viernes, 14 de febrero de 2014

CRISTOBAL DE MONDRAGÓN, UN VASCO GUERRERO POR ESPAÑA

Aquel hombre de origen vasco, pero nacido en Medina del Campo en 1514, se gastó media vida, y más que media, una vida entera, setenta años luchando por España, despachando calvinistas y protestantes en los Países Bajos, donde su bravura y su bonhomía (se guardaba la sangre solo para el campo de batalla), su valor y su genio militar le valieran un gentil sobrenombre, El Coronel. 

Y lo fue, y antes soldado, alférez, capitán, maestre de campo, gobernador de villas conquistadas y reconquistadas. Experto en el vadeo de ríos y mares, fue también un militar que siempre supo de la importancia del espionaje y de los servicios secretos como una baza decisiva para obtener la victoria. Se llamaba Cristóbal de Mondragón y fue otro de los grandes héroes de nuestros Tercios.

En 1532, siendo un mozalbete de 18 años se alista en el ejército, bajo el reinado del emperador Carlos V y luego, con los años, demostraría su coraje en los campos de batalla de Italia, Túnez, Provenza, Alemania y Flandes.

Primeras heroicidades
Sus ejemplos de bravura empezaron pronto. Por ejemplo, en la batalla de Mühlberg, hoy en Brandeburgo, contra los luteranos de la Liga de Esmascalda. Allí andaban los germanos dándonos guerra por todas partes, y en estando acampados a orillas del Elba habían cortado todos los puentes lo que suponía un impedimento enorme para las tropas del Emperador.

Pero en estas que el tal Mondragón se echó la espada a la boca y con el agua al cuello y bajo un intenso fuego de moquete, acompañado de otros nueve de los nuestros consiguió recuperar varios pontones y así facilitar un paso para el ejército imperial, dirigido en persona por Carlos V y el Duque de Alba. Echado pie a tierra, y en vista del éxito, el Emperador nombró alférez ipso facto al bueno de Mondragón. Más adelante, nuestro volvería a demostrar que era un experto en operaciones anfibias, realizadas con el agua hasta la barba y los arcabuces sobre la cabeza.

Siempre luchando
Pero Cristóbal de Mondragón no iba a parar. En abril de 1559 fue nombrado gobernador de Damvillers en el Ducado de Luxemburgo y coronel de valones de los Tercios de España. Pronto empezaron los altercados de los protestantes en Flandes, liderados por Guillermo de Orange, y Mondragón tuvo que defender las villas de Lieja y Deventer, atacadas por los mendigos del mar, nombre con el que se conocía a los piratas holandeses. Empezada la Guerra de los Ochenta Años, en 1570, el Duque de Alba le encarga a Cristóbal de Mondragón la defensa de Amberes, Middelburg y Goes, en la provincia de Zelanda, donde una vez más Mondragón iba a tirar de coraje, sobredosis de agallas e imaginación para derrotar al enemigo.

Goes había sido sitiada por los calvinistas que habían cerrado las dos bocas del río Escalda. Mondragón y su jefe, Sancho Dávila, decidieron vadear el río en la bajamar a pesar de las fortísimas corrientes. Cristóbal de Mondragón, acompañado en la empresa por otros tres mil valientes, vadeó los quince kilómetros de mar con el agua remojándoles las barbas. Los siete mil holandeses que mantenían el sitio cayeron en brazos del espanto cuando vieron salir de las aguas a los nuestros con unas pintas salvajes y unas caras de matar que inspiraban terror. Cuentan las crónicas que los siete mil holandeses prefirieron poner pies en polvorosa. Era el 20 de octubre de 1572.

Nuestro coronel, sin embargo, no se da respiro. Nueve meses después recupera la cabeza del canal de la isla de Tholen, en 1575 contiene un levantamiento en Amberes y es nombrado Gobernador de Gante. Ese mismo año, recupera, tras otro espectacular vadeo, la isla de Schouwen. En 1576, tras nueve meses de sitio, rendía la ciudad de Zierikzee.

En 1578 tomaba Limburgo y el castillo de Dalhem. En junio, Maastricht fue tomada por las tropas de Alejandro Farnesio después de cuatro meses de asedio en los que tuvo una importante participación el coronel Mondragón.

En 1582 era nombrado maestre de campo del Tercio Viejo, que con el tiempo llevaría su nombre, Tercio de Mondragón. Los años siguientes, a pesar de su avanzada edad continúa guerreando con tanto coraje como éxito en tierras de Flandes. Casi octogenario, es nombrado capitán general y maestre de campo general del ejército de Flandes y siguen sus victorias como la conseguida ante las tropas de Mauricio de Nassau a orillas del río Lippe.

Por fin, en diciembre de 1595 Cristóbal de Mondragón se retiró al Castillo de Amberes, donde moría el 4 de enero de 1596, después de sesenta y cuatro años de heroico servicio en los Tercios.

Valor sin premio
A pesar del gran aprecio que le tenían sus esforzados camaradas de los Tercios, a pesar de la gran admiración que suscitó entre sus mandos, como Luis de Requesens, Alejandro Farnesio, el Duque de Alba y Juan de Austria, y el denuedo con el que luchó para sus reyes Carlos V y Felipe II, jamás consiguió que se le otorgara título de nobleza, ni consiguió tampoco (la envidia española, siempre presente) el hábito de ninguna orden militar (hasta se le inventaron antepasados judíos).

Pero en buena medida se le recuerda como uno de nuestros más bravos militares, de nuestros más peculiares héroes, en aquel tiempo en el que en España no se ponía el sol. P




ALONSO DE CONTRERAS, MILITAR E HISTORIADOR DE LOS TERCIOS

No solo se dejó el pellejo allende el Océano, sino que su espada luchó también con brío en el Mare Nostrum (entonces en buena parte en manos del Turco y de los berberiscos) y se fajó con coraje y con extremada gallardía en los terruños de Flandes.

Pero además, este peculiarísimo héroe contribuyó con otra peculiar empresa a la causa de la Monarquía, de España y de los Tercios, pues a él se debe una de las pocas autobiografías de soldados que formaron parte de aquella formidable milicia creada por los Austrias.

¿Nuestro hombre? Alonso de Guillén, más conocido en las industrias de las armas y las letras como Alonso de Contreras, a la sazón, militar, marino y corsario, y escritor.

El nombre de su libro es tan largo como largo es su ingenio: «Vida, nacimiento, padres y crianza del capitán Alonso de Contreras, natural de Madrid Caballero del Orden de San Juan, Comendador de una de sus encomiendas en Castilla», escrita por él mismo, y por subtítulo, «Discurso de mi vida desde que salí a servir al rey, de edad de catorce años, que fue el año de 1597, hasta el fin del año de 1630, por primero de octubre, que comencé esta relación».

El manuscrito original se encuentra hoy en día en la Biblioteca Nacional de España, y fue publicado por primera vez en 1900. Se cuenta que lo escribió por consejo de su buen amigo Lope de Vega.

Alonso nació en la villa de Madrid el 6 de enero de 1582 y llegó al ejército siendo un adolescente con apenas catorce huyendo de una fechoría: había escabellado a un compañero de colegio. Se ve que desde crío no le tembló el pulso. Y así sería su vida que a grandes rasgos ahora reseñamos.

Adolescente en los Tercios
Así que con poco más de catorce primaveras, en septiembre de 1597, ya estaba en Flandescon las tropas del Príncipe Cardenal, Alberto de Austria. No duró mucho en su primer destino, pues enemistado con sus superiores, acabó en Palermo, enrolado en la pequeña armada de Pedro de Toledo, que en aquellas aguas se dedicaba a hostigar a cuanto bajel musulmán se le pusiera a tiro.

