No es en absoluto riguroso atribuir sólo a la mala gestión de la crisis económica la debacle electoral del PSOE .... En el socialismo español se produjo al final de la década de los años noventa del siglo pasado un agotamiento ideológico, una vaciedad de proyecto, que Rodríguez Zapatero y su “Nueva Vía” trataron de compensar con la revitalización de un remozado antifranquismo. Aunque su generación no había protagonizado la transición democrática, la izquierda española del 2000 se legitimó con mayor énfasis que cualquier opción en su papel opositor al régimen de Franco. Esta circunstancia inspiró la nueva política de las dos Españas –la de los vencedores y la de los vencidos-, obvió el pacto de amnesia y reconciliación que supuso la Constitución de 1978, y pretendió ajustar las cuentas de la izquierda sobre la derecha que quedaron supuestamente pendientes tras la muerte del dictador. ...
Rodríguez Zapatero y el PSOE .... y sin cercanía vital ni con la transición, ni mucho menos, con los años finales del régimen franquista, reactivó el mecanismo de la confrontación. De tal forma que lo progresista y de izquierdas era reivindicar a los vencidos, todos ellos representados en su abuelo fusilado por los franquistas, revivir el pasado a través de la memoria histórica y abordar desde la negociación un “proceso de paz” con la, para él y su entorno, última excrecencia del franquismo: la banda terrorista ETA. Como escribe Lamo de Espinosa, se trataba de reavivar el antifranquismo “contra el que se vive mejor” .... la “verdadera segunda transición sea pasar de una democracia antifranquista que ve el mundo por el espejo retrovisor a una democracia a secas que mira de frente al futuro.”
.... Una izquierda con aspiraciones de regeneración en España debe dejar ya de manosear las consecuencias de una contienda civil que queda distante –en la penumbra de la historia- para un porcentaje altísimo de los ciudadanos españoles. El mismo día en que el PSOE se derrumbaba en las urnas, el pasado 20-N, se cumplía el 36º aniversario del fallecimiento de Francisco Franco. Rodríguez Zapatero, pese a que los españoles de menos de 40 años no tenían uso de razón en aquel noviembre de 1975, se ha empeñado en vincular el corpus ideológico del progresismo socialista a una batalla quijotesca –pero también artera- contra los molinos de vientos del franquismo como si se tratase de una amenaza real a nuestras libertades y a nuestro sistema político.
Reiterar el recurso falsamente ideológico del antifranquismo como el gran proyecto del PSOE del siglo XXI ha resultado la crónica de un fracaso anunciado. El presidente del Gobierno ahora en funciones malgastó la figura de su propio abuelo; ha sido inoperante en los aspectos sustanciales de la rehabilitación de las injusticias que no se soslayaron en la transición; ha insuflado al entorno de ETA la esperanza cierta de poder replantear el modelo de Estado, alentando nuevas energías secesionistas y ha dividido profundamente a la opinión pública española como ningún otro gobernante que le precediese en el cargo. Y por fin, ha logrado destrozar a su partido que se encuentra en el vértigo del horror vacui. El republicanismo al que se apuntó Rodríguez Zapatero .... quedó reducido a una expresión vindicativa del pasado y a un revisionismo prepotente de la transición democrática.
Las soluciones del PSOE le dejan vacío
Un revisionismo que llevó al PSOE en el Gobierno a poner patas arriba la distribución territorial del poder (Estatuto catalán), o aplicar fórmulas radicales que quebraron los consensos sociales, como una ley del aborto que desbarataba la patria potestad de los progenitores u otra de matrimonios homosexuales que pudieron articularse como uniones civiles sin injerirse en la instituto civil heterosexual del matrimonio. Rodríguez Zapatero y su PSOE nunca estuvieron por fórmulas de integración si no por las llamadas “ultrasoluciones”. Al final, la endeblez del andamiaje ideológico no ha soportado el peso de la realidad y se ha desplomado. Que lo haya hecho un 20-N no deja de ser un sarcasmo que la historia dedica a aquellos que no la entienden ni saben interpretarla.
