lunes, 22 de mayo de 2017

SECESIONISMO Y NACIONALISMO ESPAÑOL

¿UN NUEVO NACIONALISMO VASCO?

EL DISCURSO DEL PNV SE HA VUELTO HACIA LA TRADICIÓN FUERISTA PARA ESCAPAR DE LA TRAMPA A LA QUE CONDUJO LA APELACIÓN A LA NACIÓN Y A LA INDEPENDENCIA.

Si algo llama la atención en el convulso panorama de la política española actual, en el que el empuje del nacionalismo catalán hacia la independencia se revela, seguramente, como su principal problema, es la moderación y discreción con que se comporta el Partido Nacionalista Vasco (PNV). Su gestión de la Comunidad Autónoma, en muchos aspectos modélica, carece de referencias victimistas con respecto al Estado -lo que no excluye que, en determinadas ocasiones, se apele a la ampliación del marco competencial o se reivindiquen mayores compensaciones en la liquidación del Cupo Vasco- y sus manifestaciones con respecto al autogobierno se apartan explícitamente del radicalismo catalán, hasta el punto de que tanto el presidente del partido, Andoni Ortuzar, como el lehendakari, Íñigo Urkullu, dejan de lado la cuestión de la independencia. Hay, entre los analistas políticos, quien cree que esto último es tan sólo una retirada táctica y que, una vez resuelto el asunto de Cataluña, el PNV levantará de nuevo la bandera de la separación de España. No es esa mi opinión, principalmente porque prescinde del hecho de que el PNV está, desde hace algunos años, en el camino de vuelta, después de haber hecho del independentismo su guía y haber fracasado estrepitosamente.

La experiencia de Juan José Ibarretxe en la conducción del proyecto nacionalista, desde su nombramiento como lehendakari en enero de 1999 hasta su fracaso electoral una década más tarde, fue traumática para el PNV, pues se saldó con la pérdida del poder, por una parte, y del cuestionamiento de su hegemonía en el nacionalismo, por otra. Recordemos los principales acontecimientos: Ibarretxe tomó posesión de la Presidencia del Gobierno Vasco tras la firma del Pacto de Lizarra entre los partidos nacionalistas y ETA con el fin de impulsar el proceso independentista. Ardanza, su predecesor, no había querido asumir tal compromiso y dejó el campo libre al radicalismo jeltzale que encarnaba quien había sido su segundo en el gobierno. Entretanto, ETA había declarado una tregua que despertó muchas esperanzas de paz en el País Vasco, aunque la rompió en enero de 2000. No obstante, el electorado premió la política del PNV en las elecciones autonómicas de 2001 -en las que concurrió coaligado con Eusko Alkartasuna (EA) y, con más de 600.000 votos, logró 33 escaños- y ello se consideró aval suficiente para emprender la ruta hacia la independencia mediante la redacción de un nuevo Estatuto Político de la Comunidad de Euskadi -más conocido como Plan Ibarretxe- que se aprobó en la Cámara de Vitoria, con el concurso de tres de los seis diputados de Euskal Herritarrok -el partido de ETA-, durante la última sesión parlamentaria de 2004. Dos meses más tarde sería rechazado por el Congreso de los Diputados en una sesión memorable durante la cual se evidenció la soledad de todos los nacionalistas -vascos, catalanes y gallegos- en su pretensión separatista. Sin embargo, esto no arredró a Ibarretxe, quien inmediatamente convocó unas elecciones autonómicas con el propósito de convertirlas en un plebiscito sobre su Estatuto. Su fracaso resultó notorio, de manera que la coalición PNV-EA perdió más de 135.000 votos, instalándose así en una tendencia descendente que sería confirmada en las elecciones municipales de 2007 y que culminaría en la pérdida del poder autonómico en 2009 cuando el socialista Patxi López, con la desinteresada ayuda del PP, logró instalarse en el Palacio de Ajuria Enea. Antes de ello, Ibarretxe había quemado su último cartucho al intentar en 2008 convocar un referéndum mediante una Ley de Consultas que, en septiembre de ese año, rechazó unánimemente el Tribunal Constitucional.

Tras la debacle electoral, Ibarretxe fue retirado del liderazgo del partido. Éste acabó siendo asumido por el tándem Urkullu-Ortuzar que, en las elecciones de 2012, logró desplazar a López de la lehendakaritza, aunque todavía el poder del PNV no se encontraba plenamente restaurado, pues los jeltzales estaban siendo cuestionados en su hegemonía del nacionalismo por los herederos de ETA -que en las municipales de 2011, pisándoles los talones, les habían desplazado a un segundo plano en Guipúzcoa-. Habría que esperar a la siguiente legislatura, municipal y autonómica, para que el PNV restableciera la posición de que había gozado desde la instauración de la autonomía en el País Vasco, ocupando el liderazgo en sus principales instituciones. En total, desde el impulso inicial del fracasado ciclo independentista, habían pasado dieciocho años.

En ese mismo período de tiempo, la opinión pública vasca experimentó también cambios relevantes con relación a la cuestión de la independencia. Para empezar, según muestran los resultados del Euskobarómetro -la encuesta de opinión que realiza periódicamente el departamento de ciencia política de la Universidad del País Vasco-, la adscripción de los vascos al nacionalismo permaneció prácticamente estancada en torno al 40% mientras Ibarretxe desarrolló su proyecto; y sólo cuando se evidenció su fracaso, tras las elecciones de 2005, recuperó un cierto empuje hasta llegar al 44% en el año en el que el PNV perdió el poder. Sin embargo, dentro del segmento nacionalista de la población, el Plan Ibarretxe despertó un cierto entusiasmo, de manera que, en el período de su formulación y debate -entre 2001 y 2005-, el porcentaje de los vascos que consideraba que la independencia era deseable para el país llegó a ascender hasta el 37 por ciento. Son, como se ve, proporciones minoritarias, aunque extensas, de la población que se mantuvieron limitadas, sin duda, porque la opinión contraria al independentismo -que, en aquél momento, era también radical y manifiestamente opuesta a ETA, a pesar del riesgo que ello conllevaba- se mantuvo muy activa de la mano de organizaciones de la sociedad civil como el Foro Ermua, Basta ya, la Fundación para la Libertad o Covite -la asociación que reunía a las víctimas vascas del terrorismo-. Pero después de 2005, mientras el independentismo se desinflaba, el nacionalismo recuperaba un cierto pulso, en especial desde 2009, cuando fue desplazado del gobierno regional.

Tras este último acontecimiento, en medio de la catástrofe, el PNV supo leer los datos de la realidad política y, sobre todo, de la opinión pública. Ya había renovado dos años antes la cúpula del partido, poniendo al frente a Íñigo Urkullu, y repudió al perdedor de la lehendakaritza -Juan José Ibarretxe, quien anunció su retirada durante la investidura de Patxi López-. Pero, sobre todo, atemperó el discurso independentista para centrar la acción del partido en el desgaste de la gestión socialista -y había motivos para ello, pues, lo mismo que en el conjunto de España, el PSOE no supo afrontar adecuadamente la crisis- mientras, paralelamente, recuperaba la idea de la superioridad jeltzale para entender las necesidades de la sociedad vasca. En el plano identitario, el PNV volvió sobre su vieja alma autonomista y sólo dejó entrever el independentismo en contados actos del partido, siempre como un objetivo lejano y utópico. Esta estrategia le permitió recuperar el poder autonómico en 2012 y la hegemonía del nacionalismo frente a los epígonos de ETA en 2015.

Y en eso estamos. El discurso del PNV se ha vuelto hacia la tradición fuerista -que, por cierto, no es privativa de ese partido, pues toda la derecha y buena parte de la izquierda españolistas encuentran en ella su inspiración para defender el hecho diferencial vasco reconocido en la disposición adicional primera de la Constitución- para escapar de la trampa a la que condujo la apelación a la nación y su independencia. De este modo, Urkullu acuñó en septiembre de 2016 el término «nación foral» para referirse a Euskadi, significando con ello que es en los Fueros, en la Ley Vieja cuyo reconocimiento unía inseparablemente a las provincias vascongadas con la Corona de España, en donde se inspira la nueva orientación del nacionalismo vasco hegemónico. Nación foral es una expresión que reúne dos términos contradictorios, pues sólo se puede ser foral -es decir, portador de un tratamiento diferenciado y, en este caso, privilegiado- en el ámbito nacional de España y, por tanto, no cabe en lo foral una nación diferenciada de aquél. Pero tal oxímoron no parece inquietar a los dirigentes del PNV, toda vez que esa formulación les permite reconducir su política y alejarla de la fractura a la que condujo el independentismo. Y así, en declaraciones sucesivas les hemos visto señalar públicamente que no es posible un País Vasco independiente dentro de la Unión Europea, aceptando que las instituciones jurídicas de ésta no lo permitirían y que, además, tal pretensión acabaría dañando la economía y el bienestar de los vascos. Y también les hemos visto reconocer que el futuro del autogobierno vasco habrá de renovarse dentro del marco constitucional de España. Cómo haya de ser ese futuro no lo sabemos, pues las escasas apelaciones que se han hecho a él son más bien confusas, aunque apunten a algún desarrollo jurídico de la mencionada disposición adicional, tal vez a través de una reforma del Estatuto de Gernika. En todo caso, no es la formulación de un nuevo marco identitario lo que más preocupa a los jeltzales, pues, como se ha visto en el reciente debate de investidura de Rajoy, las principales reivindicaciones de la agenda vasca aluden a la renovación del Cupo, a las millonarias inversiones estatales que se reclaman para Euskadi, a una posible transferencia de las competencias de gestión de la Seguridad Social y a algún tipo de arreglo en la política penitenciaria aplicada a los presos de ETA. La voluntad pactista está en todas ellas y a su negociación con el gobierno español se han dispuesto, como siempre con discreción y tenacidad, los nacionalistas vascos. El contraste con la estridencia independentista del nacionalismo catalán es evidente.