Alonso fue algo más que un grumete intrépido, ya que en 1601 se le encargaba ya el mando de una fragata con la que merodeó por las islas griegas buscando otomanos a los que mandar a mejor vida. No le eran extraños en aquella época los líos de faldas que alternaba con sus querencias guerreras. En 1603, ya era alférez de infantería.

Tres años después se casaba con una viuda española. Y su genio volvió a llevarle por el mal camino, pues cuentan las crónicas que la mató cuando descubrió que le era infiel.

Vuelto a Madrid intenta hacer una buena carrera en la Corte. Pero no lo consigue y se retira
a una ermita en Moncayo, donde vivía como un ermitaño hasta que fue reclamado por la justicia como supuesto cabecilla de una rebelión morisca.

Fue considerado inocente, pero en Madrid tenía demasiados enemigos y marchó de nuevo para Flandes donde residió poco tiempo antes de volver al mar, de nuevo al Mediterráneo, con una recomendación de altura bajo el brazo para presentarse ante el Maestre de la Orden de Malta. Por el camino, fue confundido con un espía y acabó en la cárcel. Libre por fin, volvió a hacerse cargo de un barco, mientras seguía con sus pendencias y sus duelos.

Contras los piratas ingleses
Ya estaba en Flandes, ya estaba en América donde se las vio nada más y nada menos que contra el corsario Walter Raleigh, en aguas de Puerto Rico. En 1616, estaba de vuelta en el Mediterráneo dándoles lo suyo a los turcos que pusieron precio a su cabeza. Tiempo después, era nombrado gobernador de una ciudad Italia, L’Aquila, situada al noreste de Roma, donde se le encomendó poner orden, lo que hizo con su eficiencia habitual.

Entre unas y otras, y sin dejar nunca de dar la cara por Dios, por el Rey y por España, en 1630 se retiraba del ejercicio de la guerra. Moría en 1641, pero antes nos dejaba escrita esa autobiografía que nos acerca a la vida de los soldados y marinos españoles de aquella época en la que en España nunca se ponía el sol.

LA LIBERTAD SE LLAMA DIGNIDAD

La libertad se llama dignidad

ABC | Fernando García de Cortázar 14.02.2014

En el principio fue el miedo. En el principio fue el temor a que las propias convicciones no dispusieran de la popularidad que señalan los sondeos. En el principio fue el pánico a ir contra la corriente, el horror al deterioro de la propia imagen, el espanto de quien se queda a solas con sus ideas

Porque el liderazgo político de nuestros días no se basa en la ejemplaridad de la conducta, sino en la adaptación a las circunstancias. Lo más desdichado de este tiempo no es solo que nuestra sociedad haya perdido aquellos valores esenciales que explican el sistema nervioso de una cultura y el andamiaje ético de una civilización. Es más lamentable, en fin, haber bajado a un nivel en que el espesor del compromiso con la verdad se considere menos apreciable que la delgadez del relativismo. Es desolador que, tras haber destruido uno a uno los edificios en los que se inspiraba nuestra arquitectura cultural, haya quien quiera convertir lo que no es más que intemperie ética en el refugio ilusorio de una irresponsable libertad.

Los historiadores hemos percibido siempre la crisis de una civilización en la pérdida de una conciencia, en la erosión de una serie de certezas fundacionales en las que cobra significado el sentirse parte de una inmensa tradición y de un gran proyecto de vida en común. La ausencia de esa perspectiva, mucho más que las penalidades materiales, es lo que ha conducido a la destrucción de sociedades que dejaron de creer en ellas mismas porque empezaron por perder su fe en los principios sobre los que se habían constituido. La quiebra de los valores en los que se funda una comunidad afecta a la imprescindible integridad de una cultura, a la validez de una manera de entender el mundo, a la firmeza de un modo de ordenar una existencia colectiva.

Si una nación es la causa que defiende, si una sociedad es el espíritu que la inspira, si una civilización es la conciencia de su continuidad histórica, la gravedad de la crisis de España no se encuentra en los curables desequilibrios de nuestra economía, sino en el atroz vaciado de los principios que nos hicieron parte de un gran espacio al que llamamos Occidente. No podrá consolarnos de esta pérdida que también se sufra en otros países europeos, aunque en el nuestro la cosa empeore por la falta de resistencia ideológica, por el complejo de inferioridad, por la inaudita carencia de coraje cívico con el que se acepta la derrota sin haber dado la batalla. Y mucho más porque España es el único país occidental en el que se admiten reproches políticos y desplantes doctrinales de quienes, en los últimos cien años, han hecho pasar a Europa por las etapas más vergonzosas de las que guarda memoria la modernidad.

La norma que debe regular la interrupción del embarazo vuelve a presentarse como ese territorio de abundantes vicios privados y escasas virtudes públicas donde toma forma nuestra vida social. Los conflictos desatados por el proyecto son el escenario en el que se representa la triste envergadura de nuestras convicciones. En estas últimas jornadas, el llamado «tren de la libertad» ha realizado un corto viaje sentimental, un vociferante transporte de mercancías ideológicas, cuyo evidente estado de caducidad no les impide presentarse como alimento del progreso y tonificante de la democracia. De nuevo, las exhortaciones de este sector guardan los atributos esenciales de un acto de propaganda y descartan cualquier indicio de los recursos de una argumentación. Lo que cuenta es, como siempre en el mundo estético de nuestra izquierda, la puesta en escena: exhibir dos caminos que conducen al mismo corazón de las tinieblas.

El primero, que la defensa de la vida es una patética exageración del lenguaje, una inexactitud grandilocuente de reaccionarios, que confunden una simple acumulación de materia orgánica con un ser humano. El segundo, que sea cual sea la condición de lo que una mujer embarazada lleva en su seno, a ella solamente corresponde tomar la decisión de permitir que la gestación continúe o se interrumpa. Siempre fiel a ese melodramático estupor laicista que paraliza los órganos sensoriales de nuestra izquierda, quienes se manifiestan indican que la Iglesia trata una vez más de inculcar sus dogmas a los no creyentes, como si el aborto fuera un asunto que nace y muere en el cauce moral del catolicismo. Como si la defensa de ese proyecto existencial que es una vida ya concebida no tuviera más motivación que las convicciones religiosas.

No creo que haya espectáculo más doloroso que el de una sociedad que se plantea la cancelación de una vida como un acto de libertad. Dejemos ahora la ya penosa argumentación acerca de la calidad humana de lo que una madre lleva en su vientre. Consideremos que el único motivo que conduce a proponerse el aborto es, precisamente, que lo que nacerá será una persona, cuya existencia generadora de conflictos o incomodidades, cuya existencia inoportuna, cuya existencia sin valor quiere destruirse. Porque, de no estar prevista la llegada al mundo de una persona, ¿en qué consistiría la preocupación de esa madre que define como derecho la propiedad absoluta sobre su cuerpo y una aberrante soberanía sobre una vida que aún ha de existir? Si nacer es algo más que cumplir un trámite hospitalario, si vivir conscientemente es algo más que un hecho biológico, no podemos pensar que la concepción es un simple asunto de eficiencia reproductiva, sino el preámbulo fascinante y abrumador de la capacidad de crear una existencia humana.

La libertad es aquello que nos realiza, es aquello que nos da nuestra condición única entre todas las especies que viven en la Tierra. Proclamar que la interrupción de una vida no es un mero acto de voluntad, sino el acontecimiento en el que la libertad cobra toda su plenitud, solo puede emanar de ese trayecto ferroviario, de ese viaje al fondo de la noche que se ha emprendido en nombre de una falsa emancipación. Porque aquí no se trata ya de que una mujer exprese las condiciones dramáticas en que tantas veces puede darse un embarazo no deseado. Estamos ante la aniquilación moral de una sociedad, que considera que las cuestiones llamadas «de conciencia» y que se refieren a valores fundamentales pueden privatizarse hasta el punto de excluir cualquier atención del poder público, cualquier vigilancia sujeta al bien común, cualquier defensa de los derechos de todos. ¿Quedará la política para cuestiones menores, para asuntos administrativos, para temas de tertulia, mientras los aspectos esenciales que han definido la calidad superior de nuestra cultura son abandonados en el reducto autista de la conciencia individual?

