viernes, 27 de diciembre de 2013

CHURRUCA Y VILLENEUVE, DOS ALMIRANTES EN GIBRALTAR

Centenares de marinos han pisado la cubierta de los navíos españoles a lo largo de la historia. Sin embargo, pocos han estado a la altura de Cosme Damián Churruca y Elorza, un brigadier vasco que, además de ser un reconocido científico y militar que estuvo 30 años al servicio de la Armada, murió como un héroe en Trafalgar combatiendo contra seis navíos ingleses a la vez.

Y es que, aunque la batalla de Trafalgar supuso una de las mayores derrotas que se recuerdan de la Armada española, también grabó a fuego varios nombres propios en la historia militar de nuestro país. No obstante, algunos como el de Churruca se han ido desdibujando y olvidando a lo largo de los años.


A pesar de todo, hazañas como seguir en su puesto cuando una bala de cañón le arrancó la pierna o pedir un barril de harina en el que meter el muñón para evitar desangrarse y continuar combatiendo, siguen honrando a este guipuzcoano una vez muerto.

Infancia y juventud

Para hallar el origen de este marino, es necesario viajar hasta un municipio de Guipúzcoa, donde vino al mundo hace más de 250 años. «Churruca nació en Motrico, una pequeña localidad vasca, el 27 de septiembre de 1761», afirma Jose Luis Corral, autor del libro «Trafalgar».

De familia reconocida (su padre era el alcalde de Motrico), Churruca sintió desde pequeño una fuerte atracción por el mar. Sin embargo, parece que primero recibió la llamada de la fe, pues llegó a iniciar con pocos años estudios eclesiásticos con la firme intención de ordenarse sacerdote.

«Estudió en el seminario de Burgos, aunque eso era habitual en muchos jóvenes, pues no había demasiadas posibilidades. Pero, al final, dejó el camino del sacerdocio cuando un amigo le habló de la mar y de las aventuras que allí se podían correr», añade el escritor.

Tras poner fin a sus estudios, un joven Churruca de 15 años se enroló en la Compañía de Guardias Marinas de El Ferrol para consolidar su formación naval. Allí destacó entre el resto de sus compañeros hasta que se graduó en 1778. Una vez licenciado, recibió un ascenso como premio a su precocidad. A su vez, ese mismo año comenzaría su carrera marítima a bordo del navío «San Vicente».

Primera acción naval

Después de navegar como aprendiz en varios barcos, Churruca llevó a cabo su primera acción de guerra en 1781, año en que se vería las caras por primera vez contra los ingleses. «“Aprovechando” la derrota de Inglaterra en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, España llevó a cabo algunas acciones para intentar recuperar Gibraltar, como el asedio de diciembre de 1781, en el que Churruca participó», señala el experto.

Pero, finalmente la Armada Española no consiguió su objetivo y cayó derrotada. «El ataque fue infructuoso ante la potencia de fuego de las baterías inglesas ubicadas en la Roca», señala Corral, que determina a su vez que Churruca arriesgó su propia vida para salvar a multitud de heridos.

Expediciones al fin del mundo

Varios años después, en 1788, el español inició una expedición científica con los paquebotes «Santa Casilda» y «Santa Eulalia». Concretamente, se embarcó en el segundo viaje que partía hacia el extremo meridional de Sudamérica para investigar el Estrecho de Magallanes. De esta forma, y como determina Corral, hizo valer sus conocimientos en «geogafía, cartografía náutica, y astronomía -estos últimos imprescindibles para los marinos-».

«Estudió el estrecho de Magallanes en 1788 bajo las órdenes del capitán de navío Antonio de Córdova, y con su amigo Ciriaco Cevallos. Churruca fue el encargado de la cartografía del estrecho y de las observaciones astronómicas en esa zona austral», determina el historiador.

Una cruel dolencia atacó al marino tras sus primeras misiones

Desgraciadamente, una cruel dolencia atacó al guipuzcoano tras sus primeras misiones. «Sufrió de escorbuto, enfermedad muy frecuente entre los marinos, y le propinó secuelas durante toda su vida», determina el historiador.

Pero nada podía detener a este vasco español y a sus ansias de aventuras. Por ello, en 1792 se embarcó como capitán en una expedición dirigida por José de Mazarredo. El objetivo, en este caso, era llevar a cabo una serie de estudios hidrográficos para la reforma del atlas marino de la América septentrional, los cuales fueron ampliamente utilizado en Europa. Tal fue su reconocimiento que recibió el título de Capitán de Navío a su vuelta en 1794 (más de dos años después de su partida).

Gran Bretaña, la obsesión de Napoleón

Tras haber recorrido medio mundo, el marino vasco eligió retomar la vida militar. Por ello, en 1799 partió a bordo del navío de línea «Conquistador» hacia la ciudad francesa de Brest por órdenes del Primer Cónsul Napoleón. Y es que, en aquellos años España era una gran aliada de Francia, cuya obsesión era acabar con la potencia y el dominio de Gran Bretaña en el mar.