MIKEL BUESA 15/04/2017 Mikel Buesa es catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.


LA HORA DE LA POLÍTICA EN CATALUÑA

CASI CINCO AÑOS DESPUÉS DEL INICIO DEL LLAMADO "PROCESO DE TRANSICIÓN NACIONAL DE CATALUÑA" -CONOCIDO POPULARMENTE COMO "PROCESO"- CONVIENE PREGUNTARSE POR QUÉ HEMOS LLEGADO AQUÍ Y QUÉ PUEDE OCURRIR EN LOS PRÓXIMOS MESES CON EL DESAFÍO SECESIONISTA QUE EL NACIONALISMO CATALÁN PLANTEA AL ESTADO.

¿Por qué hemos llegado hasta aquí?

El proceso es la consecuencia de determinadas variables -históricas, ideológicas, políticas, económicas y sociales- perfectamente interrelacionadas.

1. El Ser de Cataluña según el nacionalismo. Desde sus orígenes -con el movimiento conocido como Renaixença, a mediados del siglo XIX: para entendernos, la versión catalana del Romanticismo alemán-, el catalanismo primero, y el nacionalismo catalán después, afirman que Cataluña es una nación y que, en consecuencia, tiene derecho a un Estado propio e independiente. En la estela de la definición propuesta por José Stalin (El marxismo y la cuestión nacional, 1913), Cataluña sería una nación al conformar "una comunidad humana estable, históricamente constituida, nacida sobre la base de una comunidad de lengua, de territorio, de vida económica y de formación psíquica que se traduce en una comunidad de cultura". Un paso más. De acuerdo con el principio de las nacionalidades del siglo XXI y principios del siglo XX -de Mancini a Wilson-, el nacionalismo catalán sostiene que, por definición, por derecho natural, toda nación tiene derecho a poseer su correspondiente Estado. El silogismo nacionalista es este: si Cataluña es una nación, si toda nación tiene derecho a constituirse en Estado, de estas premisas, se concluye que Cataluña tiene derecho a un Estado por el hecho de ser una nación. En definitiva, del Ser nacional al Estar como nación. Una cita del volumen colectivo ¿Qué le pasa a Cataluña? (edición bilingüe en inglés y castellano de Liz Castro, 2013): "Cataluña, nuestro país, es una nación. Una nación que, para mantener su identidad y poder avanzar, necesita instrumentos de estado. Esa nación ha existido desde hace siglos. Tiene su propia identidad, cultura, lengua e instituciones. Cataluña quiere seguir, y con seguridad se le debe permitir que siga, su propio camino" (Un nuevo camino para Cataluña, Artur Mas, expresidente de la Generalitat de Cataluña).

2. La competición por los recursos. Si en el siglo XIX el nacionalismo catalán, encarnado en la burguesía catalana, quería apropiarse del mercado español por la vía del proteccionismo, en el siglo XX y XXI desafía al Estado para conseguir determinadas ventajas de índole política, económica, simbólica y psicológica. La invención de una identidad nacional propia, a la cual le correspondería de forma natural un Estado propio e independiente, justificaría la apropiación y disfrute de los más variados recursos propios. Una cita del volumen ya mencionado: "El conflicto entre Cataluña y España no es solo una cuestión económica. Sin embargo, la cuestión económica es sintomática del resto de la relación, caracterizada por la dominación, el engaño y la falta de respeto de la nación dominante hacia la que fue conquistada hace trescientos años" (Una asfixia premeditada, Elisenda Paluzie, profesora titular de Economía en la Universidad de Barcelona y decana de la facultad de Economía y Empresa).

3. La conservación del poder y la impunidad administrativa y penal. El "proceso" como proyecto para mantenerse en el poder. Por eso, en septiembre de 2012, al día siguiente de una Diada promovida por la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y orquestada por las terminales mediáticas al servicio del nacionalismo, el gobierno de la Generalitat, presidido por Artur Mas -que lee la manifestación como si de un sondeo electoral se tratara-, se sube a la ola independentista e impulsa una dinámica reivindicativa con la intención de obtener réditos electorales. Para ello, usa y abusa del victimismo y del llamado "derecho a decidir". Con estos mimbres, después de recibir el ansiado "no" de Mariano Rajoy al concierto económico para Cataluña, Artur Mas da el portazo al Estado y regresa a Cataluña como líder y guía de un "proceso" que le permite ocultar su responsabilidad en el desgobierno de la Generalitat y neutralizar la protesta ciudadana -¿habrá que recordar que Artur Mas llegó al Parlament en helicóptero en junio de 2011?- en contra de la política de austeridad y de los recortes sociales. Una manera de consolidar el poder. Y una manera de eludir -en la hipotética República Catalana Independiente- cualquier responsabilidad administrativa o penal derivada de los presuntos casos de corrupción que podrían salpicar al nacionalismo catalán.

4. El peronismo mediterráneo, la espiral del silencio y el mimetismo de la masa. Si ustedes consultan la página web de Juan Domingo Perón, podrán leer lo siguiente "La verdadera democracia es aquella donde el gobierno se ajusta a lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo... El peronismo es esencialmente popular... La política no es para nosotros un fin, sino solo el medio para el bien de la Patria que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional... Queremos una Argentina socialmente justa, económicamente libre, y políticamente soberana... En esta tierra lo mejor que tenemos es el Pueblo". Si ustedes sustituyen "peronismo" por "independentismo" y "Argentina" por "Cataluña", si ustedes hacen eso, percibirán que el nacionalismo catalán es una variante mediterránea del peronismo. Un peronismo que encuentra su aliado en la llamada "espiral del silencio": ese no expresar lo que uno piensa cuando va a contracorriente de lo publicado y publicitado; ese no significarse por miedo a lo que puedan pensar los otros o por temor a poner en peligro los intereses particulares, sociales o profesionales. A ello, añadamos el mimetismo de las masas y el oportunismo de quien sube al carro del caballo que cree ganador. Así se constituye un pensamiento único que condiciona, que presiona y abruma, que favorece la autocensura, que da carta de naturaleza a determinadas ideas inconsistentes y socialmente discutibles.

5. El chovinismo del bienestar. En la edición Online International de Der Spiegel del 9 de octubre de 2012 -un mes después de la Diada del 11 de septiembre-, Fiona Ehlers, Hans Hoyng, Christoph Schult y Helene Zuber publican un reportaje titulado 'La hora de los egoístas'. La ilustración: una fotografía de la manifestación de la Diada con las banderas esteladas ondeando en las calles de Barcelona. El pie de foto: "Movimentos separatistas en Europa". En el artículo, los autores del reportaje hablan de las "regiones adineradas" que en España, Gran Bretaña, Bélgica e Italia no sienten "la solidaridad con los pobres que forman parte de su propio país". En definitiva, el populismo egoísta.

6. La debilidad del Estado. Un Estado escasamente jacobino, incapaz de nacionalizar el conjunto del territorio, conseguir la unidad de caja, uniformar el derecho civil o reunificar las diversas áreas económicas. Ese Estado débil ha facilitado el desarrollo del nacionalismo. Y de eso -como de la debilidad del Estado durante la crisis de 2008- se aprovecha el independentismo en su proceso de construcción "nacional" de Cataluña.

7. La batalla mediática. En Cataluña, el nacionalismo secesionista está ganando la batalla mediática. Agit prop en estado puro. El resultado: una parte importante de la ciudadanía y de los medios de comunicación ha asumido las ideas de la Cataluña nación europea, del expolio fiscal, del derecho a decidir: En suma, la Cataluña democrática frente a la España autoritaria.

El referéndum secesionista -pactado, legal, vinculante, efectivo y reconocido por la comunidad internacional- es inviable, porque carece de apoyo legal, político, social e internacional. ¿Qué puede ocurrir? 

Diversas hipótesis.