Por creer lo contrario, quienes pensamos que en nuestra conducta deben ser preservados los derechos y no los privilegios, que nuestra legalidad no puede dar por bueno lo que repugna a nuestra moral, hemos sido agasajados con la munición habitual de nuestra izquierda. Por si nos sirve de consuelo en este trance difícil, en el que debemos oponer la envergadura de las convicciones a los índices de popularidad, no estará de más recordar lo que un siempre lúcido y ya viejo Chesterton dijo a quienes le trataban de reaccionario: 

«Aprendí lo que era la libertad cuando pude darle el nombre de dignidad».

Fernando García de Cortázar, director de la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad.

martes, 11 de febrero de 2014

DE COMO GALICIA SE CONVIRTIÓ EN POBRE MIENTRAS CATALUÑA SE HIZO RICA

Por descubrir algunas verdades ocultas de forma intencionada, este artículo de Luis Ventoso en ABC merecería ser distribuido como lectura obligatoria en las escuelas de esta país, porque esto es historia real, no inventada, estos son los privilegios de Cataluña frente al resto de los españoles, esta es parte de la historia sobre cómo Cataluña creció a costa del resto de España.


La memoria es corta. Tendemos a interpretar el pasado filtrándolo por el tamiz de lo que vemos en el tiempo presente. Si en una charla de cafetería preguntásemos cuál de estas dos regiones, Cataluña o Galicia, contaba con más población en el siglo XVIII, indudablemente la mayoría de los parroquianos nos dirían que Cataluña, pues hoy la comunidad mediterránea aventaja a la atlántica en 4,8 millones de habitantes. Sin embargo, lo cierto es que en 1787 Galicia tenía más población que Cataluña: 1,3 millones de gallegos frente a 802.000 catalanes. Los saludables datos demográficos del confín finisterrano eran además un síntoma de pujanza. En el siglo XVIII algunos pensadores ilustrados presentaban a Galicia ante otros pueblos de España como un ejemplo de sociedad bien articulada económicamente.

Bendecida por un clima templado y con generosos dones naturales, ya bien conocidos desde los romanos, buenos amigos de su oro y su godello, entre 1591 y 1752 se estima que Galicia duplicó su población. Su éxito se basaba en una agricultura autosuficiente, que recibió un empujón formidable con la perfecta y temprana aclimatación del maíz a los valles atlánticos. Pero había más. Una primaria industria popular, cuyo mejor ejemplo era el lino. Y también, claro, los recursos de las salazones de pescado, donde tanto ayudaron empresarios catalanes; la minería, las exportaciones ganaderas, el comercio de sus puertos… Todo ese edificio gallego, tan perfectamente ensamblado durante siglos y triunfal en el XVIII, entrará en crisis súbitamente en el XIX y se vendrá abajo. Fue un colapso de naturaleza maltusiana (Galicia se torna incapaz de atender las necesidades que genera su bum demográfico) y da lugar a un éxodo de magnitudes trágicas: desde finales del siglo XVIII hasta los años 70 del siglo pasado se calcula que un millón y medio de personas huyeron de la miseria de Galicia. Buenos Aires fue durante largo tiempo la segunda ciudad con más gallegos y ese gentilicio todavía es allí sinónimo de español.

¿Por qué se hunde Galicia en el siglo XIX? Porque decisiones políticas externas voltean su modo de vida tradicional. La apuesta por la industria del algodón mediterránea, que será protegida con reiterados aranceles por parte del Gobierno de España, arruina la mayor empresa de Galicia, la del lino. Los nuevos impuestos del Estado liberal, que sustituyen a los eclesiásticos, obligan al campesinado a pagar en líquido, en vez de en especie, y lo acogotan. Aislado del milagro del ferrocarril, el Noroeste languidece, lejano, ajeno a los nuevos focos fabriles, establecidos en Cataluña, con su monopolio de la industria del algodón, y en el País Vasco, cuya siderurgia pasa a ser también protegida como empresa de interés nacional.

Stendhal ante el proteccionismo

El declive de Galicia en el XIX coincide con el espectacular ascenso de Cataluña, debido al ingenio y laboriosidad de su empresariado y a su condición de puerta con Francia. Pero hubo algo más. En su Diario de un Turista, de 1839, Stendhal, el maestro de la novela realista, recoge con la perspicacia propia de su talento sus impresiones tras un viaje de Perpiñán a Barcelona: «Los catalanes quieren leyes justas –anota–, a excepción de la ley de aduana, que debe ser hecha a su medida. Quieren que cada español que necesite algodón pague cuatro francos la vara, por el hecho de que Cataluña está en el mundo. El español de Granada, de Málaga o de La Coruña no puede comprar paños de algodón ingleses, que son excelentes, y que cuestan un franco la vara». 

Stendhal, que amén de escritor era también un ducho conocedor de la administración napoleónica, para la que había trabajado, capta al instante la anomalía: el arancel proteccionista, implantado por los gobiernos de España en atención a la perpetua queja –y excelente diplomacia– catalana, ha convertido al resto de España en un mercado cautivo del textil catalán, cuando es notorio que es más caro y peor que el inglés. Un premio colosal, pues no había entonces industria más importante que la del algodón, que será pronto matriz de otras, como la química. Esa descompensación primigenia, el arancel, reescribe toda la historia económica de España. A partir de esa discriminación positiva inicial, que le permite arrancar con ventaja frente a las otras comunidades, pues España era un páramo industrial, Cataluña va acumulando más y más espaldarazos por parte del Estado. Aunque también hay que ensalzar el ímpetu y la capacidad de la burguesía catalana.

Cataluña, siempre lo primero

La primera línea férrea de España es la Barcelona-Mataró, en 1848. Galicia contará con su primer tren en 1885, ¡37 años después! 

La primera empresa de producción y distribución de fluido eléctrico a los consumidores se creó en Barcelona, en 1881, se llamaba, y es significativo, Sociedad Española de Electricidad. 

La primera ciudad española con alumbrado eléctrico fue Gerona, en 1886. La teoría del agravio a Cataluña no se sostiene. 

De hecho, el resto de España todavía aportará algo más: mano de obra masiva y barata para atender a la única industria que existía, la catalana (salvo el oasis de Vizcaya).

En el siglo XX llegaran más ventajas competitivas para Cataluña. En 1943, Franco establece por decreto que solo Barcelona y Valencia podrán realizar ferias de muestras internacionales. Ese monopolio durará 36 años. Fue abolido en 1979 y solo entonces podrá crear Madrid su feria, la hoy triunfal Ifema. 

Catalanas son las primeras autopistas que se construyen en España (Galicia completó su conexión con la Meseta en el 2001 y la unión con Asturias se culminó hace dos semanas). 

La fábrica de Seat, la única marca de coches española, se lleva a Barcelona

Otro hito son los Juegos Olímpicos del 92, un plató de eco universal, conseguido, concebido y sufragado como proyecto de Estado (o acaso cree alguien que aquello se logró y se costeó solo por obra y gracia del Ayuntamiento de Barcelona y el gracejo de Maragall). 

