lunes, 22 de mayo de 2017

EL SUICIDIO DEL PSOE, CON PEDRO SÁNCHEZ COMO CUCHILLA, Y SUS CONSECUENCIAS PARA ESPAÑA


La victoria de Pedro Sánchez en las primarias del partido socialista sitúa al PSOE en una de las coyunturas más difíciles de su larga historia. El retorno a la secretaría general de un líder con un legado tan marcado por las derrotas electorales, las divisiones internas y los vaivenes ideológicos no puede sino provocar una profunda preocupación.

La propuesta programática y organizativa de Sánchez ha recogido con suma eficacia otras experiencias de nuestro entorno, desde el Brexit hasta el referéndum colombiano o la victoria de Trump, donde la emoción y la indignación ciega se han contrapuesto exitosamente a la razón, los argumentos y el contraste de los hechos. En este sentido, la victoria de Sánchez no es ajena al contexto político de crisis de la democracia representativa, en el que se imponen con suma facilidad la demagogia, las medias o falsas verdades y las promesas de imposible cumplimiento.

Finalmente España ha sufrido también su momento populista. Y lo ha sufrido en el corazón de un partido esencial para la gobernabilidad de nuestro país, un partido que desde la moderación ha protagonizado algunos de los años más prósperos y renovadores de nuestra historia reciente. Lo mismo le ocurrió en los meses pasados al socialismo francés, que se encuentra al borde de la desaparición de la mano del radical Benoît Hamon. Y un desastre parecido se avecina en el laborismo británico, dirigido por el populista Jeremy Corbyn. Sería ilusorio pensar que el PSOE no está en este momento ante un riesgo de la misma naturaleza. En todos los casos, la demagogia —conocida en Podemos o Trump— de los de abajo contra los de arriba se ha impuesto a la evidencia de la verdad, los méritos y la razón. Debemos asumir que esto nos sitúa ante una situación muy difícil para nuestro sistema político.

Sánchez ha construido su campaña sobre dos promesas de imposible cumplimiento. Una, conformar, con la actual configuración del Parlamento, una mayoría de gobierno alternativa al Partido Popular. Pero aunque se haya pretendido convencer a la militancia de que entonces se pudo pero no se quiso, esa mayoría fue imposible en octubre pasado y lo es también ahora, pues el PSOE no tiene la fuerza ni la capacidad de construir una mayoría de gobierno estable.

La segunda promesa ha sido la de redibujar el Partido Socialista como una organización sin instancias intermedias en la que solo existe un líder, el secretario general, y los militantes. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja: el PSOE es un partido profundamente descentralizado, tanto desde el punto de vista orgánico como territorial, donde existen múltiples instancias de poder con las que es inevitable contar. No entender ni respetar esa pluralidad y complejidad es lo que le llevó a perder la secretaría general en octubre pasado.

Fue la combinación de esos dos hechos, la imposibilidad de gobernar y la negativa a aceptar las consecuencias, lo que llevó a Pedro Sánchez a perder el apoyo del comité federal y, eventualmente, a dimitir. Las circunstancias no han cambiado, así que Sánchez vuelve al punto de partida de octubre. Con una diferencia crucial: que lo hace después de una serie de giros ideológicos en cuestiones clave (las alianzas con Podemos y el concepto de nación) que le alejan aún más de la posibilidad de gobernar.

En un momento en el que España enfrenta un grave problema territorial en Cataluña, era más necesario que nunca que el PSOE se configurase como un partido estable y capaz de suscitar amplios apoyos. Lamentablemente, el proyecto de Sánchez, en el que no cuenta con nadie que represente el legado de 22 años de Gobierno del PSOE ni ningún poder territorial significativo, aboca al partido a la profundización de una ya gravísima crisis interna. Como demuestran las debacles electorales que sufren los socialistas en toda Europa, y como ya han experimentado los socialistas en España, los márgenes para la supervivencia y relevancia del proyecto que aspiran a encarnar son de por sí ya muy estrechos. En esas circunstancias, la confusión ideológica y el modelo de partido asambleario en el que se ha apoyado Sánchez fácilmente podrá desmovilizar aún más a sus votantes y alejar a los socialistas del poder.

EL PAÍS 22 MAY 2017



Suicidio socialista
Ya se relame Pablo Iglesias pensando en ese Pedro Sánchez ansioso por arrojarse a sus brazos

Tengo para mí que el PSOE no sale de ésta. No, al menos, en forma y fondo comparables a lo que fue y representó. La guerra que se ha librado en el partido a lo largo de estos meses por el control de la organización lo ha dejado reducido a escombros, sobre los que reinará un Pedro Sánchez ávido de venganza. Susana Díaz está muerta fuera de su feudo andaluz. Patxi López sobrevivirá, sometido sin condición. Pero las ruinas son tan difíciles de recomponer en algo parecido a una casa común que si yo fuera dirigente de una formación política me grabaría a fuego en el programa que las primarias, lejos de constituir la mejor receta posible para dirimir el liderazgo, son la peor. Un auténtico suicidio.