1. El anuncio de un referéndum diferido en el tiempo. Podría anunciarse la futura convocatoria de una consulta, disfrazada de referéndum, sin concretar la fecha de su convocatoria y celebración. Una manera de evadir el recurso de inconstitucionalidad, de encubrir el fracaso del "proceso", de apaciguar los ánimos de las bases independentistas, de buscar un mayor apoyo social, de no avanzar unas elecciones autonómicas que supondrían un serio varapalo para el PDECat con la consiguiente victoria de ERC. Y una oportunidad para un "diálogo" con el Estado que difícilmente se celebrará. ¿Cómo dialogar con quien exige "o referéndum o referéndum" y se caracteriza por la práctica de la deslealtad institucional y constitucional?

2. La convocatoria de un referéndum unilateral a corto o medio plazo. Si la tensión y confrontación entre el Generalitat y el Estado aumenta -inhabilitación de la presidenta del Parlament, del ex presidente Artur Mas, de las ex consejeras Joana Ortega e Irene Rigau y del diputado Francesc Homs, a lo que habría que añadir el fracaso del "diálogo"-, el nacionalismo catalán, o una parte del mismo, tendría la excusa/justificación que busca para convocar un referéndum unilateral de autodeterminación que sería suspendido por el Tribunal Constitucional. Un referéndum que necesitaría la complicidad de unos funcionarios y empresas que deberían realizar unas microdesobediencias indispensables para su celebración. Un referéndum que no se celebraría -el Estado, escarmentado por el 9-N, lo impediría- y que, muy probablemente -ni Carles Puigdemont, ni Oriol Junqueras, ni Ada Colau, ni Xavier Domènech, ni Albano Dante Fachín quieren ser inhabilitados-, conduciría a un adelanto electoral autonómico. A favor de la convocatoria más o menos inmediata del referéndum, juega la desconfianza de una CUP -no se fía del PDECat: en Cataluña los partidos independentista se miran de reojo- que podría exigir la convocatoria de dicho referéndum bajo amenaza de ruptura del pacto de estabilidad parlamentaria.

3. La Constitución entra en juego. Si el desafío secesionista pro referéndum deviene en movimiento sedicioso, el Estado podría implementar el artículo 155 de la Constitución Española.

4. El avance de las elecciones autonómicas. Unas elecciones -disfrazadas o no de constituyentes- que, probablemente, ganaría ERC y darían lugar a un gobierno bipartito o tripartito en Catalunya -ERC, los Comunes colauistas y podemitas y quizá alguna otra fuerza política- que podría demorar, posponer o suspender temporalmente el "proceso" para entrar en una fase de acumulación de fuerzas soberanistas y/o negociar con el Estado cuestiones como el concierto económico, la inversión del Estado en infraestructuras o el reconocimiento de la realidad nacional catalana y la singularidad efectiva de la lengua catalana con todo lo que ello comportaría. ¿Un referéndum legal sobre los acuerdos que pudieran alcanzarse?

5. Elecciones autonómicas y referéndum ilegal. No cabe descartar la convocatoria y celebración, en la misma fecha, de las elecciones autonómicas y el referéndum ilegal. Objetivo: confundir al electorado, aprovechar la sinergia movilizadora de las elecciones autonómicas en beneficio del referéndum, y dificultar la respuesta del Estado y los Altos Tribunales al desafío ilegal refrendario.

CERTEZAS E INCERTIDUMBRES
A partir de ahí, algunas certezas y muchas incertidumbres.

Certezas: la crisis institucional en Cataluña, la pérdida de la afectio societatis, la división y resquebrajamiento de la sociedad catalana, la substitución de las elites políticas gobernantes en Cataluña (de la mesocracia burguesa urbana de Convergència a la mesocracia comarcal de Esquerra y el movimiento antisistema de los Comunes), la reconfiguración del mapa de los partidos políticos (desaparición de CDC y UDC y dilución de PSC e ICV), el final de un ciclo político en Cataluña, la emigración de empresas y la huida de capitales e inversiones.

Incertidumbres: ¿cómo superar el "síndrome de la nación elegida" y de la "víctima inocente" (John Elliott) que padece el nacionalismo catalán? ¿Cómo lograr que el nacionalismo se adhiera a la legalidad democrática y el Estado de derecho? ¿Cómo aplicar el artículo 155 de la Constitución si resulta preciso hacerlo? ¿Cómo sobreponerse y administrar la frustración que aquejará a buena parte de los catalanes que comulgaron con la ficción de una República Catalana Independiente? ¿Cómo evitar que la frustración derive en odio? ¿Cómo revertir el "nacionalismo banal" (Michael Billig) que se percibe en Cataluña en los símbolos, la política lingüística, la información, la terminología, la rotulación callejera, la Administración, la escuela, la cultura, la información meteorológica, los mapas, el deporte o el ocio? ¿Cómo recuperar el tiempo y el prestigio dilapidados? ¿La vuelta -antes o después- del "proceso" con nuevos o viejos bríos?

MIQUEL PORTA PERALES 01/05/2017 



POR QUÉ SER ESPAÑOL SIN COMPLEJOS

Se atribuye tanto al lugarteniente de la propaganda comunista al servicio de Lenin y de Stalin, Willi Muzenberg, como al ministro de propaganda de Hitler, Paul Joseph Goebbels, la conocida y terrible frase: "Una mentira mil veces repetida se convierte en verdad", algo que más tarde corroboraría la ciencia neurobiológica y que incluso los nacionalistas españoles utilizan sin rubor. Aquí hemos padecido durante siglos un mentiroso descrédito, que a fuerza de ser repetido ha terminado por ser asumido no solo por nuestros enemigos exteriores y gentes malinformadas sino por nosotros mismos, incluidos muchos intelectuales tan poco rigurosos como mal pensados. Pero lenta, seria y progresivamente comenzamos a disponer de un verdadero arsenal de argumentos (en gran parte, recientes y de origen extranjero) que es hora de exhibir y utilizar, no solo para desmentir las falsedades que nos atribuyen, sino sobre todo para reivindicar la extraordinaria grandeza de nuestra nación (y sus contribuciones sin igual a la forja de la civilización occidental), como patria cultural de los grandes logros sociales y económicos de la humanidad.

Aunque el catálogo de publicaciones es ya muy amplio me referiré a aquellas que considero esenciales y suficientes para despertar el interés y el orgullo de ser españoles, que como veremos son muy convincentes. La mejor antología en defensa de la civilización española (por su amplitud y profundidad) salió a la luz recientemente con el descriptivo título Imperiofobia y leyenda negra (2016), escrita por María Elvira Roca, de la que extraemos la mayor parte de los desmentidos y logros que se describen a continuación. Comenzando por la expulsión de los judíos de España, que fue más tardía y en mejores condiciones que en el resto de países europeos, porque aquí podían quedarse previa conversión, y si se iban tenían derecho de enajenación de sus bienes, con la conclusión final de que su marcha apenas impactó a la economía española. El renombrado y prestigioso Renacimiento fue posible gracias al Imperio español, no a pesar de nuestro país. La Italia española se desarrolló (crecimiento de la población y de las infraestructuras) mucho más que Venecia o Florencia. El protestantismo dinamitó la unidad europea, inventó la propaganda mediante libelos mentirosos y zafios, expolió la propiedad privada de los católicos mediante la violencia y las armas, y creó la monarquía absoluta política y religiosa. Para el gran historiador del pensamiento M. N. Rothbard, "frente a tal concepción política que prescindió del derecho natural que permitía criticar las actuaciones despóticas del Estado, el pensamiento escolástico español defendía la limitación del poder real y la división de poderes". La supuesta tolerancia protestante se explica mal cuando sabemos que hasta 1860 en Inglaterra, Suecia, Dinamarca y Noruega los católicos y otras confesiones eran objeto de la confiscación de sus bienes y el exilio forzoso. El fracaso de la Armada Invencible fue seguido de otros intentos ingleses de derrotar a España, con muchos más recursos, en la península ibérica, Cartagena de Indias, México y Argentina. En todos ellos España venció brillantemente con mucha más destreza militar que medios, siempre inferiores a los de los británicos.

Sobre Shakespeare se sabe muy poco (a diferencia de sobre Cervantes) quizás porque era católico en una Inglaterra donde los seguidores de esta fe estaban perseguidos. Nunca pudo "salir del armario" y, a diferencia de sus colegas europeos, jamás asumió la leyenda negra, llegando a crear un personaje para criticar al traidor Antonio Pérez, uno de sus padres.

