viernes, 11 de noviembre de 2011

LA IZQUIERDA ESPAÑOLA Y EL KEYNESIANISMO. EL LIBERALISMO.

El economista y profesor Juan Ramón Rallo, en su blog, nos dice que dentro del keynesianismo, la escuela económica preferida por la izquierda española -especialmente por los comunistas, que se creen que el dinero cae de los árboles, aunque los socialistas no les andan a la zaga y lo malgastan como si así fuera-,  se da una dinámica perversa que durante estos días se vuelve a repetir: 

- Si la economía no crece, gasta (lo que se pidió y se logró para EEUU y Europa en 2009) 

- Una vez el gasto haya inflado tanto tu deuda y tan poco tu crecimiento como para no poder financiarte, monetiza tu deuda (lo que se pidió y en parte se logró para EEUU y Europa a partir de 2010)  

- Y una vez la monetización de tu deuda sea tan amplia que sólo puedas continuar con ella mediante una muy elevada inflación, elige: o impagas tu deuda con inflación o mediante repudio (lo que se pide para Islandia, Grecia y en parte para EEUU y Europa: un desapalancamiento con inflación).
    La gracioso del caso es que siempre se nos presenta cada opción como la óptima y la necesaria para salir del pozo. “Cuando las economías están poco endeudadas, obviamente lo óptimo es endeudarse y gastar para impulsar el crecimiento presente”; “cuando las economías ya no pueden atender sus pasivos porque las deudas previas no han impulsado la recuperación, obviamente lo óptimo es impagar para no lastrar el crecimiento futuro”.

    Lo dicho: unos trileros que intentan defraudar a los ahorradores.

    ¿Qué es la economía? ¿Por qué se produce una burbuja financiera? ¿Qué función desempeñan realmente los sindicatos? ¿Por qué las políticas de defensa de la competencia son perjudiciales para la economía? ¿Qué hacen los bancos que no deberían hacer? ¿Interviene el Estado ahora más que nunca?

    En El liberalismo no es pecado los economistas Carlos Rodríguez Braun y Juan Ramón Rallo dan respuesta a éstas y a otras preguntas en cinco grandes lecciones:

    1. La acción humana. La institución de la propiedad privada y la contratación voluntaria son ejemplo no sólo de eficacia sino también de atención a los demás. Los mercados no son la anarquía, el beneficio no deriva de la explotación, y el Estado no debe controlar precios ni salarios, ni impedir que haya empresas muy grandes, aun cuando parezcan monopolios.

    2. La importancia del dinero, su lógica nacional e internacional, y el papel de los capitalistas. Defiende el ahorro y expone el fracaso del socialismo.

    3. Los bancos centrales multiplicaron la magnitud de la expansión artificiosa del crédito y el riesgo de padecer burbujas financieras. La intervención con medidas equivocadas conduce al fracaso.

    4. La riqueza, como resultado de la capacidad creadora de los seres humanos, subraya la importancia del marco institucional y rechaza las justificaciones sobre la pobreza, la explotación y la falta de ayuda exterior.

    5. Denuncia la distorsión por parte del Estado de los conceptos de derecho y justicia que ponen en peligro la libertad y los derechos de los ciudadanos.

    Los autores defienden el liberalismo rebatiendo los argumentos de sus fustigadores. Por ejemplo: la crisis la provocó la liberalización y la desregulación; no manda la política, mandan los mercados; toda reducción del Estado del Bienestar atenta contra las conquistas sociales; los especuladores desestabilizan la economía y generan las burbujas; el Estado puede organizar la economía con efi cacia y equidad; si el intervencionismo es malo, el liberalismo también lo es, y por lo tanto lo correcto es buscar un punto de equilibrio entre ambos. Las cinco lecciones de economía que componen este libro refutan los tópicos del pensamiento único, constituyen un manual para no iniciados en la materia y, a la vez, una invitación a refl exionar sobre las críticas al capitalismo y al mercado libre.

    En esta obra políticamente incorrecta rechazan la creciente intromisión del Estado, la coacción y la intimidación del poder, así como su constante empeño en recortar los derechos de los ciudadanos, alegando que él sí sabe lo que mejor conviene a sus súbditos. Esa soberbia de las autoridades, esa prepotencia de los poderosos, esa pasión por controlar, asustar, imponer, prohibir, vigilar, multar, recaudar… Eso, concluyen, sí es pecado. Y la penitencia la estamos pagando todos los españoles, especialmente los cinco millones de parados.