Para ello, Napoleón se valdría de la potencia naval española, en aquellos años de las más destacadas a nivel internacional. «España era una nación títere de Francia, que anhelaba sumar al suyo el poder naval de España, y sus navíos de guerra», determina Corral.

Napoleón regaló a Churruca un sable y dos pistolas de presentación

Enviar una flota a esta población del norte de Francia era clave para Napoleón, pues pretendía rodear Inglaterra para, llegado el momento, darle el golpe definitivo con un ataque a gran escala. Esto provocó que varios capitanes españoles, entre ellos Churruca, se mantuvieran en Brest hasta el año 1802. A pesar de todo, su trabajo no fue en balde, pues tal era el agradecimiento del «pequeño corso» que regaló al marino un sable y dos pistolas de presentación, todo un honor para la época.

Ya en España, el español se volvería a hacer famoso al escribir un tratado de puntería para la artillería de Marina. Después de publicar este «best seller», Churruca solicitó el mando del navío de línea «San Juan Nepomuceno», a bordo del que viviría sus últimas horas de la forma más heroica que se puede imaginar.

Trafalgar, la contienda que cambió la historia

El verdadero reto de Churruca llegó cuando fue llamado a combatir en la contienda naval que cambiaría la historia de España: la batalla de Trafalgar. Esta, se produjo cuando la armada británica cercó a la flota formada por buques españoles y franceses cerca del cabo Trafalgar (en Cádiz). Definitivamente, había llegado la hora de saber quién daría un paso adelante en la larga guerra entre el «pequeño corso» y la «pérfida Albión».


«En la guerra entre Inglaterra y la alianza Francia-España era muy importante el control del estrecho de Gibraltar. Napoleón había decretado el cierre de todos los puertos del continente europeo a los navíos ingleses, que tenían en Gibraltar su gran base para sus naves en el Mediterráneo. La batalla de Trafalgar fue, por así decirlo, la batalla por el control del Estrecho y, por tanto, del Mediterráneo», sentencia Corral.

A los buques

Aquel 21 de octubre de 1805, frente a las costas gaditanas, se sucedería una de las batallas navales más grandes de la Historia. «La Armada combinada hispano-francesa estaba formada por 33 navíos (15 españoles y 18 franceses) y la inglesa por 27; además de naves de menor porte, como varias fragatas, bergantines y corbetas por ambos lados», explica el historiador.

En cambio, la victoria se planteaba dificultosa para los españoles y franceses, pues eran conocedores de lo bien pertrechada que estaba la flota británica y sabían quién estaba a su mando: el archiconocido Nelson, un estratega que había ofrecido a su país decenas de victorias.

La Armada combinada contaba con 33 navíos, la inglesa con 27

«La armada inglesa la mandaban los vicealmirantes Horacio Nelson (fue nombrado almirante después de muerto) y Cuthbert Collingwood, como segundo. La flota combinada, por su parte, la mandaba el almirante francés Villeneuve, y su segundo el contraalmirante Dumanoir», determina el experto.

A bordo del «San Juan Nepomuceno», Churruca se preparó para la batalla sabiendo de antemano la ardua tarea que le esperaba, pero sin perder el valor en ningún momento. Tal era su determinación que, un día antes de entrar en combate, envió una carta a su hermano en la que se despedía diciendo: «Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto». No había duda, para el marino era la victoria o la defunción.

Batalla de Trafalgar

El día 21 comenzó la contienda. Pero, para desgracia de Churruca, al mando de la flota hispano-francesa se encontraba Villeneuve, quien hizo uso de unas estrategias despreciadas en todo momento por el vasco. «Para empezar, Churruca obedeció las órdenes de Villeneuve de salir de la seguridad del puerto de Cádiz, en contra de su opinión, pues sabía que la flota inglesa estaba mucho mejor preparada», explica Corral.

Ya en batalla, Villeneuve ordenó a su flota formar una extensa hilera para «cañonear» a los navíos enemigos. «La armada combinada formó una línea demasiado alargada, y viró sin sentido; la armada inglesa se lanzó en punta de flecha al centro de la formación para romper la línea y fraccionar en dos la escuadra hispano-francesa, ganando así una enorme superioridad», sentencia el experto.


Desde el comienzo, la contienda había dado un vuelco a favor inglés debido a la precaria estrategia de Villeneuve. Y es que, muchos de los barcos aliados se enfrentaron en clara inferioridad numérica a los británicos mientras algunos de sus compañeros todavía no habían entrado en combate. Precisamente eso le sucedió al «San Juan Nepomuceno» de Churruca, al que la ruptura de la línea le obligó a combatir contra nada menos que seis navíos británicos a los que puso en serios aprietos gracias a su habilidad.