La famosa hambruna irlandesa, que tantos muertos causó, no fue debida a una mala cosecha de patatas, sino a una deliberada y trágicamente exitosa política de la anglicana Inglaterra contra la católica Irlanda. La Inquisición fue creada en Francia, para mucho tiempo después llegar a España. Con datos fidedignos de todos los casos juzgados en España entre 1540 y 1700, hubo 1.346 condenas (no ejecuciones) a muerte y en toda Europa (incluida España) no llegaron a las 3.000. En cualquier país protestante estas cifras son irrisorias comparadas con sus ejecuciones al margen de la ley. Galileo no fue torturado por la Inquisición y "Eppur si muove" es una frase inventada en Londres en 1757. Sin embargo, Lavoisier (padre de la ciencia química) fue guillotinado en Francia porque, según su sentencia, "la Revolución no necesita químicos ni científicos". Los últimos estudios registran la quema de 500.000 brujas en Europa, de las que a España corresponden 27. La leyenda negra, que tuvo diversos frentes propagandísticos (Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra, Francia) utilizó los mismos métodos y medios que Willi Müzenberg cuando organizó (con éxito hasta hoy) el monopolio de "la cultura" al servicio del comunismo.

La América hispana disfrutó de un virtuoso desarrollo: vías de comunicación que vertebraron el continente, ejemplar ordenamiento urbano de las ciudades y amplio despliegue de hospitales. En Lima, uno por cada 101 habitantes, una cifra mejor que las actuales de Estados Unidos. Se fundaron en América más de 20 centros de educación superior y, hasta la independencia, salieron de ellos 150.000 licenciados de todos los colores, castas y mezclas. Ni portugueses ni holandeses abrieron nunca universidad alguna en sus imperios. Hay que sumar la totalidad de las universidades creadas por Bélgica, Inglaterra, Alemania, Francia e Italia en la expansión colonial de los siglos XIX y XX para acercarse a la cifra de las universidades hispanoamericanas durante la época imperial. El tristemente famoso fray Bartolomé de las Casas tuvo poca experiencia y era poco leído, pero inventó barbaridades al gusto de los enemigos de España. Estaba a favor de los sacrificios humanos de los aztecas y de la esclavitud de los negros. Su libro carece del más elemental rigor histórico. Fue Antonio de Montesinos un personaje grandioso. Sermoneó con éxito en Santo Domingo y por suscripción popular pudo viajar en 1511 a la Corte española y hablar con Fernando el Católico (¡colándose en sus aposentos y siendo atendido!) para convencerle de que los indios eran seres humanos con los mismos derechos que los españoles. Casi dos siglos después, los ilustrados Montesquieu y Jefferson se atribuyeron (en virtud de un ridículo adanismo) lo que España había sancionado legalmente con tanta antelación.

La frenología (puro racismo científico creado en la segunda mitad del siglo XVIII por Franz Joseph Gall y adoptada con trágico éxito por Hitler contra los judíos) sirvió de base para establecer que España era un país de "degenerados" por razones genéticas, lo que justificaba su decadencia. Joaquín Costa y José Ortega y Gasset fueron activos seguidores de esta siniestra escuela de pensamiento... ¡junto con la generación del 98! En su Historia Natural, el conde de Buffon (1707-1788) consideraba que América es un continente degenerado. La teoría de la degeneración no es una nota a pie de página de la Ilustración, sino uno de sus pilares. Sostenía Montesquieu en El espíritu de las leyes como "natural y beneficiosa la servidumbre natural de los indios y otras razas inferiores que habitan las zonas cálidas del planeta". Voltaire ataca con saña el catolicismo y el judaísmo con criterios racistas "científicos" y sus ideas campaban universalmente por escuelas, universidades, tertulias y salones.

Los padres escolásticos (principalmente salmantinos) "fueron los precursores de la ciencia económica contemporánea, anticipándose casi dos siglos a Adam Smith, e incluso superándolo doctrinalmente", según Joseph Alois Schumpeter, que calificó de "fundadores de la economía científica" a los teólogos de la Escuela de Salamanca. Para Friedrich Hayek, "los escolásticos españoles del siglo XVI fueron unos notables anticipadores" de la llamada ciencia lúgubre, y además, "elaboraron las primeras teorías modernas de la sociedad, luego sepultadas por la marea racionalista del siglo siguiente". Para Robert Goodwin en su España, centro del mundo 1519-1682 (2015), el mayor imperio de la historia supuso una gran colisión entre lo viejo y lo nuevo, de descubrimientos intelectuales y espirituales, de grandes experimentos políticos y sociales que culminaron en el siglo de Oro. Arndt Brendecke, en Imperio e información (2009), glosa la "entera noticia", lema que encabezó las reformas políticas españolas en tiempos de Felipe II orientadas a recabar y organizar la informació'n y el conocimiento de los dominios hispanos. ¿Alguna nación a lo largo de la historia puede presumir de un archivo como el de Las Indias?

Es hora de despertar de nuestro letargo y abandonar para siempre injustificados complejos de inferioridad mientras asumimos nuestro incuestionable genio histórico, que está lleno de aventuras, conquistas y descubrimientos civilizadores que son imprescindibles para entender el mundo tal cual es hoy.

JESÚS BANEGAS 16/05/2017 Jesús Banegas es presidente del Foro de la Sociedad Civil.


EL SUICIDIO DEL PSOE, CON PEDRO SÁNCHEZ COMO CUCHILLA, Y SUS CONSECUENCIAS PARA ESPAÑA


La victoria de Pedro Sánchez en las primarias del partido socialista sitúa al PSOE en una de las coyunturas más difíciles de su larga historia. El retorno a la secretaría general de un líder con un legado tan marcado por las derrotas electorales, las divisiones internas y los vaivenes ideológicos no puede sino provocar una profunda preocupación.

La propuesta programática y organizativa de Sánchez ha recogido con suma eficacia otras experiencias de nuestro entorno, desde el Brexit hasta el referéndum colombiano o la victoria de Trump, donde la emoción y la indignación ciega se han contrapuesto exitosamente a la razón, los argumentos y el contraste de los hechos. En este sentido, la victoria de Sánchez no es ajena al contexto político de crisis de la democracia representativa, en el que se imponen con suma facilidad la demagogia, las medias o falsas verdades y las promesas de imposible cumplimiento.

Finalmente España ha sufrido también su momento populista. Y lo ha sufrido en el corazón de un partido esencial para la gobernabilidad de nuestro país, un partido que desde la moderación ha protagonizado algunos de los años más prósperos y renovadores de nuestra historia reciente. Lo mismo le ocurrió en los meses pasados al socialismo francés, que se encuentra al borde de la desaparición de la mano del radical Benoît Hamon. Y un desastre parecido se avecina en el laborismo británico, dirigido por el populista Jeremy Corbyn. Sería ilusorio pensar que el PSOE no está en este momento ante un riesgo de la misma naturaleza. En todos los casos, la demagogia —conocida en Podemos o Trump— de los de abajo contra los de arriba se ha impuesto a la evidencia de la verdad, los méritos y la razón. Debemos asumir que esto nos sitúa ante una situación muy difícil para nuestro sistema político.

Sánchez ha construido su campaña sobre dos promesas de imposible cumplimiento. Una, conformar, con la actual configuración del Parlamento, una mayoría de gobierno alternativa al Partido Popular. Pero aunque se haya pretendido convencer a la militancia de que entonces se pudo pero no se quiso, esa mayoría fue imposible en octubre pasado y lo es también ahora, pues el PSOE no tiene la fuerza ni la capacidad de construir una mayoría de gobierno estable.

La segunda promesa ha sido la de redibujar el Partido Socialista como una organización sin instancias intermedias en la que solo existe un líder, el secretario general, y los militantes. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja: el PSOE es un partido profundamente descentralizado, tanto desde el punto de vista orgánico como territorial, donde existen múltiples instancias de poder con las que es inevitable contar. No entender ni respetar esa pluralidad y complejidad es lo que le llevó a perder la secretaría general en octubre pasado.

Fue la combinación de esos dos hechos, la imposibilidad de gobernar y la negativa a aceptar las consecuencias, lo que llevó a Pedro Sánchez a perder el apoyo del comité federal y, eventualmente, a dimitir. Las circunstancias no han cambiado, así que Sánchez vuelve al punto de partida de octubre. Con una diferencia crucial: que lo hace después de una serie de giros ideológicos en cuestiones clave (las alianzas con Podemos y el concepto de nación) que le alejan aún más de la posibilidad de gobernar.

En un momento en el que España enfrenta un grave problema territorial en Cataluña, era más necesario que nunca que el PSOE se configurase como un partido estable y capaz de suscitar amplios apoyos. Lamentablemente, el proyecto de Sánchez, en el que no cuenta con nadie que represente el legado de 22 años de Gobierno del PSOE ni ningún poder territorial significativo, aboca al partido a la profundización de una ya gravísima crisis interna. Como demuestran las debacles electorales que sufren los socialistas en toda Europa, y como ya han experimentado los socialistas en España, los márgenes para la supervivencia y relevancia del proyecto que aspiran a encarnar son de por sí ya muy estrechos. En esas circunstancias, la confusión ideológica y el modelo de partido asambleario en el que se ha apoyado Sánchez fácilmente podrá desmovilizar aún más a sus votantes y alejar a los socialistas del poder.

