurrido un tiempo se revelaron chuscos. De los criterios para nombrar ministros da cuenta una anécdota que me contó una persona muy próxima a uno de los protagonistas y que tuvo lugar en abril de 2008, en vísperas de un cambio de Gobierno.

Reunidos en torno a una mesa estaban Miguel Barroso, José Blanco y Javier de Paz cuando sonó el teléfono móvil de Blanco. Era el presidente del Gobierno. Después de hablar con él, Blanco volvió a la mesa e informó de que Zapatero estaba pergeñando un cambio de Gobierno, del que saldría el ministro de Defensa, José Antonio Alonso, y el presidente estaba pensando en poner al frente de aquel ministerio a una mujer.

«ZP opina que al ser la primera mujer ministra de Defensa será un pelotazo mediático, y está pensando en Elena Salgado», informó Blanco. «Si lo que quiere es dar un gran pelotazo mediático, lo que tiene que hacer es nombrar a mi mujer [Carme Chacón]. También es mujer, pero además es catalana y está embarazada. Eso sí que será un pelotazo», argumentó Barroso. Entonces Blanco, encantado con la idea, volvió a comunicarse con Zapatero... y de aquel profundo debate se derivó una muy conocida escena: la de una mujer joven con un «bombo» de ocho meses dando una orden militar: «Capitán, mande firmes».

Trinidad Jiménez. El 25 de mayo de 2003 se celebraron en toda España elecciones municipales. La ejecutiva federal impuso a Trinidad Jiménez, paradigma de los nuevos valores y esperanza blanca del renovado socialismo, como cabeza de lista a la alcaldía de Madrid. Antes, Simancas había encargado una encuesta para testar varios posibles aspirantes, entre ellos el de Javier Solana, además de Jiménez y dos más.

Los resultados, a los que tuve acceso, mostraban sin lugar a dudas que Solana estaba en las mejores condiciones para acceder a la alcaldía. Simancas se trasladó a Bruselas para ver a Solana y le ofreció la candidatura. Solana estuvo dispuesto a aceptarla, pero siempre que tuviera la bendición de Zapatero, para lo cual llamó a este. ZP le dijo que ya tenía él una candidata «imbatible». ¿Por qué no quiso Zapatero que encabezara la lista? Las hipótesis son dos, y ambas bastantes miserables: porque Solana era -en términos de Rodríguez Ibarra- del «antiguo testamento», o por temor a que el futuro alcalde pudiera hacerle sombra.

ZP. Un diputado del PP que, para más inri, ejercía entonces de látigo en el Congreso, me agarró por el hombro un día de 2005 en un pasillo del Congreso y me dijo: «El nuestro [Aznar] se volvió loco durante la segunda legislatura, pero el vuestro [Zapatero] estaba ya loco cuando lo elegisteis» [...].

No recuerdo de qué iba la cosa, pero critiqué alguna decisión del Gobierno y ZP tuvo la deferencia de tomar mi intervención en cuenta y me contestó con una pata de banco como la siguiente: «Leguina escribe muy buenas novelas... pero, la verdad, últimamente en cuestiones políticas no atina demasiado».

En otra ocasión le reproché que en los nombramientos no tuviera en cuenta «el mérito y la capacidad» de los promocionados. La respuesta -muy significativa- vino a ser la siguiente: «Cualquier militante puede aspirar a cualquier cargo interno y, por supuesto, mientras yo sea presidente del Gobierno, cualquier socialista podrá ser promocionado a cargos gubernamentales de alta responsabilidad».

La crisis. En 2008, como consecuencia de la crisis, la recaudación del Estado cayó en España un 5% del PIB, y por la misma causa el gasto estatal creció un 2%. En otras palabras: el agujero en las arcas públicas a causa de la crisis fue el 7% del PIB, pero como se venía de un superávit de, aproximadamente, el 3%, el déficit podía haberse colocado en torno al 4%. Pero algún gurú del Gobierno debió decirle a Zapatero: «Esta crisis solo va a durar algunos meses», así que el presidente siguió con sus regalos y otras operaciones keynesianas como el Plan E, generando un gasto adicional del 3,2%.

Como consecuencia de ese «optimismo», en poco más de un año se pasó del 3 % de superávit al 9 % de déficit... y en mayo de 2010 llegó Paco con la rebaja, Zapatero cayó del caballo y pegó un giro que dejó lo de san Pablo en el camino hacia Damasco en un juego de niños.

A partir de aquella epifanía primaveral comenzaron, en efecto, los recortes (perdón, las reformas). Habrá de reconocerse que, en tanto que mensajes tranquilizadores dirigidos a «los mercados», esas «reformas» no sirvieron para mucho respecto a lo que más importa: el crecimiento económico y el empleo. Lo ha ilustrado con gracia el analista Antón Costas: «Vaya usted a Fátima de rodillas y después pase por el banco a pedir un préstamo y verá lo poco que le impresiona su sacrificio al responsable de riesgos de ese banco». En fin, según se dijo, todo para «calmar a los mercados» y también para poder «mantener el Estado de Bienestar». Ya lo dibujó El Roto: «Para garantizar el futuro de las pensiones, hay que hacerlas coincidir con la fecha del fallecimiento».

El PSC. Subirse al carro del nacionalismo o simplemente contemporizar con los nacionalistas está resultando letal. Pero la trampa [del «derecho a decidir»] tiene su lógica. Reitero una cita de Juan Antonio Cordero: si se hiciera una encuesta preguntando a los entrevistados si desean «decidir» sobre cualesquiera aspectos de la vida colectiva, el porcentaje de síes estaría muy cerca del 100%. Nada más normal: la mayoría de los vascos, de los catalanes, de los ilicitanos o de los de Pucela, puestos en la tesitura de elegir entre querer o no querer «decidir», quieren «decidir». Pero ¿«decidir» sobre qué?

Por mucho que se empeñe uno, no puede decidir volar como los pájaros, porque existe la ley de la gravedad. Algo parecido les pasa a los nacionalistas vascos o catalanes, que no pueden «decidir» convertir en estados independientes a sus comunidades autónomas porque existe una ley llamada Constitución que los vascos y los catalanes (al igual que el resto de los españoles) decidieron aprobar, y lo decidieron masivamente. Si alguien convocara un referendo proponiendo que se vayan de España los gitanos (o los moros, o los bajitos, o los calvos... o los catalanes), esa consulta no sería democrática. ¿Por qué? Porque la segregación racial o cultural está prohibida por las leyes y en primer lugar por la Constitución.

Preguntado Mauricio Lucena, que es ahora diputado del PSC y portavoz del grupo en el Parlamento de Cataluña, por qué estando contra la secesión de Cataluña estaba a favor del «derecho a decidir»,contestó que él estaba a favor porque el 70 % de los catalanes lo estaba.

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