A la poquedad ideológica del PSOE de Rodríguez Zapatero .... se añadió la fragilidad técnica e intelectual de muchos de sus gestores políticos a los que la ensoñación de los tópicos del “providencial” leonés (la el optimismo antropológico, las ansias infinitas de paz, la extensión de los derechos, el talante como actitud de diálogo permanente ante los problemas), pareció ocultar el penoso panorama socio-económico que sus políticas improvisadas iban conformando. Cuando llegó la crisis, no la vieron; cuando la vieron, no supieron qué hacer con ella y ahora que han perdido el poder descubren que el PSOE se ha convertido en un cascarón vacío de ideas y de proyectos, en una marca desgastada por el anacronismo antifranquista de su todavía secretario general, y todo es desolación ante un horizonte cerrado y gris que no permite observar alguna salida a la debacle electoral.
Cuando se celebre el XXXVIII Congreso del PSOE en febrero alguien tendrá que ocuparse de evitar que se vuelva a tropezar en la misma piedra: en el ventajismo histórico de localizar en el antifranquismo la legitimación democrática y el proyecto ideológico perdidos. Porque cuando la derecha española, por méritos propios y deméritos del PSOE, logra alcanzar el poder democrático por segunda vez con mayoría absoluta –más amplia la del 20-N que la del 2000-, no hay ni franquismo ni antifranquismo que valga. ....
Rodríguez Zapatero y el PSOE .... y sin cercanía vital ni con la transición, ni mucho menos, con los años finales del régimen franquista, reactivó el mecanismo de la confrontación. De tal forma que lo progresista y de izquierdas era reivindicar a los vencidos, todos ellos representados en su abuelo fusilado por los franquistas, revivir el pasado a través de la memoria histórica y abordar desde la negociación un “proceso de paz” con la, para él y su entorno, última excrecencia del franquismo: la banda terrorista ETA. Como escribe Lamo de Espinosa, se trataba de reavivar el antifranquismo “contra el que se vive mejor” .... la “verdadera segunda transición sea pasar de una democracia antifranquista que ve el mundo por el espejo retrovisor a una democracia a secas que mira de frente al futuro.”
.... Una izquierda con aspiraciones de regeneración en España debe dejar ya de manosear las consecuencias de una contienda civil que queda distante –en la penumbra de la historia- para un porcentaje altísimo de los ciudadanos españoles. El mismo día en que el PSOE se derrumbaba en las urnas, el pasado 20-N, se cumplía el 36º aniversario del fallecimiento de Francisco Franco. Rodríguez Zapatero, pese a que los españoles de menos de 40 años no tenían uso de razón en aquel noviembre de 1975, se ha empeñado en vincular el corpus ideológico del progresismo socialista a una batalla quijotesca –pero también artera- contra los molinos de vientos del franquismo como si se tratase de una amenaza real a nuestras libertades y a nuestro sistema político.
Reiterar el recurso falsamente ideológico del antifranquismo como el gran proyecto del PSOE del siglo XXI ha resultado la crónica de un fracaso anunciado. El presidente del Gobierno ahora en funciones malgastó la figura de su propio abuelo; ha sido inoperante en los aspectos sustanciales de la rehabilitación de las injusticias que no se soslayaron en la transición; ha insuflado al entorno de ETA la esperanza cierta de poder replantear el modelo de Estado, alentando nuevas energías secesionistas y ha dividido profundamente a la opinión pública española como ningún otro gobernante que le precediese en el cargo. Y por fin, ha logrado destrozar a su partido que se encuentra en el vértigo del horror vacui. El republicanismo al que se apuntó Rodríguez Zapatero .... quedó reducido a una expresión vindicativa del pasado y a un revisionismo prepotente de la transición democrática.
Las soluciones del PSOE le dejan vacío
Un revisionismo que llevó al PSOE en el Gobierno a poner patas arriba la distribución territorial del poder (Estatuto catalán), o aplicar fórmulas radicales que quebraron los consensos sociales, como una ley del aborto que desbarataba la patria potestad de los progenitores u otra de matrimonios homosexuales que pudieron articularse como uniones civiles sin injerirse en la instituto civil heterosexual del matrimonio. Rodríguez Zapatero y su PSOE nunca estuvieron por fórmulas de integración si no por las llamadas “ultrasoluciones”. Al final, la endeblez del andamiaje ideológico no ha soportado el peso de la realidad y se ha desplomado. Que lo haya hecho un 20-N no deja de ser un sarcasmo que la historia dedica a aquellos que no la entienden ni saben interpretarla.