EL PAÍS 22 MAY 2017



Suicidio socialista
Ya se relame Pablo Iglesias pensando en ese Pedro Sánchez ansioso por arrojarse a sus brazos

Tengo para mí que el PSOE no sale de ésta. No, al menos, en forma y fondo comparables a lo que fue y representó. La guerra que se ha librado en el partido a lo largo de estos meses por el control de la organización lo ha dejado reducido a escombros, sobre los que reinará un Pedro Sánchez ávido de venganza. Susana Díaz está muerta fuera de su feudo andaluz. Patxi López sobrevivirá, sometido sin condición. Pero las ruinas son tan difíciles de recomponer en algo parecido a una casa común que si yo fuera dirigente de una formación política me grabaría a fuego en el programa que las primarias, lejos de constituir la mejor receta posible para dirimir el liderazgo, son la peor. Un auténtico suicidio.

La lucha abierta entre aspirantes a la secretaría general o la cabeza de una lista no solo abre heridas purulentas entre presuntos compañeros, exhibidas con deleite en ciertos medios de comunicación para mayor gloria de las siglas que aspiran a comerse los despojos, sino que pone al descubierto el divorcio existente entre los deseos y expectativas de una militancia ahíta de ideología y los del conjunto del electorado que escoge su papeleta en busca de soluciones para problemas reales. ¿Qué empresa o qué familia saldría indemne de un debate público a martillazos como el mantenido entre Díaz, López y Sánchez, fingiendo haber zanjado en él las diferencias y volver a caminar unida? Ninguna. La fórmula solo funciona, como juego de apariencias, cuando se convierte en mero trámite al que concurre un candidato predeterminado y otro en calidad de sparring dispuesto a ser vapuleado. Cuando hay pelea de verdad, como en este caso, los daños son tales que resultan irreparables para el conjunto, porque, además de alimentar odios y rencores personales brutales, como los que vimos florecer en ese duelo a tres fratricida, abren heridas por las que sangra un flujo letal de votos.

Las primarias no garantizan tampoco un incremento sustancial en la calidad de nuestro sistema de representación, en la medida en que depositan todo el poder decisorio en los militantes, obviamente más radicales en su postura que los votantes de una formación, obligando a estos últimos a tragar con la elección de esa minoría sectaria, cambiar de partido o refugiarse en la abstención. Dicho de otro modo; benefician claramente al extremismo y la demagogia, en perjuicio de la sensatez y capacidad de gobierno. Por eso gana entre las bases quien luego pierde en las urnas. Se me dirá, con razón, que mejor el conjunto de los afiliados que un pequeño número de «aparatchik» o directamente un dedazo. Pero la solución verdaderamente democrática, la única válida a efectos de recuperar para el pueblo la soberanía hoy secuestradas por los partidos, sería un cambio en la ley electoral que permitiera a los ciudadanos conocer a sus representantes y pedirles cuentas de sus actos. Una reforma hacia la circunscripción unipersonal tan distinta a la concepción actual de la relación entre elector y elegido que ninguna formación política ha querido nunca apostar por ella.

Ayer ganó holgadamente Pedro Sánchez pero perdieron el PSOE y España. Ganó la confrontación. Ya se relame de gusto Pablo Iglesias pensando en ese secretario general socialista ansioso por arrojarse a sus brazos para avanzar de su mano, y la del separatismo, hacia el abismo populista. Hoy Mariano Rajoy escruta el paisaje tras la batalla, analiza las encuestas que siguen colocando al PP en cabeza y se reafirma en su negativa a probar semejante cicuta.

ISABEL SAN SEBASTIÁN 22/05/2017 ABC

Ferraz: tarde para la ira

La paz está sobrevalorada. El futuro también. El militante no ha venido a traer la paz, sino la guerra, y no tiene ningún interés en garantizar el porvenir sino en ajustar cuentas con el pasado. Porque eso es lo que se ventilaba en las primarias socialistas: el cuarto cerrado del Comité de octubre donde se corrompía un cadáver insepulto. Lo dejaron tanto tiempo ahí que terminó levantándose y echando a andar. Y metiéndole 10 puntos a la autora del crimen. Porque así es como ha decidido ver a Susana –un funeral en los ojos traía ayer a la sala de prensa– la mayoría de la militancia. Si el futuro es dudoso, si hemos de morir, al menos moriremos con las culpas repartidas y las afrentas vengadas.

Con el retorno de Sánchez el PSOE se asegura de que tiene todo el pasado por delante. Con una salvedad: don Pedro es un político tan tornadizo que nadie puede pronosticar su próxima encarnación. Sus votantes piden guadaña, pero en Ferraz cundía anoche la opinión de que manejará la revancha con prudencia. Ya es tarde para la ira: todo apuntaba que cubrir el PSOE dejará de pertenecer al periodismo de sucesos. Ahora Pedro enterrará la chupa de rebelde y desempolvará la camisa socialdemócrata. Escabechará algunas cabezas orgánicas –tiene que dar carnaza a los suyos– y removerá cargos del grupo parlamentario, pero pactará la no agresión con los barones. Se equivocaría Iglesias si madrugara el entusiasmo: Sánchez no se ha arrancado los hilos del aparato socialista para acabar supeditado a la ambición de su competidor populista. No presentará una moción que no tenga atada. Rajoy puede llegar a 2019 con sus socios presupuestarios. Eso decepcionaría mucho a los que han repuesto furiosamente a Pedro en el trono de Ferraz, pero no podrán alegar que desconocían la cintura líquida de su ídolo.

Claro que ayer, a última hora de la tarde, los eufóricos militantes congregados a la puerta de la sede no estaban para cálculos. Cantaban: «¡Se nota, se siente, Pedro presidente!» –que ya es euforia–, «¡No es no!», luego «¡Sí es sí!» y por último, ya desatados, La Internacional, puño en alto. Era aquella la euforia de los nostálgicos –muchos entrados en la sesentena–, que contrastaba con la promesa de modernidad de su candidato. Da lo mismo: nadie les estropeará estas dulces horas de satisfacción servidas en frío que sólo reporta la venganza.

Pedro Sánchez, acompañado de su mujer, llegó en coche a Ferraz y se metió furtivamente en el garaje. Horas después comparecía sonriente, se dejaba ver y tocar como si su mero contacto causara el cambio en La Moncloa. Seguramente nunca se sintió dueño de la Secretaría General durante los dos años anteriores al Comité de octubre, con la silla permanentemente meneada desde el sur por la misma mano que lo había colocado.

Ayer hizo su entrada en la sala de prensa como secretario general autónomo, verdaderamente poseído de su condición, pues la ha ganado combatiendo. La corrupción del PP y su política de pactos alternativa –que volvía aún más superflua la abstención socialista a ojos de la militancia– ha sido la gasolina que ha empujado su cabalgada. Anoche todos los agradecidos residentes en Madrid disponían de tres foros para desahogarse a gusto: el Calderón, la Cibeles y el coche de Pedro Sánchez. Donde finalmente han cabido muchos más pasajeros de lo que parecía. Otra cosa es que sepan adónde se dirigen.

EL MUNDO 22/05/17 JORGE BUSTOS





Salto al vacío

Sánchez expresa su pensamiento sin subordinadas. No-es-no, sí-es-sí. Sintaxis escueta para una política monosilábica

CUANDO Pedro Sánchez publica en Twitter le suelen sobrar caracteres. Es el suyo un lenguaje simplista, de inspiración publicitaria y consignas breves. La expresión de un pensamiento tautológico en el que sobran las subordinadas; una sintaxis escueta para una política monosilábica. Con el no-es-no y el sí-es-sí ha levantado un proyecto, ha amotinado a las bases, ha plebiscitado la abstención en la investidura de Rajoy y ha recuperado en pocos meses su puesto. Como Sansón, ha sacudido las columnas del templo para llevarse por delante a los filisteos. La enfermedad ideológica del Partido Socialista es muy grave cuando una candidatura puede triunfar con tan poco fundamento.

Pero ha ocurrido y el triunfo de Sánchez empuja al PSOE a un salto al vacío. A un vuelco en la estructura de la organización y a una estrategia de alianzas que puede acabar con el modelo tradicional del partido. Eso era lo que pretendía evitar la coalición agrupada en torno a Susana Díaz: la liquidación del método de funcionamiento representativo. El del poder de los territorios, las instituciones y las baronías, el del comité federal y los órganos de contrapeso político. El antiguo –y nuevo– secretario general ha cimentado su victoria en la oferta de un liderazgo vertical, directo, asambleario, populista, y pocos dirigentes dudan de que se empleará a fondo, purga incluida, para cumplir lo prometido. Como el rey nazarí Muhammad V, que tras ser derrocado volvió a la Alhambra y colgó en la puerta las cabezas de sus enemigos.