La lucha abierta entre aspirantes a la secretaría general o la cabeza de una lista no solo abre heridas purulentas entre presuntos compañeros, exhibidas con deleite en ciertos medios de comunicación para mayor gloria de las siglas que aspiran a comerse los despojos, sino que pone al descubierto el divorcio existente entre los deseos y expectativas de una militancia ahíta de ideología y los del conjunto del electorado que escoge su papeleta en busca de soluciones para problemas reales. ¿Qué empresa o qué familia saldría indemne de un debate público a martillazos como el mantenido entre Díaz, López y Sánchez, fingiendo haber zanjado en él las diferencias y volver a caminar unida? Ninguna. La fórmula solo funciona, como juego de apariencias, cuando se convierte en mero trámite al que concurre un candidato predeterminado y otro en calidad de sparring dispuesto a ser vapuleado. Cuando hay pelea de verdad, como en este caso, los daños son tales que resultan irreparables para el conjunto, porque, además de alimentar odios y rencores personales brutales, como los que vimos florecer en ese duelo a tres fratricida, abren heridas por las que sangra un flujo letal de votos.

Las primarias no garantizan tampoco un incremento sustancial en la calidad de nuestro sistema de representación, en la medida en que depositan todo el poder decisorio en los militantes, obviamente más radicales en su postura que los votantes de una formación, obligando a estos últimos a tragar con la elección de esa minoría sectaria, cambiar de partido o refugiarse en la abstención. Dicho de otro modo; benefician claramente al extremismo y la demagogia, en perjuicio de la sensatez y capacidad de gobierno. Por eso gana entre las bases quien luego pierde en las urnas. Se me dirá, con razón, que mejor el conjunto de los afiliados que un pequeño número de «aparatchik» o directamente un dedazo. Pero la solución verdaderamente democrática, la única válida a efectos de recuperar para el pueblo la soberanía hoy secuestradas por los partidos, sería un cambio en la ley electoral que permitiera a los ciudadanos conocer a sus representantes y pedirles cuentas de sus actos. Una reforma hacia la circunscripción unipersonal tan distinta a la concepción actual de la relación entre elector y elegido que ninguna formación política ha querido nunca apostar por ella.

Ayer ganó holgadamente Pedro Sánchez pero perdieron el PSOE y España. Ganó la confrontación. Ya se relame de gusto Pablo Iglesias pensando en ese secretario general socialista ansioso por arrojarse a sus brazos para avanzar de su mano, y la del separatismo, hacia el abismo populista. Hoy Mariano Rajoy escruta el paisaje tras la batalla, analiza las encuestas que siguen colocando al PP en cabeza y se reafirma en su negativa a probar semejante cicuta.

ISABEL SAN SEBASTIÁN 22/05/2017 ABC

Ferraz: tarde para la ira

La paz está sobrevalorada. El futuro también. El militante no ha venido a traer la paz, sino la guerra, y no tiene ningún interés en garantizar el porvenir sino en ajustar cuentas con el pasado. Porque eso es lo que se ventilaba en las primarias socialistas: el cuarto cerrado del Comité de octubre donde se corrompía un cadáver insepulto. Lo dejaron tanto tiempo ahí que terminó levantándose y echando a andar. Y metiéndole 10 puntos a la autora del crimen. Porque así es como ha decidido ver a Susana –un funeral en los ojos traía ayer a la sala de prensa– la mayoría de la militancia. Si el futuro es dudoso, si hemos de morir, al menos moriremos con las culpas repartidas y las afrentas vengadas.

Con el retorno de Sánchez el PSOE se asegura de que tiene todo el pasado por delante. Con una salvedad: don Pedro es un político tan tornadizo que nadie puede pronosticar su próxima encarnación. Sus votantes piden guadaña, pero en Ferraz cundía anoche la opinión de que manejará la revancha con prudencia. Ya es tarde para la ira: todo apuntaba que cubrir el PSOE dejará de pertenecer al periodismo de sucesos. Ahora Pedro enterrará la chupa de rebelde y desempolvará la camisa socialdemócrata. Escabechará algunas cabezas orgánicas –tiene que dar carnaza a los suyos– y removerá cargos del grupo parlamentario, pero pactará la no agresión con los barones. Se equivocaría Iglesias si madrugara el entusiasmo: Sánchez no se ha arrancado los hilos del aparato socialista para acabar supeditado a la ambición de su competidor populista. No presentará una moción que no tenga atada. Rajoy puede llegar a 2019 con sus socios presupuestarios. Eso decepcionaría mucho a los que han repuesto furiosamente a Pedro en el trono de Ferraz, pero no podrán alegar que desconocían la cintura líquida de su ídolo.