En los años noventa se completará la entrega a empresas catalanas del sector estratégico de la energía, un opíparo negocio inscrito en un marco regulado: 
  1. En 1994, el Gobierno de Felipe González vendió Enagás, monopolio de facto de la red de transporte de gas en España, a la gasera catalana, por un precio inferior en un 58% a su valor en libros
  2. Repsol, nuestra única petrolera, también pasará a manos catalanas
Los modelos de financiación autonómica se harán siempre a petición y atención de Cataluña

También es privilegiada en las inversiones de Fomento y se le permite aprobar un estatuto anticonstitucional que establece algo tan insólito como que la instancia inferior, Cataluña, fije obligaciones de gasto a la superior, España. 

Todas las capitales catalanas están conectadas por AVE en la primera década del siglo XXI, mientras que la línea a Galicia todavía no tiene fecha cierta y los próceres de CiU presionan que no se construya.

Retroceso con la libertad

Cuando llegan las libertades económicas y se evaporan los aranceles y los monopolios, España logra crear, contra todo pronóstico, la mayor multinacional textil del planeta, Inditex. Resulta harto revelador que la compañía nazca en La Coruña, en el confín atlántico, y no en la comunidad que durante un siglo largo disfrutó del monopolio del algodón y el textil. Lo mismo sucede con las ferias de muestras de Barcelona y Madrid.

En realidad la libertad económica, unida al ensimismamiento nacionalista, sienta mal a Cataluña, acostumbrada a competir apoyada en la muleta del Estado intervencionista. Según la serie histórica de desarrollo regional de Julio Alcaide para BBVA, en 1930 la primera comunidad en PIB por habitante era el País Vasco y la segunda, Cataluña; Galicia se perdía en el puesto quince. En el año 2000 Baleares era la primera; Madrid, la segunda; Navarra, la tercera, Cataluña caía al cuarto lugar; y el País Vasco, al sexto; por su parte Galicia recortaba varios puestos.

Las sorpresas del siglo XXI

El corolario de esta historia es que hoy Galicia coloca sus bonos y presenta unas cuentas saneadas, mientras que Cataluña vuelve a estar sostenida por el Estado, pues su deuda padece la calificación de bono basura y se ha quedado fuera de mercado.

Galicia ha vadeado el sarampión nacionalista (Fraga fue un disperso presidente regional, pues su gobernanza era un atolondrado ir de aquí para allá sin proyectos claros, pero tuvo una idea genialoide: ocupó el espacio del nacionalismo, creando un galleguismo sentimental e intrusivo, pero imbricado en España).

Los gallegos saben que si un café vale 1,20 euros en Tui y 90 céntimos al otro lado del río, en Valença do Minho (Portugal) es porque formar parte de España reporta un mayor nivel de vida, y asumen que ese plus es lo que hace viable a Galicia.

Por el contrario Cataluña, desconcertada al verse obligada a competir en el mercado abierto, desangradas sus arcas por la entelequia identitaria, se deja embaucar por los cantos de sirena de la independencia, inculcada sin descanso por el aparato de poder nacionalista, con técnicas de propaganda de trazas goebbelianas.

España es una buena idea. La libertad, también. Y a veces, como ahora, libertad y España son sinónimos.


domingo, 9 de febrero de 2014

HISTORIA DE UN DESPROPÓSITO

Esta semana que empieza el ex Presidente de la Comunidad de Madrid, el socialista Joaquín Leguina, publica su libro "Historia de un Despropósito" en el que hace un buen repaso de la desastrosa gestión del infausto Presidente Rodríguez Zapatero. Reproduzco aquí un artículo de El Mundo que recoge unos extractos del citado libro.

Cinco maldades de los míos, por Leguina

En el libro Leguina ajusta cuentas con ZP y cía.: el «gurú» que le convenció de que la crisis duraría meses... O cómo se improvisó el «pelotazo» de colocar a Carme Chacón al frente de Defensa ....
Zapatero nunca tuvo empacho en sostener que lo que debían hacer los ministros era obedecer sus órdenes, aparte de facilitarle la vida al presidente. De esa premisa se derivaron consecuencias muy negativas, pues la calidad profesional y humana de los elegidos para muy altos cargos cayó en picado... Hubo nombramientos «sorprendentes» que transcurrido un tiempo se revelaron chuscos. De los criterios para nombrar ministros da cuenta una anécdota que me contó una persona muy próxima a uno de los protagonistas y que tuvo lugar en abril de 2008, en vísperas de un cambio de Gobierno.

Reunidos en torno a una mesa estaban Miguel Barroso, José Blanco y Javier de Paz cuando sonó el teléfono móvil de Blanco. Era el presidente del Gobierno. Después de hablar con él, Blanco volvió a la mesa e informó de que Zapatero estaba pergeñando un cambio de Gobierno, del que saldría el ministro de Defensa, José Antonio Alonso, y el presidente estaba pensando en poner al frente de aquel ministerio a una mujer.

«ZP opina que al ser la primera mujer ministra de Defensa será un pelotazo mediático, y está pensando en Elena Salgado», informó Blanco. «Si lo que quiere es dar un gran pelotazo mediático, lo que tiene que hacer es nombrar a mi mujer [Carme Chacón]. También es mujer, pero además es catalana y está embarazada. Eso sí que será un pelotazo», argumentó Barroso. Entonces Blanco, encantado con la idea, volvió a comunicarse con Zapatero... y de aquel profundo debate se derivó una muy conocida escena: la de una mujer joven con un «bombo» de ocho meses dando una orden militar: «Capitán, mande firmes».

Trinidad Jiménez. El 25 de mayo de 2003 se celebraron en toda España elecciones municipales. La ejecutiva federal impuso a Trinidad Jiménez, paradigma de los nuevos valores y esperanza blanca del renovado socialismo, como cabeza de lista a la alcaldía de Madrid. Antes, Simancas había encargado una encuesta para testar varios posibles aspirantes, entre ellos el de Javier Solana, además de Jiménez y dos más.

Los resultados, a los que tuve acceso, mostraban sin lugar a dudas que Solana estaba en las mejores condiciones para acceder a la alcaldía. Simancas se trasladó a Bruselas para ver a Solana y le ofreció la candidatura. Solana estuvo dispuesto a aceptarla, pero siempre que tuviera la bendición de Zapatero, para lo cual llamó a este. ZP le dijo que ya tenía él una candidata «imbatible». ¿Por qué no quiso Zapatero que encabezara la lista? Las hipótesis son dos, y ambas bastantes miserables: porque Solana era -en términos de Rodríguez Ibarra- del «antiguo testamento», o por temor a que el futuro alcalde pudiera hacerle sombra.

ZP. Un diputado del PP que, para más inri, ejercía entonces de látigo en el Congreso, me agarró por el hombro un día de 2005 en un pasillo del Congreso y me dijo: «El nuestro [Aznar] se volvió loco durante la segunda legislatura, pero el vuestro [Zapatero] estaba ya loco cuando lo elegisteis» [...].

No recuerdo de qué iba la cosa, pero critiqué alguna decisión del Gobierno y ZP tuvo la deferencia de tomar mi intervención en cuenta y me contestó con una pata de banco como la siguiente: «Leguina escribe muy buenas novelas... pero, la verdad, últimamente en cuestiones políticas no atina demasiado».

En otra ocasión le reproché que en los nombramientos no tuviera en cuenta «el mérito y la capacidad» de los promocionados. La respuesta -muy significativa- vino a ser la siguiente: «Cualquier militante puede aspirar a cualquier cargo interno y, por supuesto, mientras yo sea presidente del Gobierno, cualquier socialista podrá ser promocionado a cargos gubernamentales de alta responsabilidad».

La crisis. En 2008, como consecuencia de la crisis, la recaudación del Estado cayó en España un 5% del PIB, y por la misma causa el gasto estatal creció un 2%. En otras palabras: el agujero en las arcas públicas a causa de la crisis fue el 7% del PIB, pero como se venía de un superávit de, aproximadamente, el 3%, el déficit podía haberse colocado en torno al 4%. Pero algún gurú del Gobierno debió decirle a Zapatero: «Esta crisis solo va a durar algunos meses», así que el presidente siguió con sus regalos y otras operaciones keynesianas como el Plan E, generando un gasto adicional del 3,2%.