Sánchez convirtió las primarias en una revancha y ha ganado. Le ha funcionado el discurso de rebeldía contra el aparato entre una militancia rabiosa a la que ha encandilado con una tensión próxima al colapso. Ha hecho un programa del odio a la derecha –y a las propias élites socialistas– y con eso ha captado el voto del cabreo, la rabia y el desencanto. Susana Díaz le construyó el personaje con sus errores tácticos; la forma convulsa en que ejecutó el golpe de octubre dejó viva a su víctima y le facilitó la escritura del guión que hasta entonces no tenía; le diseñó un relato. Le permitió erigirse en una especie de tribuno de la plebe, de jacobino y se convirtió a sí misma en diana del repudio al cuartelazo.

El desenlace de esta abrasiva elección interna, envenenada de hostilidad caníbal y de desgarro, no sólo supone un punto de no retorno en la trayectoria autodestructiva del socialismo democrático; afecta a la estabilidad del Estado. Sánchez no ha ocultado su intención de acercarse a la extrema izquierda para constituir contra el PP un frente de rechazo. La moción de censura podría resultarle tentadora si Iglesias lo apoyase a él como candidato. Todo es impredecible en un hombre tan aficionado a los bandazos, pero que ha logrado sobrevivir a su aniquilación política con la resistencia suicida de un partisano.

ABC 22/05/17 IGNACIO CAMACHO

domingo, 21 de mayo de 2017

LA DEMOCRACIA SOIY YO, PABLO IGLESIAS EL EXTREMISTA

La moción de censura que ayer registró Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados no va contra Rajoy, ni contra el PP, sino contra el régimen parlamentario del 78

No hay otra forma razonable de interpretar sus actos. A las pocas horas de poner en marcha el único mecanismo de reprobación parlamentaria que sí tiene efectos vinculantes, y a sabiendas de que va a quedar más solo que la una en la votación, pastoreó una manifestación en la calle para que fueran los ciudadanos del común, al grito de «hay que echarles», quienes pusieran voz a lo que los representantes de la soberanía popular se niegan a decir.

La manifestación de hoy recuerda mucho a las acampadas del 15-M en las que se alzaba el clamor del «no nos representan». La diferencia es que por aquel entonces Podemos no se había presentado a las elecciones y dirigía ese grito de deslegitimación contra los representantes de una casta endogámica, vetusta, corrupta y adocenada que había dejado de sintonizar, según ellos, con las inquietudes del pueblo. Todo cambiaría, nos decían, cuando los electores tuvieran la oportunidad de llevar a las instituciones democráticas a los intérpretes de la nueva política.

Pero no ha sido así. Al parecer, el Congreso surgido de las últimas elecciones tampoco nos representa. Ni nos representaba cuando Podemos le plantaba cara desde el «speaker’s corner» de la Puerta del Sol, ni nos representa ahora, con Podemos convertida en la tercera fuerza parlamentaria. Y mucho me temo que, en opinión de Pablo Iglesias, no nos representará hasta que él tenga la posibilidad aritmética de hacer lo que le de la gana.

Los que enarbolan hoy las pancartas del «hay que echarles» no están señalando a Rajoy, sino a los diputados que se niegan a arrojarle a las tinieblas exteriores. En el fondo no es una manifestación contra la corrupción del PP, sino contra la negativa del Parlamento a sustituir a un presidente que hiede a mangancia por el único líder inmarcesible que es capaz de hacer de la cosa pública un lugar decente.

Su arrogancia le delata. Las manifestaciones para derribar gobiernos son propias de las dictaduras. Allí donde no hay cauces democráticos para clamar contra los sátrapas, la calle se convierte en el escenario alternativo de la censura. A Maduro, por ejemplo, no se le puede derribar en la Asamblea Nacional de Venezuela porque cuando la Asamblea lo intenta, Maduro la disuelve. Pero España no es Venezuela. De hecho, hasta donde alcanza mi memoria, aquí jamás se había producido antes una manifestación cuya única reivindicación fuera mandar a su casa a un Gobierno legítimo. En una democracia, esa batalla es propia del Parlamento, no de la algarada vocinglera de unos agitadores que se creen por encima de las urnas.

El mensaje que acaba de mandar Iglesias a la sociedad española no es muy distinto, en el fondo, del que manda a diario su amigo de Caracas: el Parlamento está bien mientras sirva para lo que yo quiero, pero si se opone a mi voluntad, la lucha debe trasladarse de sitio

La democracia soy yo. El Parlamento sólo será representativo cuando diga amén a lo que yo demando. De lo contrario será el reflejo cóncavo, achatado e infiel, de una voluntad popular que el espejo obsoleto y rancio del viejo régimen es incapaz de reproducir fielmente.

Lo que pretende conseguir Iglesias con la moción de censura que registró ayer en el Congreso es enfrentar dos legitimidades reñidas: la de unos diputados que jamás representarán a los ciudadanos mientras no hagan lo que él les diga y la del clamor de los manifestantes que le vitorean

Pincho de tortilla y caña a que, a su juicio, las cosas sólo se arreglarán cuando la segunda sea capaz de torcer la voluntad de la primera. La democracia representativa ha muerto. Viva la política asamblearia. No se trata de que unos cuantos piensen por nosotros, sino de que unos pocos nos digan cómo tenemos que pensar. La voz de su amo.

LUIS HERRERO – ABC – 20/05/17





HABLAR A LOS CATALANES Y NO ABANDONARLOS EN MANOS DE ....

Nuestros sucesivos gobiernos han caído en la trampa, entablando coloquio o batalla con los separatistas.

Hace unos pocos días, el separatista Francesc Homs advertía al Gobierno de España que le han «declarado la guerra democráticamente» y que ya no hay «marcha atrás» en el proceso de independencia de Cataluña. El órdago incluye un apóstrofe, una interpelación al Gobierno. A los separatistas catalanes siempre les ha interesado plantear su querella como un toma y daca con unas instancias represoras que aplastan los anhelos catalanes; y, desgraciadamente, nuestros sucesivos gobiernos han caído en la trampa, entablando coloquio o batalla con los separatistas, que mientras recibían mimitos o arañazos desde Madrid han podido dedicarse tranquilamente a envenenar al pueblo catalán (gracias, sobre todo, a las competencias que los sucesivos gobiernos españoles les han entregado).

El separatismo logró de este modo una victoria estrategia innegable: conseguir que los gobernantes españoles lo considerasen el único interlocutor válido, como si a los catalanes de a pie no hubiera que transmitirles nada desde España. De este modo, mientras nuestros sucesivos gobiernos se acaramelaban o enzarzaban con los separatistas, el pueblo catalán sólo recibía mensajes directos y eficaces de su gobierno autonómico y de sus partidos separatistas, que podían dedicarse tranquilamente a enviscarlo contra todo lo que sonase a español, desde la propia escuela.

Este error craso lo señala el escritor Enrique Álvarez en su excelente libro Un dios no del todo cruel (Ediciones Tantín). ¿Por qué nuestros gobernantes, en lugar de participar en el juego que interesa a los separatistas, no se han dirigido nunca al pueblo catalán? ¿Es que no disponen, acaso, de medios materiales suficientes para hacerlo? ¿O será más bien que les falta arrojo moral? ¿Hemos de entender que también les interesa este toma y daca que no hace sino robustecer posiciones partidistas y alimentar la demogresca? Enrique Álvarez lo expresa con gran acierto: 

«Por muy culpables que sean de esta situación los políticos nacionalistas y sus ideólogos, la razón más profunda de que Cataluña y otras regiones españolas vayan a fundar un Estado propio la tienen los responsables máximos del Estado español que, desde la transición misma, no han querido actuar como tales en esas regiones separatistas. Ni el Rey ni los sucesivos presidentes han hablado jamás a los catalanes como «su» rey o «su» presidente. Nunca ha habido un discurso desde la capital de España para convencer y exhortar, con amabilidad y persuasión, a los ciudadanos de esas regiones de las ventajas de seguir en España.

Nunca se han dirigido directamente a ellos, ni les han enviado mensajes integradores y atractivos. Quizá lo han creído grandilocuente o inútil, pero el caso es que el Rey y los sucesivos presidentes se han limitado siempre a negociar con esos activísimos depredadores que son sus representantes políticos y, así, han habituado a esos ciudadanos a ver cómo su única autoridad legítima al honorable de turno.

Este flagrante error que denuncia Enrique Álvarez en Un dios no del todo cruel se ha sostenido por intereses partidistas espurios e indolencias inexplicables. Tal vez ya sea tarde para repararlo; pues, entretanto, los separatistas se han dedicado a adoctrinar a los catalanes, hasta convencerlos de que España es un monstruo de iniquidad. Nuestros gobernantes, empezando por el Rey, deben hablar al pueblo catalán, con todos los medios a su alcance, y expresarle de forma convincente que los españoles deseamos seguir contando con ellos. Y si nuestros gobernantes entienden que esto ya no es posible, habremos de aceptar –como señala Enrique Álvarez– «que esta región se ha hecho ya, de verdad y para siempre, independiente de España».

JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 20/05/17



BASTA YA DE FEDERALISMOS

El problema más grave de la España de nuestros días es el hecho de que la mitad del electorado vote a partidos que tienen alergia a la nación española.

La izquierda española no tiene cura. Cualquier argumento es inútil contra sus dogmas de fe, incluidos los adoptados por contagio de otras opciones políticas teóricamente opuestas. El principal de ellos, obviamente, es la hispanofobia que tanta complicidad le hace tener con los separatistas. Probablemente éste sea el problema más grave de la España de nuestros días: el hecho de que la mitad del electorado vote a partidos que tienen alergia a la nación que aspiran a gobernar.

La manifestación más suave de este contagio es la moda federalista a la que se han apuntado incluso los izquierdistas que todavía se atreven a declararse opuestos a los separatistas. Porque, a pesar de esta oposición, siempre les queda, quizá como acto reflejo, la reivindicación de una mayor descentralización para demostrar que son progresistas y en absoluto partidarios de un centralismo al que identifican con Franco.

Pero tendrían que empezar demostrando por qué la descentralización es progresista y la centralización reaccionaria. Y por qué la descentralización es más eficaz, justa, económica y limpia que la centralización, ardua tarea en una España que sufre desde hace cuarenta años un sistema de modélica ineficacia, injusticia, carestía y corrupción. Y por qué no es suficiente con una lógica descentralización administrativa y se necesitan diecisiete poderes legislativos, superfluos y carísimos. Por no hablar de su utilización por los separatistas para dinamitar el Estado desde dentro.

¿Por qué, una vez demostrado el fracaso estrepitoso del Estado de las Autonomías, no ha aparecido en toda la izquierda española una sola voz que proponga su sustitución por un sistema centralista como el francés? ¿Será que el orden republicano francés, tan eficaz y económico, es invento franquista?

Por otro lado, si tanto les gusta lo federal y lo descentralizado, ¿acaso el Estado de las Autonomías no es un estado federal con otro nombre? ¿Acaso consideran que una mayor federalización –es decir, descentralización– iba a sanar los problemas de España? ¿Tan positiva les ha parecido la experiencia que quieren intensificarla?

Yendo al origen, federar significa unir lo desunido, no desunir lo unido. Bastaría para comprenderlo un levísimo vistazo a la historia: el paulatino proceso de integración de los cantones suizos, la alianza entre las colonias norteamericanas, la unificación de los estados alemanes, etc. Ortega lo explicó con claridad durante el debate constitucional de la Segunda República:

Dislocando nuestra compacta soberanía fuéramos caso único en la historia contemporánea. Un estado federal es un conjunto de pueblos que caminan hacia su unidad. Un estado unitario que se federaliza es un organismo de pueblos que retrograda y camina hacia su dispersión.

Ya lo había explicado Unamuno algunos años antes, en 1919, con palabras a las que deberían prestar atención los españoles de un siglo más tarde:

España se disuelve, y se disuelve por falta de un ideal colectivo español, de la conciencia de una misión común española en la historia. ¿La creará el federalismo? Todo lo contrario. Con ese grupito de parlamentillos, de pequeños parlamentos regionales –o nacionales, nos es igual– sobre los que haya una especie de Reichstag, de Dieta del Estado español, no se corregirá ninguno de nuestros males, sino que se agravarán más bien. Y si no, al tiempo.

Pero hay otro problema, terminológico en este caso, que también debería ser atendido por nuestros adoradores izquierdistas del federalismo. Pues un estado federal supone la articulación en unidades denominadas estados, pero no la existencia de varias naciones. En un estado federal podrá haber varios estados, pero sólo una nación. En USA, por ejemplo, con cincuenta estados, a nadie se le ocurre cuestionar la existencia de la nación estadounidense y afirmar la de las naciones oregoniana o massachusettense. ¿Les preguntamos a los habitantes de los estados de Sajonia y Renania si pertenecen a las naciones sajona y renana en vez de a la alemana? La federalización consiste en preguntarse si a una nación le conviene o no organizarse en estados federados. Pero lo que se preguntan nuestros separatistas y sus lacayos federalistas es exactamente lo contrario: cómo separar a las naciones englobadas en la estructura supranacional llamada Estado español. Pues para nuestros separatistas e imitadores, ignorantes del más elemental vocabulario de derecho político, la palabra estado presupone y exige la existencia de una nación.

Finalmente, los hinchas del federalismo sostienen que con la conversión de España en un estado federal el separatismo desaparecerá. ¿De verdad creen que el separatismo es un problema de técnica administrativa? ¿A quién quieren engañar? ¿A los separatistas? ¿A los votantes de izquierda? ¿A ellos mismos?

Para no cansar, limitémonos a recordar lo que explicó el esquerrista Joan Tardà a la revista Jot Down el pasado mes de octubre. En ella declaró que “Zapatero fue una gran oportunidad perdida”. ¿Por qué? Éstas son las palabras de Tardà:

En 2003 hicimos los tripartitos para normalizar el independentismo y fue un éxito. El 2004 hicimos la investidura de Zapatero porque decíamos lo siguiente: Como los independentistas sólo somos el 12% y, aunque no nos guste, tenemos que sacrificar una generación, y que no sean dos, vamos a hacer con la izquierda española una parte del viaje hasta la estación federal. Cuando lleguemos al estado federal español la izquierda española bajará del tren y nosotros continuaremos hasta la estación final, que es la república de Cataluña.



¿No se cansarán nunca nuestros federalistas de hacer de mamporreros de los separatistas?

JESÚS LAÍNZ – LIBERTAD DIGITAL – 20/05/17
www.jesuslainz.es

miércoles, 17 de mayo de 2017

EL MARQUÉS DE PESCARA, EL HÉROE ESPAÑOL QUE ESTALLÓ LA FAMA DE LA REMILGADA CABALLERÍA FRANCESA EN PAVÍA

La noche del 23 de febrero de 1524, los hombres de Pescara penetraron en las líneas francesas en una maniobra conocida por los españoles como «encamisada» y causaron el caos en el doblemente fortificado campamento de Francisco I


Fernando de Ávalos (Nápoles, 1489) procedía de una familia castellana que había sido desterrada a Valencia primero y a Sicilia después, de modo que era un castellano perdido en la Italia del siglo XV. O lo que es lo mismo: un condottieri con acento español y también con un toque espartano. «Aut cum hoc aut in hoc» («retorna con él o sobre él»), decía la divisa escrita en el escudo que portaba en el campo de batalla, inspirado en aquella frase que las madres espartanas destinaban a sus hijos.

La familia de los Pescara estaba tan bien relacionada en Italia como para que Fernando de Ávalos, el heredero del linaje, fuera prometido a la edad de 6 años con Vittoria Colonna, hija del condotiero Fabrizio Colonna. El matrimonio se celebró el 27 de diciembre de 1509 en Ischia y resultó una historia de amor al más puro estilo renacentista. Los Colonna, de amplia presencia en Nápoles y Roma, estaban aliados con Fernando El Católico, por lo que la unión entre aquellas dos grandes familias italianas reforzaba el poder castellano aragonés en la Península.

Bautizo en Rávena y victoria en Génova
Los Colonna y los Pescara se sumaron al cuadro de oficiales del ejército hispánico que surgió tras la salida del país del imbatido Gran Capitán. En 1511, Julio II convenció a España y Venecia para formar una Liga Santa que defendiera Roma de las tropas de Luis XII de Francia. El Papa consideró que el Gran Capitán sería el general óptimo para la coalición, si bien Fernando se negó y propuso que el candidato fuera el nuevo virrey de Nápoles, Ramón Folch de Cardona, natural de Lérida, que iba a resultar un hombre timorato e incompetente. Fabrizio Colonna, representante papal y suegro de Fernando de Ávalos, reconoció al momento la incompetencia de Cardona y recomendó, en contra de la opinión española de permanecer atrincherados en la batalla de Rávena (1512), que la caballería aliada saliera a luchar contra los franceses.

Cuando a Colonna le fue negado por enésima vez la posibilidad de cargar, el bravo italiano respondió con una grosería antes de partir en una desesperada carga contra los cañones franceses que estaban machacando las trincheras aliadas: «Todos vamos a morir por la vergonzosa obstinación y la malignidad de un marrano». No en vano, la acción de Colonna, al mando de la caballería papal, fue seguida por el resto de unidades de jinetes, entre ellos la dirigida por Pescara.

Fernando de Ávalos, de 22 de años, tuvo una de sus primeras experiencias militares de envergadura en la batalla Rávena. Al igual que su suegro tomó la decisión de cargar por su cuenta al ver que la caballería no tenía ninguna opción si permanecía encerrada. Y al igual que él terminó la jornada prisionero de los franceses en lo que fue la mayor derrota española en el siglo XVI en Italia. En total hubo 11.000 muertos, a pesar de que la infantería española «sostuvo, sin fruncir el ceño, el empuje del bosque ondulante de las lanzas alemanas» (Michelet).