Claro que ayer, a última hora de la tarde, los eufóricos militantes congregados a la puerta de la sede no estaban para cálculos. Cantaban: «¡Se nota, se siente, Pedro presidente!» –que ya es euforia–, «¡No es no!», luego «¡Sí es sí!» y por último, ya desatados, La Internacional, puño en alto. Era aquella la euforia de los nostálgicos –muchos entrados en la sesentena–, que contrastaba con la promesa de modernidad de su candidato. Da lo mismo: nadie les estropeará estas dulces horas de satisfacción servidas en frío que sólo reporta la venganza.

Pedro Sánchez, acompañado de su mujer, llegó en coche a Ferraz y se metió furtivamente en el garaje. Horas después comparecía sonriente, se dejaba ver y tocar como si su mero contacto causara el cambio en La Moncloa. Seguramente nunca se sintió dueño de la Secretaría General durante los dos años anteriores al Comité de octubre, con la silla permanentemente meneada desde el sur por la misma mano que lo había colocado.

Ayer hizo su entrada en la sala de prensa como secretario general autónomo, verdaderamente poseído de su condición, pues la ha ganado combatiendo. La corrupción del PP y su política de pactos alternativa –que volvía aún más superflua la abstención socialista a ojos de la militancia– ha sido la gasolina que ha empujado su cabalgada. Anoche todos los agradecidos residentes en Madrid disponían de tres foros para desahogarse a gusto: el Calderón, la Cibeles y el coche de Pedro Sánchez. Donde finalmente han cabido muchos más pasajeros de lo que parecía. Otra cosa es que sepan adónde se dirigen.

EL MUNDO 22/05/17 JORGE BUSTOS





Salto al vacío

Sánchez expresa su pensamiento sin subordinadas. No-es-no, sí-es-sí. Sintaxis escueta para una política monosilábica

CUANDO Pedro Sánchez publica en Twitter le suelen sobrar caracteres. Es el suyo un lenguaje simplista, de inspiración publicitaria y consignas breves. La expresión de un pensamiento tautológico en el que sobran las subordinadas; una sintaxis escueta para una política monosilábica. Con el no-es-no y el sí-es-sí ha levantado un proyecto, ha amotinado a las bases, ha plebiscitado la abstención en la investidura de Rajoy y ha recuperado en pocos meses su puesto. Como Sansón, ha sacudido las columnas del templo para llevarse por delante a los filisteos. La enfermedad ideológica del Partido Socialista es muy grave cuando una candidatura puede triunfar con tan poco fundamento.

Pero ha ocurrido y el triunfo de Sánchez empuja al PSOE a un salto al vacío. A un vuelco en la estructura de la organización y a una estrategia de alianzas que puede acabar con el modelo tradicional del partido. Eso era lo que pretendía evitar la coalición agrupada en torno a Susana Díaz: la liquidación del método de funcionamiento representativo. El del poder de los territorios, las instituciones y las baronías, el del comité federal y los órganos de contrapeso político. El antiguo –y nuevo– secretario general ha cimentado su victoria en la oferta de un liderazgo vertical, directo, asambleario, populista, y pocos dirigentes dudan de que se empleará a fondo, purga incluida, para cumplir lo prometido. Como el rey nazarí Muhammad V, que tras ser derrocado volvió a la Alhambra y colgó en la puerta las cabezas de sus enemigos.

Sánchez convirtió las primarias en una revancha y ha ganado. Le ha funcionado el discurso de rebeldía contra el aparato entre una militancia rabiosa a la que ha encandilado con una tensión próxima al colapso. Ha hecho un programa del odio a la derecha –y a las propias élites socialistas– y con eso ha captado el voto del cabreo, la rabia y el desencanto. Susana Díaz le construyó el personaje con sus errores tácticos; la forma convulsa en que ejecutó el golpe de octubre dejó viva a su víctima y le facilitó la escritura del guión que hasta entonces no tenía; le diseñó un relato. Le permitió erigirse en una especie de tribuno de la plebe, de jacobino y se convirtió a sí misma en diana del repudio al cuartelazo.

El desenlace de esta abrasiva elección interna, envenenada de hostilidad caníbal y de desgarro, no sólo supone un punto de no retorno en la trayectoria autodestructiva del socialismo democrático; afecta a la estabilidad del Estado. Sánchez no ha ocultado su intención de acercarse a la extrema izquierda para constituir contra el PP un frente de rechazo. La moción de censura podría resultarle tentadora si Iglesias lo apoyase a él como candidato. Todo es impredecible en un hombre tan aficionado a los bandazos, pero que ha logrado sobrevivir a su aniquilación política con la resistencia suicida de un partisano.

ABC 22/05/17 IGNACIO CAMACHO

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