Como consecuencia de ese «optimismo», en poco más de un año se pasó del 3 % de superávit al 9 % de déficit... y en mayo de 2010 llegó Paco con la rebaja, Zapatero cayó del caballo y pegó un giro que dejó lo de san Pablo en el camino hacia Damasco en un juego de niños.

A partir de aquella epifanía primaveral comenzaron, en efecto, los recortes (perdón, las reformas). Habrá de reconocerse que, en tanto que mensajes tranquilizadores dirigidos a «los mercados», esas «reformas» no sirvieron para mucho respecto a lo que más importa: el crecimiento económico y el empleo. Lo ha ilustrado con gracia el analista Antón Costas: «Vaya usted a Fátima de rodillas y después pase por el banco a pedir un préstamo y verá lo poco que le impresiona su sacrificio al responsable de riesgos de ese banco». En fin, según se dijo, todo para «calmar a los mercados» y también para poder «mantener el Estado de Bienestar». Ya lo dibujó El Roto: «Para garantizar el futuro de las pensiones, hay que hacerlas coincidir con la fecha del fallecimiento».

El PSC. Subirse al carro del nacionalismo o simplemente contemporizar con los nacionalistas está resultando letal. Pero la trampa [del «derecho a decidir»] tiene su lógica. Reitero una cita de Juan Antonio Cordero: si se hiciera una encuesta preguntando a los entrevistados si desean «decidir» sobre cualesquiera aspectos de la vida colectiva, el porcentaje de síes estaría muy cerca del 100%. Nada más normal: la mayoría de los vascos, de los catalanes, de los ilicitanos o de los de Pucela, puestos en la tesitura de elegir entre querer o no querer «decidir», quieren «decidir». Pero ¿«decidir» sobre qué?

Por mucho que se empeñe uno, no puede decidir volar como los pájaros, porque existe la ley de la gravedad. Algo parecido les pasa a los nacionalistas vascos o catalanes, que no pueden «decidir» convertir en estados independientes a sus comunidades autónomas porque existe una ley llamada Constitución que los vascos y los catalanes (al igual que el resto de los españoles) decidieron aprobar, y lo decidieron masivamente. Si alguien convocara un referendo proponiendo que se vayan de España los gitanos (o los moros, o los bajitos, o los calvos... o los catalanes), esa consulta no sería democrática. ¿Por qué? Porque la segregación racial o cultural está prohibida por las leyes y en primer lugar por la Constitución.

Preguntado Mauricio Lucena, que es ahora diputado del PSC y portavoz del grupo en el Parlamento de Cataluña, por qué estando contra la secesión de Cataluña estaba a favor del «derecho a decidir»,contestó que él estaba a favor porque el 70 % de los catalanes lo estaba.

miércoles, 5 de febrero de 2014

LA VIOLENCIA DE LA EXTREMA IZQUIERDA Y LA CLAUDICACIÓN DEL GOBIERNO

Los tribunales ayer nos sorprendieron con un auto en el que consideran que los escraches, lo que son claramente acosos y amenazas a políticos elegidos en las elecciones, son legales y una demostración de la conciencia política ciudadana y su participación activa en el sistema político. Dice hoy el diario El Mundo.es: Intimidación, no 'mecanismo de participación'

EL TRIBUNAL Superior de Justicia de Madrid (TSJM) rechazó ayer el recurso del fiscal contra el archivo de la causa abierta por el escrache que el pasado mes de abril se produjo ante el domicilio de la vicepresidenta del Gobierno. El fiscal consideraba que existieron delitos de amenazas, coacciones, manifestación ilícita, desórdenes y desobediencia a la autoridad por parte de las personas denunciadas. La querella, presentada por el marido de Sáenz de Santamaría, había sido archivada por un juez al considerar que los concentrados no atentaron contra la intimidad de la vicepresidenta y su familia, sino que se limitaron a ejercer su derecho a la libre expresión y manifestación. El TSJM ratifica las tesis del juez y va aún más allá al calificar el escrache como «un mecanismo ordinario de participación democrática de la sociedad civil y expresión del pluralismo de los ciudadanos»

El Tribunal sostiene que no hubo ni amenazas ni coacciones, dado que la finalidad perseguida no era «quebrantar la voluntad política» de la vicepresidenta, sino el «legítimo intento o deseo de influir en el criterio de otro». Aparte de que la diferencia que establecen los jueces entre ambos conceptos parece escolástica, es evidente que para influir en el criterio de un alto cargo existen muchas vías que no pasan por concentrarse ante su casa familiar con gritos y pancartas. Y que eso no puede considerarse más que como intimidación. Tampoco aprecia la sentencia que la finalidad perseguida por los concentrados fuera la de impedir que la familia de la vicepresidenta saliera de casa. Una conclusión ciertamente llamativa, porque si los manifestantes taponan la acera frente a una casa lanzando consignas parece evidente que están obstaculizando la salida del domicilio, lo cual aunque no sea un delito, sí es una falta de coacciones leve. Podría discutirse si los protagonistas del escrache incurrieron en un delito o en una falta. En este sentido, algunos juristas -como se reflejó en las páginas de este diario durante el tiempo que duraron estas concentraciones frente a las casas de dirigentes del PP- tienen muy claro que con el Código Penal en la mano los hostigamientos en los domicilios «son un delito de coacciones ejercida contra sujetos pasivos del delito o contra personas dependientes de él». Lo que nos parece a todas luces un exceso es que el Tribunal califique estas conductas como «mecanismo ordinario de participación democrática de la sociedad civil».


Los ciudadanos tienen a su alcance protestar contra el Gobierno con la dureza que quieran, pero en el ámbito que corresponde, que es el de la esfera pública. Los padres, maridos o hijos de los cargos políticos no tienen por qué ser intimidados en su vida cotidiana. Según la doctrina del Tribunal de Estrasburgo, el derecho del individuo a la intimidad en su domicilio no puede ser violado por ninguna «injerencia». Los miembros de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca podrían haber hecho uso de ese «mecanismo de participación democrática» delante del Palacio de La Moncloa o ante la sede del PP.

Conviene recordar como se encuentra España en este momento y la actitud de nuestra izquierda en casos como el del barrio Gamonal de Burgos.

Surge en consecuencia una pregunta ¿también se consentirían y autorizarían legalmente estos escraches si los protagonistas fueran de extrema derecha y las víctimas los políticos progres?

LA MECHA

DESDE que comenzó la crisis cierta izquierda radical alimenta la esperanza de una catarsis colectiva de índole prerrevolucionaria. El famoso «estallido social» se ha convertido en un mantra evocado con más voluntarismo que base real por quienes desean un colapso del sistema. Lo cierto es que la sociedad española se viene comportando con admirable madurez ante unas circunstancias de durísima adversidad que han extendido un lógico descontento. No se trata de mansedumbre ni de conformismo, sino de cordura; la gente sabe o intuye que lo último que necesita el país en medio de esta zozobra es la inestabilidad de un alboroto que sacuda las debilitadas estructuras del Estado.

Hasta ahora el malestar se ha expresado de forma razonablemente democrática. Hay desapego y protestas y muchos ciudadanos están esperando las urnas para propinar una bofetada a los políticos que les han decepcionado. Pero el número de movilizaciones violentas es mínimo y los incidentes los han causado extremistas que como no ven síntomas de ruptura intentan precipitarla echando gasolina –a menudo de manera literal– sobre los rescoldos de la queja. Entre miles de manifestaciones son muy pocas las que han acabado a gorrazos. Siempre a cuenta de exaltados grupos antisistema que buscan entre las barricadas el atajo para acaparar los telediarios.