Como narra Pierre de Bourdeille en «Bravuconadas de los españoles», el Marqués de Pescara combatía con denuedo en Rávena, cuando su ayudante, un hombre muy honrado llamado Placidio de Sangro, buscó al marqués y le dijo:

– O caballero valeroso, pues que no es cosa de ánimo varonil, sino de un loco, contrastar tanto tiempo con la fortuna contraria; en tanto que el caballo está sano, y las fuerzas bastan, libraos de la muerte y guardaos para mejor ventura.

– De buen grado obedecería, o siguiera muy fiel este consejo saludable si me persuadierais [de que es] cosa tan honrosa quanto segura; antes quiero yo que me lloren mis amigos muerto con honra, que yo llorar affrentosamente con vida infame en mi casa tantas muertes de tan grandes capitanes –contestó el noble español–.

Durante su cautiverio, Pescara compuso el Discorso dell’amore, dedicado a su esposa, también poetisa. Sin embargo, la intervención de uno de los más destacados generales franceses, el italiano GianGiacomo Trivulzio, que había tomado parte en el concierto de su matrimonio, permitió que en poco tiempo el Marqués de Pescara fuera liberado tras el pago de un rescate de 6.000 ducados y la promesa de no volver a combatir a los franceses en su vida. Algo que por supuesto no iba a cumplir.

Al año siguiente del desastre de Rávena, el español de Nápoles ya estaba combatiendo de nuevo contra los franceses y también con los venecianos, que con la llegada de un nuevo Papa, León X, abandonaron la Liga Santa y su unieron a los galos. Fernando de Ávalos mandó la infantería en la Batalla de La Motta, el 7 de octubre de 1513, contra la República de Venecia en la que los italianos fueron literalmente exterminados debido a la impulsividad de su comandante, Bartolomeo D’Alviano, que en poco tiempo pasó de perseguidor a perseguido.

Desde esta batalla hasta la Batalla de Bicoca, Ávalos estuvo siempre al frente de la infantería española, pero bajo el mando superior de Próspero Colonna, lejano familiar de su esposa. Próspero era arrogante y tenía fama de general conservador, pese a lo cual su veteranía le hacía, a ojos del joven Carlos V, el candidato perfecto para conducir sus tropas en Italia. Durante la campaña por hacerse con Parma en el verano de 1521, Colonna se enemistó gravemente con todos y cada uno de sus oficiales, entre ellos Pescara y el florentino Giovanni de Médici, al que no dudó en retar a un duelo aunque el comandante ya alcanzaba los 70 años.



El anciano no realizó al fin el duelo, del mismo modo que Parma no cayó aquel verano. Lo verdaderamente provechoso de la campaña llegó con la conquista de Milán y de Génova ese mismo año. Como relata Antonio Muñoz Lorente en su excepcional libro «Carlos V a la conquista de Europa» (Nowtilus, 2015), Colonna sacó beneficio de las desavenencias entre la infantería mercenaria suiza, de enorme prestigio hasta entonces, y el comandante francés a su mando para forzar el combate en una posición ventajosa para los españoles. El asunto desembocó en la batalla de Bicocca, una auténtica masacre para los franceses, que perdieron 4.000 hombres y dejaron vía libre a los españoles para asediar Génova. La facilidad con la que los españoles vencieron en Bicocca, de hecho, ha dado lugar a una expresión popular: una bicoca es algo sumamente fácil, o de escaso valor.

Una vez en Génova, Colonna rodeó la ciudad defendida por solo 2.000 mercenarios e inició negociaciones con el dux Ottaviano Fregosa para rendir la laza. En esas estaban cuando Pescara vio una brecha en la muralla y se lanzó dentro sin pensarlo un segundo el 30 de mayo de 1522. Génova fue saqueada a conciencia y sus grandes joyas pasaron a manos de la soldadesca.

Así las cosas, Ávalos viajó a Valladolid a pedir explicaciones al Emperador desairado por su papel como subordinado de Colonna en todas estas campañas. Finalmente, Carlos V persuadió a Ávalos de que volviera a Italia y trabó amistad con el condotiero. En las siguientes operaciones él sería el jefe de las tropas imperiales ante el fuerte oleaje que el nuevo rey francés, Francisco I, traería tras de sí.

La caballería francesa
La gran hazaña militar de Pescara ocurrió, aquí, en la batalla de Pavía (1524). El Rey francés Francisco I a la cabeza de un poderoso ejército de 36.000 hombres atravesó los Alpes y ocupó Milán como respuesta a las derrotas sufridas en Bicoca y Sesia. La ciudad fortificada de Pavía, con una guarnición de 2.000 españoles y 5.000 alemanes al mando de Antonio de Leyva, se cruzó en el triunfante paso francés. La pertinaz resistencia del navarro propició la llegada de 4.000 soldados españoles, 10.000 alemanes, 3.000 italianos y 2.000 jinetes de refuerzo, comandados por el Marqués de Pescara. El problema es que esta fuerza de rescate estaba escasa de víveres y se le adeudaban muchas soldadas, siendo la principal razón por la que Francisco I prefirió mantenerse al acecho escondido detrás de una doble línea de fortificaciones y no movió a sus tropas a pesar de tener de su parte la superioridad numérica.

Ante aquellos que le aconsejaron que se retirara cuanto antes, el Marqués de Pescara, jefe de las fuerzas imperiales, respondió con una bravata dirigido a sus soldados: «Hijos míos, todo el poder del emperador no basta para darnos mañana un solo pan. El único sitio donde podemos encontrarlo en abundancia es en el campamento de los franceses». La noche del 23 de febrero de 1524, los hombres de Pescara penetraron en las líneas francesas en una maniobra conocida por los españoles como «encamisada» debido a que llevaban camisas blancas sobre las armaduras para distinguirse en la noche. En orden oblicuo, el ejército imperial se lanzó sobre los franceses una vez se había abierto una brecha en su red fortificada.


En estado de sobrexcitación, los franceses abandonaron su posición y salieron al encuentro de las tropas imperiales. La abnegada fe en la potencia de su caballería, tan característica en todas sus derrotadas en el siglo XVI, precipitó a los remilgados caballeros franceses –no sin antes dar fuga a la imperial– contra una precisa ráfaga de arcabuceros castellanos, emboscados en una zona boscosa cercana. Ante el derrumbe de la caballería francesa, Antonio de Leyva y los 5.000 infantes de la fortificación de Pavía arremetieron contra el flanco francés. La caballería imperial, reagrupados sus supervivientes, se encargó de aniquilar casi por completo a la caballería pesada francesa.

La magnitud de la humillación estremeció Europa: 10.000 soldados franceses y suizos muertos (incluidos los comandantes: Bonnivet y La Tremoille) y 3.000 prisioneros, entre los cuales se contaba lo más granado de la nobleza: Saluzzo, Montmorency, Enrique de Navarra, y el propio Francisco I. Al igual que el resto de caballeros, el Rey francés había padecido los estragos de los arcabuces españoles y fue capturado por el soldado vasco Juan de Urbieta cuando trataba de zafar su pierna de debajo del moribundo caballo. En un principio, el vasco no supo distinguir la calidad de su botín, pero se refrendó de degollarlo al vislumbrar su cuidada armadura. Por su parte, las pérdidas imperiales no superaron los 500 hombres contando muertos y heridos, entre ellos Pescara con tres heridas.

Leal a España hasta el final
El único punto ciego en la lealtad hacia España de Pescara fue durante una conjura que buscó unificar Italia bajo protección francesa. El héroe militar se consideraba plenamente español, lamentaba su sangre italiana, pero sus amplios contactos en Italia hicieron que de pronto se viera en el epicentro esta conspiración con ciertos remanentes de nacionalismo italiano, si bien el propio Pescara hundió la conjura, revelándosela a Antonio Leiva, capitán navarro al servicio de Carlos V. Según la leyenda, fue Clemente VII quien intrigó para apartar a Pescara de España ofreciéndole la corona de Nápoles, pero la esposa del hispanoitaliano, gran amiga del escultor Miguel Ángel, le aconsejó que rechazara la tentación.

También el Rey de Francia había intentado antes que traicionara a Carlos V tras Pavía, a lo que éste contestó: «No quiera Dios que estas mis canas, nacidas al servicio de mi Rey, las manche yo por todo el oro del mundo».

Poco después de la fallida conjura, Pescara cayó enfermo, probablemente de tifus, cercando a Francisco Sforza en el castillo de Milán. Falleció la noche del 2 al 3 de diciembre de 1525, sin descendientes y dejando huérfano a España del que era entonces su mejor comandante en Italia. Su título pasó a su sobrino Alfonso de Ávalos y San Severino, Marqués del Vasto, también distinguido general imperial, que se convirtió así en VI Marqués de Pescara.