    En el siglo XIX un mosén catalán escribió enfáticamente: “El liberalismo es pecado”. Entonces se llamaba liberalismo al anticlericalismo más vulgar. Se traducía en el chascarrillo de la época:

     -Padre, ¿se pueden leer los periódicos liberales?

     -Sí, hija, con tal de que sea sólo la sección financiera.

    Por fortuna, esa época ya pasó, aunque, como decía el clásico, la Historia se repite como farsa. En el Gobierno actual hay una querencia por la política anticristiana a favor de la alianza de civilizaciones o del progresismo laicista. Pero, a diferencia de lo que ocurrió en el siglo XIX, ese anticristianismo no se llama liberalismo, sino que precisamente va en contra del liberalismo económico. La combinación más taimada de los nuevos antiliberales es  combatir las dictaduras de derechas y condescender con las dictaduras de izquierdas. Lo hacen así porque consideran erróneamente que las dictaduras de derechas amparan el liberalismo económico.

    El falso silogismo concluye que hay que combatir el liberalismo y realzar el socialismo, sea o no una dictadura. Frente a esa falacia está el sentido común de Rodríguez Braun, para quien todos los totalitarismos son antiliberales y, por tanto, son malos. La maldad debe extenderse  a esa versión mitigada de los totalitarismos que son los autoritarismos. Lo común entre todas esas excrecencias es que abominan de la libertad. La razón es que, con más libertad, los gobernantes aparecerían como lo que son: mediocres, cuando no, malignos. Lo mejor del estilo de Rodríguez Braun es su permanente disposición a llevar la contraria a las ideas canónicas, establecidas, sedicentemente progresistas. Su constante actitud de navegar contra el viento revela un alto espíritu deportivo. No otra cosa es su furibundo ataque al intervencionismo del Estado y su defensa de la libertad. Añado que tanto la libertad como el intervencionismo pueden equivocarse. Solo que, si la libertad se equivoca, cabe la ruina o la cárcel. Pero, si el intervencionismo se equivoca, sus defensores suelen ser ensalzados.

    La Economía es una ciencia práctica que nos afecta a todos, no solo a los economistas o a los empresarios. Por eso mismo entiendo que todos debemos opinar sobre la crisis económica y su eventual salida. Entiendo que hay una causa principal de la crisis.  Se trata de la notable disminución del espíritu de trabajo de la gente. Ese declive de la ética del esfuerzo es consonante con la causa estrictamente económica que señala Rodríguez Braun: la erosión de la libertad. En principio, el funcionario rinde menos que el trabajador privado. Todavía está más claro que en los regímenes totalitarios la productividad suele ser muy baja. El caso extremo es el de la productividad casi nula de los esclavos o de los trabajadores forzados. Sin llegar a tanto, no hay más que ver la baja productividad del reciente Plan E en España. Claro que la propaganda del régimen actual puede aducir que la escasa productividad significa creación de empleo. La salida de la crisis no equivale a crear empleos, sino a que los empleos sean realmente productivos.

    Rodríguez Braun no utiliza muchas citas de autoridad y sí de refutación. Su esquema argumental es como sigue: Fulano de Tal  es un distinguido economista o escritor que sostiene que A es A. Pues bien, A no es A, aunque lo parezca. Esa lógica de Rodríguez Braun es sencillamente la de la ciencia. Se trata de una planta tan delicada que sólo florece si es escasa la inversión pública en I+D+i. Reverdece allí donde es alto el esfuerzo en conocimiento.

    Rodríguez Braun sospecha que “lo social” es un disfraz para no reconocer “lo político”, en su peor sentido. En efecto, hay una acepción retorcida del adjetivo “político”. Es el caso de “familia política”, “política de avestruz” o “comisario político”. En inglés americano, la palabra “político” (escrita así, en español) es lo que aquí llamaríamos “mafioso”. En España “lo social” suele ser lo que se atribuye a los sindicatos subvencionados o a lo que supone bendecir el despilfarro del erario.  Recuérdese que el erario siempre es público.

    Lo grave no es la tendencia constante a la subida de todo tipo de impuestos, tasas y multas. Ese ascenso no sería tan pesaroso si al menos se hubiera producido una mejora sustancial de los servicios públicos. Por ejemplo, si el Plan E hubiera sido sustituido por  una verdadera mejora de las infraestructuras. O si se hubiese completado el plan de trasvases hidráulicos o de centrales nucleares. O si  la Justicia fuera eficiente. En su lugar, lo que ha aumentado es el derroche del gasto público. Es decir, lo malo no es la subida de impuestos, sino el intervencionismo estatal que quita libertad y no da seguridad.


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