La bronca de Burgos, imprevista por Interior y mal gestionada por el alcalde, sienta el peligroso precedente de otorgarles un triunfo a los incendiarios que ahora conocen la eficacia de su guerrilla urbana. La miopía municipal al negarse a negociar de entrada con un vecindario airado ha desembocado en un mensaje explícito para cualquier reivindicación ciudadana: la quema de contenedores y sucursales bancarias tiene más éxito que la reclamación civilizada. Los radicales se sienten victoriosos porque han acojonado a las autoridades, cuya torpeza les ha regalado un símbolo. El barrio de Gamonal tiene poca masa crítica para una deflagración social, pero la experiencia puede servir de mecha con la que prender hogueras de mayor escala.

En Burgos ha faltado cintura política para escuchar y replantear proyectos y plazos, y han sobrado testosterona, ardor guerrero y violencia oportunista. Aunque el desenlace provisional aporta cierta sensatez tardía, también envalentona a los nihilistas de pasamontaña y a los revolucionarios de salón que sueñan con el mito nostálgico del 68, con la revuelta en los bulevares y los adoquines levantados. Esa combustión artificial, escenográfica, no refleja la temperatura de la España actual, mucho más juiciosa y paciente, pero hay un izquierdismo de queroseno que ve cómo se le empieza a acabar el tiempo de que ardan las calles. Y va a tratar de impedir que a los treinta años de haber hecho una transición política ejemplar este país salga de una recesión descomunal con el mobiliario casi intacto.

IGNACIO CAMACHO en ABC


La palabra «democracia» está empezando a perder en España su sentido clásico para adaptarse al que los grupos antisistema están logrando imponer en la calle. «Pueblo» ya no es sinónimo de «electorado», que se expresa libremente en las urnas a fin de que prevalezca la voluntad mayoritaria con el debido respeto a las minorías; es un vocablo prostituido con el que una minoría ruidosa o violenta se arroga la representación de la ciudadanía en su conjunto. Se la arroga impunemente porque quien posee los medios para impedirlo se lo consiente. Veamos algunos ejemplos recientes del poder de estos izquierdistas enfurecidos y la cobardía de las instituciones:
  1. Lo sucedido en Burgos constituye una claudicación en toda regla ante la coacción del vandalismo (o de algo peor). 
  2. En Madrid ocurrió algo muy parecido en el contexto de la última huelga de limpieza, que vio cómo los piquetes convertían la capital en un auténtico vertedero. 
  3. Meses antes se había cancelado una sesión plenaria de la Cámara Baja, sede de la soberanía nacional, sin otra razón que el miedo ante la amenaza de la plataforma «Rodea el Congreso». 
  4. En Bilbao, tres cuartos de lo mismo. La Audiencia Nacional se rindió ante los portavoces del terror, consintiendo que se manifestaran en apoyo de sus pistoleros presos, mientras el PNV se sumaba a la marcha, según su líder, Ortuzar, para impedir que la capital vizcaína «fuese escenario de una batalla campal».

Todo se resume en esa metáfora magistral de Konrad Adenauer que recientemente recordaba Luis María Anson: «Un método infalible para apaciguar a un tigre es dejarse devorar por él».

La estrategia del apaciguamiento cobarde y claudicante se impone a todos los niveles y en múltiples planos. Los poderes democráticos, llamados a defender su legitimidad y nuestro voto con determinación inquebrantable, ceden a la primera de cambio ante la violencia callejera y otras presiones, tal vez menos visibles pero aún más inconfesables, que mueven intereses milmillonarios de los que antes o después muchos de ellos se benefician personalmente. Ceden ante las «mareas» secesionistas, otorgando privilegios fiscales como el del déficit a la carta para Cataluña, en un patético intento de contentar a quien ha hecho de la queja su razón de existir. Ceden también ante el hacha y la serpiente.

La moraleja que se deriva una vez más de lo acontecido en Burgos es inequívoca: si no ganas en la contienda electoral ni convences con tus razones, traslada tu lucha a la calle y asegúrate de quemar suficientes contenedores destrozando al mismo tiempo los escaparates adecuados. El mensaje que recibimos quienes cumplimos la ley y pagamos impuestos a tocateja, por injustos o abusivos que nos parezcan y por más que nos hubieran prometido reducir esa carga, es que somos víctimas de una siniestra tomadura de pelo.

Las reglas del juego democrático están cambiando a toda prisa ante la pasividad impotente de un Gobierno al que los españoles otorgaron una holgadísima mayoría absoluta en vano. El tigre tiene cada vez más apetito y afila las garras para saciarlo.


POR QUÉ LA BANDERA TRICOLOR REPUBLICANA "CONSTITUYÓ UN GRAN ERROR"

Bandera de Milicia Nacional de 1813
Por qué la bandera tricolor de la República «constituyó un grave error», según el general republicano Vicente Rojo, que afirmó en un artículo inédito que era sectaria y que dividía estúpidamente a los españoles.

En este país, al que algunos nos empeñamos en seguir llamando España, se produce un fenómeno tan significativo como sorprendente: un símbolo que debería ser común, la bandera de España, se ha convertido en bandería entre los que exhiben con orgullo la rojigualda (derechistas) y los que exhiben la tricolor republicana (izquierdistas).

España es un viejo país, pero a diferencia de todas las naciones (incluso las más modernas), las manifestaciones denominadas «progresistas» se hacen bajo las banderas de los partidos, de las Comunidades Autónomas (aunque algunas inventadas ayer mismo)… o, en el mejor de los casos, con la tricolor republicana.

Así, exhibir la rojigualda resultaría «cosa de derechas»… no de todos los españoles. Al respecto, desde el exilio, un español escribió:

«La cuestión de la bandera es uno de los motivos que estúpidamente dividen a los españoles y que tiene su origen en la conducta mezquinamente partidaria de nuestros políticos.»

»El cambio de la Bandera hecho por la República constituyó un grave error:»
»1º.-Porque no respondía a una aspiración nacional ni siquiera popular. La Bandera Republicana era desconocida por la inmensa mayoría de los españoles.»
»2º.-Porque se reemplazaba una bandera nacional por una bandera partidaria y con ello se dividía a España.»
»3º.-Porque no era necesario y consecuentemente solo podía producir complicaciones como ha sucedido.»

»La bandera (rojigualda) que teníamos los españoles no era monárquica sino nacional. La bandera de los Borbones fue blanca; la bandera real era un guión morado.»

»En cambio la bandera bicolor como enseña nacional fue creada por las Cortes españolas en plena efusión de liberalismo, constitucionalismo y democracia. Se tomaron colores españoles que venía usando tradicionalmente la Marina de guerra que dieron tono a los guiones reales de los Reyes Católicos (rojo) y de Carlos I (amarillo); que eran también los colores de una enseña tradicional en Aragón, Cataluña y Valencia.»

»El pueblo no anhelaba incorporar a la bandera el color morado de Castilla. No podía anhelarlo porque la masa del pueblo español ignoraba que el morado fuese el color de Castilla (...).»

»Los republicanos de la 1ª República quisieron introducir su bandera partidaria y crearon la bandera llamada republicana. Esta no llegó a tener estado oficial y ni siquiera se popularizó. Nació, según Castelar (último Presidente de la I República), en la Universidad de Barcelona, fundiendo tres colores de tres facultades. No pudo pues tener esa bandera un origen más arbitrario. Por eso no llegó a ser bandera oficial, ni nacional, ni popular. Los primeros republicanos, más sensatos que los segundos, no impusieron el cambio.»

»Ni inconmovible, ni imperdurable ni eterna es la bandera tricolor porque no ha nacido del pueblo sino de una minoría sectaria.»