A la poquedad ideológica del PSOE de Rodríguez Zapatero .... se añadió la fragilidad técnica e intelectual de muchos de sus gestores políticos a los que la ensoñación de los tópicos del “providencial” leonés (la el optimismo antropológico, las ansias infinitas de paz, la extensión de los derechos, el talante como actitud de diálogo permanente ante los problemas), pareció ocultar el penoso panorama socio-económico que sus políticas improvisadas iban conformando. Cuando llegó la crisis, no la vieron; cuando la vieron, no supieron qué hacer con ella y ahora que han perdido el poder descubren que el PSOE se ha convertido en un cascarón vacío de ideas y de proyectos, en una marca desgastada por el anacronismo antifranquista de su todavía secretario general, y todo es desolación ante un horizonte cerrado y gris que no permite observar alguna salida a la debacle electoral.
Cuando se celebre el XXXVIII Congreso del PSOE en febrero alguien tendrá que ocuparse de evitar que se vuelva a tropezar en la misma piedra: en el ventajismo histórico de localizar en el antifranquismo la legitimación democrática y el proyecto ideológico perdidos. Porque cuando la derecha española, por méritos propios y deméritos del PSOE, logra alcanzar el poder democrático por segunda vez con mayoría absoluta –más amplia la del 20-N que la del 2000-, no hay ni franquismo ni antifranquismo que valga. ....
No sé qué ternura nos puede provocar una ideología al amparo de la que se han asesinado a más de 60 millones de personas, y no entiendo por qué motivo si la propaganda nazi se considera acertadamente apología de genocidio y está penada con años de cárcel, puede uno tan guapamente reivindicar el comunismo con adoración y nostalgia sin que le pase absolutamente nada. Es inadmisible esta permisividad con los que se empecinan en ser entrañables con el crimen; es nauseabunda su propaganda y una terrible ofensa a las familias de los millones de personas que cayeron abatidas por el régimen más siniestro y mortífero que jamás haya puesto en práctica el hombre.
La izquierda tiene que desvincularse de su tenebroso pasado, tiene que condenarlo y tiene que disculparse por haber justificado, en tantas ocasiones y con tanta arrogancia, los atropellos y las matanzas que el comunismo ha perpetrado. La apología de esta ideología y de estos regímenes tendría que estar perseguida y los que la practicaran tendrían que ser ejemplarmente castigados. (Basta con recordar con cuanto ahínco se sigue defendiendo al comunismo criminal castrista desde las huestes de la izquierda española.)
Si la izquierda quiere vivir plenamente incorporada a la democracia y al sistema de libertades no puede enorgullecerse de ser la heredera ideológica de aquellos criminales. Hasta que no se desmarque de ellos, estará en falso y será sombría, no tendrá ninguna autoridad moral para hablar de libertad ni de nada que tenga que ver con el progreso de la Humanidad. No se puede ser indulgente con tanto odio y con tanta muerte. Hay que rebelarse contra los que con su frivolidad escarnecen el dolor de tantas víctimas y de sus familiares (no solo no se desmarcan ahora del comunismo, es que no lo harán nunca, su naturaleza se lo impide)
Llama también la atención que El País dijera de Javier Pradera que fue el gran intelectual de la Transición, cuando todo el mundo sabe que lo que fue es el gran intectual sectario. La intelectualidad se basa en pensar, no en un desfile militar. El éxito de la Transición fue posible precisamente gracias a que los pragmáticos y los posibilistas se supieron zafar de tanto sectario incapaz del riesgo cultural de intentar comprender las razones del adversario. Considerar que Pradera fue un intelectual es como celebrar su militancia comunista: se trata de la misma indecencia. De lo poco que la izquierda espera de la libertad, y de la inteligencia.