»No crearon pues un símbolo nacional que ya estaba creado con ese carácter sino uno de lucha partidario, haciendo prevalecer a las ideas de Nación y Patria las de República.»

»Hoy los españoles están divididos en torno a dos banderas: tal es el fruto de aquel error (...).»

»Hay un manifiesto artificio. La injusticia de las persecuciones nada tiene que ver con los colores de la bandera de España. Algunos se apoderaron del grito de ¡Viva España! y se colgaron en sitio bien visible un crucifijo para proceder en nombre de Dios y no por eso los españoles debemos dejar de gritar ¡Viva España! ni los que sean católicos o sean protestantes deben renegar de la moral cristiana.»

Nuestros progres tildarán este texto de reaccionario o incluso fascistoide. Les aclararé quien
es el autor: el que fuera Jefe de Estado Mayor del Ejército Popular de la República, condecorado con la Placa Laureada de Madrid (máxima distinción militar otorgada únicamente en cuatro ocasiones). Se trata del Teniente General Vicente Rojo. Un hombre honrado. Un militar ejemplar. Un español orgulloso de serlo y que en este artículo reflejó no solo su sentimiento sino su conocimiento de la realidad histórica.

Recordemos que la Constitución gaditana de 1812 (ese revolucionario texto que estableció la soberanía nacional, la igualdad entre los españoles y los principios básicos del Estado moderno) creó una unidad cívica para defenderla: la Milicia Nacional.

Constitución de Cádiz

Pues bien, la bandera de esa Milicia Nacional fue la rojiguada, 23 años antes que la estableciera el Decreto de Isabel II. Esa fue también la bandera nacional de la I República presidida, entre otros, por dos ilustres catalanes, Pi i Margall y Estanislao Figueras. Y con esa bandera se envolvió a su muerte el cuerpo de su tercer Presidente, Nicolás Salmerón… uno de los responsables, ¡¡lo que son las cosas!!, de Solidaridad Catalana.

El hecho nacional tiene un fuerte componente sentimental, incluso irracional. Así, sentimos como propios hechos ajenos tales como las victorias de Alonso en automovilismo (aunque no sepamos conducir) o de la «roja» (aunque no nos guste el fútbol).

No tengo un criterio idolátrico de la enseña nacional. Pero todas las sociedades precisan de símbolos de unión. Y por ello envidio profundamente el respeto que, por ejemplo, en el sur de Estados Unidos se tiene por su bandera (la de la barra y estrellas)… a la que sus antepasados combatieron en la terrible Guerra de Secesión.

Asombra el grado de analfabetismo histórico, de sectarismo primario, de ceguera política de nuestros próceres que estúpidamente acomplejados desde 1975 por nuestra historia, bandera e himno, también tiraron por la borda los criterios básicos de comunidad civil: la educación, la lengua y la bandera. Pero «con la bandera del color morado se efectuó la represión de Octubre de 1934. La bandera rojigualda es la bandera de España y España no son los reaccionarios», afirmó Santiago Carrillo el 23/4/77, Secretario General del PC, partido que fue el gran referente antifranquista (en realidad el único operativo).

El nacionalismo disgregador, digámoslo claramente, el separatismo, se fundamenta sobre tres pilares: «escuela, lengua y bandera». Palabras de Jordi Pujol de hace 30 años, no proféticas sino programáticas. Y de las que nadie se enteró o quiso enterarse.
Banderas elegidas por Carlos III

Y, ¿qué quieren que les diga?, yo, como Azaña, como Vicente Rojo, como Juan Martín «el Empecinado», como Estanislao Figueres, como Unamuno, como Prieto y Besteiro, como tantos otros olvidados o no leídos, pienso y creo en una sociedad con todos, en una familia común que me empecino en seguir llamando España.

Y cuya bandera, no de la Monarquía ni de los reaccionarios, sino de los españoles, es la rojigualda.

domingo, 2 de febrero de 2014

AQUÍ YACE EL SOCIALISMO EUROPEO

POR GUY SORMAN, ABC 26.01.2014

La historia contemporánea da la razón a estos liberales; el milagro liberal en Europa es haber instaurado la paz en el continente, una relativa prosperidad y una relativa igualdad, aceptando a los hombres tal y como son, buenos y malos, y todos diferentes. Dudo que una Europa socialista lo hubiese logrado.

EL último jefe de Estado en Europa que todavía se declaraba socialista, en su versión marxista no revisada, dejó de serlo formalmente el pasado 13 de enero. De palabra al menos. Pero en la política, las palabras cuentan tanto como los actos. François Hollande, al declararse socialdemócrata y ya no socialista, puso fin a una larga excepción francesa. Y es que solo en Francia el Partido Socialista se ha negado siempre a abandonar su pasado marxista y su alianza preferencial con el Partido Comunista, a diferencia de los partidos socialistas españoles, italianos, alemanes o escandinavos. ¿A qué se debía esta excepción francesa? Desde hace dos siglos, la izquierda en Francia se considera la heredera de la Revolución de 1789, que todavía se percibe y se enseña bajo un prisma positivo. Por tanto, era necesario que los socialistas pretendiesen ser revolucionarios para encontrar en la historia nacional una legitimidad incuestionable. Hasta el golpe de timón de François Hollande, todos los dirigentes socialistas franceses han pretendido siempre querer rematar la obra republicana e igualitaria de la Revolución, sin guillotina, si fuese posible, pero con cierta violencia, si fuese necesario.

Una vez descifrado, el hecho de cruzar el umbral simbólico que separa el socialismo de la socialdemocracia equivale a aceptar la economía de mercado como el final de la historia económica (en el sentido de Hegel o de Francis Fukuyama). De modo que los empresarios privados, enemigos de antaño («El sistema financiero es mi enemigo», declaraba Hollande cuando era candidato a la presidencia), pasan a convertirse, de la noche a la mañana, en unos socios a los que el presidente francés propone un «Pacto de responsabilidad». Tras estas palabras grandilocuentes, habrá que pasar evidentemente a los hechos. Eso no quita para que esta declaración de principios pueda compararse al famoso golpe de timón de los socialistas alemanes en el congreso de Bad Godesberg en 1950, y me veo tentado a concluir que los socialistas franceses se han convertido, por fin, en socialistas normales, reconciliados con la realidad.

Por otra parte, lo único que doblegó a François Hollande fue la realidad: la URSS fue, según Stalin, el comunismo en un solo país, pero, en la época europea, Hollande ha entendido que el socialismo en un solo país condenaba a Francia al declive e incluso al ridículo. Por tanto, el Partido Socialista francés ha necesitado dos años de aprendizaje para descubrir que el Estado no crea riqueza, ni empleo, ya que solo los empresarios lo logran. Eso es lo que un tal Jean-Baptiste Say, el primer profesor de Economía de la universidad francesa, había escrito ya en 1803. François Hollande, que ignoro si ha leído o no a Jean-Baptiste Say (se enseña poco en Francia y es más conocido en EE.UU), se refirió implícitamente a él en su conferencia del golpe de timón porque admitió que la «oferta» de los empresarios era la única locomotora del crecimiento, lo que se llama universalmente «la Ley de Say». Al presidente francés solo le falta recorrer los últimos metros para admitir que en la economía de mercado, la estabilidad de las reglas conduce con más seguridad al crecimiento que el hecho de modificar sin cesar el sistema fiscal y el Derecho.

¿Qué les queda a los socialistas desde el momento en que renuncian a sustituir el capitalismo por una economía planificada y estatalizada? ¿Hacer que reinen la justicia y la igualdad mediante la redistribución parcial de las rentas y el acceso generalizado a la educación? Sin duda, pero los partidos de derechas comparten esta misma ambición recurriendo a los mismos recursos de la fiscalidad y la escuela. A falta de querer destruir el capitalismo, a la izquierda solo le queda atacar lo que considera que es la moral burguesa, la cultura clásica y la herencia judeocristiana. Ser de izquierdas es posicionarse en contra de todo eso. François Hollande lo demuestra: aunque adopta la economía de mercado, sigue siendo de izquierdas porque, hasta el momento, la única decisión emblemática de su reinado ha sido la legalización del matrimonio homosexual. Emblemática y simbólica porque, tras una gran agitación y unas concentraciones populares masivas, solo se han casado 7.000 parejas homosexuales en Francia. ¿Se reducirá la socialdemocracia francesa y europea a la legislación sobre el matrimonio homosexual? 

Actualmente es el caso de Francia, pero es demasiado reductor porque los libertarios que no son de izquierdas estiman que el Estado no debería inmiscuirse en absoluto en el matrimonio, al considerar que se trata de un acto puramente privado. Para redefinir la izquierda, es conveniente dejar atrás lo anecdótico y ver las cosas desde una perspectiva histórica. En realidad, el socialismo y la socialdemocracia no son más que unos momentos provisionales en la historia de la izquierda. La izquierda existía antes que el socialismo: en el Siglo de las Luces en España y en Francia, la izquierda se definía como contraposición al absolutismo de los monarcas y de las iglesias. Por tanto, en el futuro, después de que el socialismo haya quedado enterrado definitivamente por el principio de realidad, la izquierda como filosofía y actitud resurgirá con unas nuevas denominaciones.

Ser de izquierdas siempre consistirá en considerar que se puede cambiar la naturaleza humana, mediante la educación, como pensaba Jean-Jacques Rousseau, o mediante la obligación, como lo hacía Mao Zedong, para construir una sociedad nueva y necesariamente mejor. Mientras que ser de derechas, como lo expresaron los liberales de España y Francia ya en el siglo XVIII, es intentar mejorar la sociedad aceptando al hombre tal y como es. La historia contemporánea da la razón a estos liberales; el milagro liberal en Europa, porque Europa es una construcción esencialmente liberal, es haber instaurado la paz en el continente, una relativa prosperidad y una relativa igualdad, aceptando a los hombres tal y como son, buenos y malos, y todos diferentes. Dudo que una Europa socialista lo hubiese logrado.


LA AMISTAD DE NUESTROS PROGRES CON LOS TERRORISTAS

La izquierda abertzale está encontrando cada vez más apoyos fuera de su ámbito natural de influencia. La última demostración del respaldo que está encontrando fuera de París Vasco y Navarra en grupos de extrema izquierda que hasta ahora habían optado por mantener aletargada esa conexión ideológica con el entorno de ETA se produjo el pasado fin de semana con motivo de la manifestación convocada en Bilbao en apoyo a los presos de la organización terrorista.

Las muestras de apoyo al entorno proetarra se produjeron en espacios públicos de toda España. Hubo concentraciones en diferentes localidades de Cataluña destacando la protesta convocada en pleno centro de Barcelona por la Asociación catalana de Amigos y Amigas de Euskal Herria, a la que acudieron dos centenares de personas. Además, también se celebraron concentraciones en plazas de Madrid, Oviedo y Toledo. Los organizadores de la marcha de Bilbao también recibieron muestras individuales de solidaridad desde otros puntos de España.

No era la primera vez que se produce este tipo de actos de apoyo a la izquierda abertzale. Los organizadores de las protestas de Rodea el Congreso en septiembre de 2012, la Coordinadora 25-S, ya defendió el pasado mes de septiembre la convocatoria de una marcha en contra de la operación de la Guardia Civil contra Herrira, la organización encargada de prestar apoyo a los presos de ETA y dirigir su comportamiento dentro de prisión. Esa es una de las muestras de simpatía más reciente que ha tenido en la capital el entorno de la organización terrorista, pero ha habido más.

Esta misma semana, por ejemplo, la Delegación del Gobierno en la Comunidad de Madrid denunció que un grupo antisistema quería organizar un acto en el centro de la capital en apoyo a la izquierda abertzale. En la cita, que supuestamente iba a denunciar “los juicios políticos en Euskal Herria”, iba a participar incluso Joseba Permach, actual portavoz de Sortu y antiguo miembro de la Mesa Nacional de Batasuna. Finalmente, el acto fue prohibido. Fuentes policiales consultadas por este diario han confirmado que la Dirección General de la Policía envió un informe sobre esa convocatoria a la Fiscalía para que actúe contra sus promotores al concluir que se trataba un acto de enaltecimiento del terrorismo.

En realidad, los nexos entre la extrema izquierda implanta en todo el territorio nacional y el mundo de la izquierda abertzale se remontan al mismo origen de ETA. Lo verdaderamente novedoso es que esos vínculos han abandonado la clandestinidad para ser reivindicados públicamente en cualquier ciudad de España.

El escenario post-asesinatos

En gran parte, el avance del discurso de la izquierda abertzale fuera del País Vasco y Navarra tiene que ver con la estrategia de blanqueamiento que ha emprendido ETA. Sin la amenaza de atentados por el cese definitivo de la violencia decretado por la organización terrorista en octubre de 2011, la presión social que tradicionalmente habían sufrido sus partidarios se está relajando. Expresar simpatía o cercanía con las posiciones de la izquierda abertzale ha dejado de estar socialmente penado. Al contrario, en los movimientos de izquierda radical se está convirtiendo en un motivo de orgullo exhibir algún tipo de vínculo con la supuesta lucha del entorno proetarra.

Una de las consecuencias de la extensión del relato abertzale es, curiosamente, el aumento de la presión sobre las víctimas en regiones de España en las que gozaban de un respeto y una admiración inquebrantable.Las humillaciones que recibimos se han multiplicado. No recuerdo haber sufrido nunca tantas amenazas de muerte e insultos como los que recibí el fin de semana pasada, con motivo de la manifestación de Bilbao”, asegura un dirigente de una organización de víctimas del terrorismo. Algo similar le ocurrió ese fin de semana a Daniel Portero, presidente de la Asociación Dignidad y Justicia, que ya ha presentado las pruebas de las amenazas e insultos en la Audiencia Nacional para que se localice a sus responsables.

Para otro dirigente de un colectivo de víctimas, la ofensiva que sufren se debe sobre todo al papel protagonista que están desempeñando en la persecución de la apología del terrorismo. “Las víctimas somos ahora las que estamos encargándonos de que se prohíban los actos de los radicales. No sólo somos el referente moral, sino que también somos los que estamos librando en primera línea la batalla judicial para evitar la impunidad de los etarras. Y eso nos ha convertido en el blanco de los radicales”, considera este otro dirigente.

Educación para las nuevas generaciones

La presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, Ángeles Pedraza, también sufre en primera persona las agresiones verbales de los simpatizantes de la organización terroristas. “Están intentando movilizarse en toda España. Y si ETA ya se ha quitado la careta y han dejado que esté en las instituciones, ¿por qué no iban a hacer lo mismo los grupos que la apoyan? Ya da igual decir que les apoyan”.

Las víctimas del terrorismo no sólo están recurriendo a la vía judicial para tratar de frenar estas agresiones. También mantienen reuniones con dirigentes políticos para intentar que el sufrimiento generado por ETA se aprenda en los colegios. Pedraza también ha transmitido personalmente esta petición  al ministro de Educación, José Ignacio Wert, sin que haya obtenido de momento una respuesta afirmativa.

Las asociaciones de víctimas perciben que las nuevas generaciones sólo tienen un conocimiento vago de lo que ha supuesto medio siglo de terrorismo, a pesar de que sólo han pasado cuatro años y medio desde que ETA asesinó por última vez en España. Fue en Palma de Mallorca y murieron los guardias civiles Diego Salvá y Carlos Sáenz de Tejada.