La muerte de un héroe

Pero, finalmente, el destino fue cruel con el vasco pues, mientras dirigía el combate desde el puesto de mando, una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por debajo de la rodilla, según afirma Emilio Aléman de la Escosura, director de la Fundación del Museo Naval.

Sin embargo, ni siquiera una herida tan grave pudo inmovilizar a Churruca, que se mantuvo en su puesto e, incluso, arengó a sus soldados para seguir combatiendo a pesar de que la derrota era segura. «Además, se dice que al perder la piernas y no poder mantenerse en pie ordenó que trajeran un cubo con harina (o con arena en otras versiones) y allí metió el muñón para mantener la estabilidad», explica Corral.

Al final, y para desgracia de sus marineros, Churruca acabó muriendo desangrado. De él se dice que no se quejó en ningún momento y se mantuvo estoico hasta el final. De hecho, ordenó clavar la bandera de su barco para que no fuera arriada tras el abordaje inglés. A su vez, dio órdenes antes de fallecer de que nadie se rindiera mientras en su cuerpo hubiera un leve aliento de vida.

Pero de poco le valió, pues, cuando se disipó el humo de los disparos, no había duda: los españoles habían sido derrotados y muchos de sus buques capturados. Los ingleses habían vencido en Trafalgar.

Obstinado tras la muerte

Finalmente, el marino de Motrico protagonizó una curiosa anécdota incluso después de muerto. Esta se produjo cuando los seis capitanes ingleses pidieron al oficial de mayor rango del «San Juan Nepomuceno» que entregara, como era tradicional, la espada del capitán vencido a aquel de ellos que hubiera derrotado a Churruca. En ese momento, y para sorpresa de todos, el español les dijo que, entonces, deberían partir el arma en seis trozos pues, de haber atacado uno a uno, no habrían vencido al vasco nunca.

«Con su muerte, España perdió uno de los mejores marinos de la época, probablemente el más preparado y el único que tenía conocimientos geográficos comparables a los de los mejores marinos ingleses o franceses», añade el historiador.



VILLENEUE, EL ALMIRANTE FRANCÉS QUE PROVOCÓ EL DESASTRE DE TRAFALGAR

Horatio Nelson, Cosme Damián Churruca o Jorge Juan. Existen nombres que, inevitablemente, han quedado asociados a la valentía y la victoria a lo largo de la Historia. Sin embargo, no es el caso de Villeneuve, el almirante francés cuya incompetencia llevó a la armada franco-española a sucumbir ante la Royal Navy en Trafalgar el 21 de octubre de 1.805.

Pierre Charles Jean Baptiste Silvestre de Villeneuve vino al mundo en 1.763 en el sur de Francia (concretamente, en Provence). Gracias a que provenía de una familia aristocrática, pronto pudo hacer realidad su sueño de surcar los mares y océanos como guardiamarina (aprendiz) y, en 1.978 -cuando contaba escasamente con una quincena de años a sus espaldas- dio el mosquetazo de salida a su carrera naval.

Durante esa tierna edad, Villeneuve probó en multitud de ocasiones su valor y su capacidad para desenvolverse dentro de un navío de guerra. De hecho, protagonizó varios actos de intrepidez a las órdenes del famoso almirante Suffren, el hombre que, durante varios años, mantuvo en jaque a la flota inglesa en el océano Índico a pesar de contar con un menor número de navíos.

Eran, sin duda, buenos tiempos para Francia y para el joven Pierre. Pero su suerte cambió radicalmente con el estallido de la Revolución. Y es que, la llegada de una nueva forma de pensamiento al ejército provocó que muchos de los oficiales de la armada decidieran exiliarse antes que servir a la «nouvelle France».

«Por el contrario, Silvestre (…) no sólo se apuntó al tumulto, sino que hizo desaparecer de su D.N.I de entonces el aristocrático “de” de su apellido para parecer más revolucionario. Primer síntoma de vulgar chaquetero y trepador. Naturalmente, subió en el escalafón como las balas y en 1.796 fue promovido a contralmirante» afirma Luis Rodríguez Vázquez en su obra «La historia encadenada».

Aboukir, la vergüenza de Villeneuve

Sin embargo, la capacidad de Villeneuve comenzó a quedar en entredicho en 1.798, año en que soplaban vientos de guerra entre franceses e ingleses. Era una época difícil y, por ello, los galos decidieron dar un golpe de mano a la «Pérfida Albión». Su plan era sencillo: una flota viajaría hasta Egipto con intención de desembarcar y amenazar las posesiones británicas en la zona.

Así pues, una armada formada por 13 navíos de línea y 4 fragatas navegó hasta Aboukir, en Alejandría, donde dispusieron sus buques para el desembarco. En uno de ellos, el «Guillaume Tell» -de 80 cañones-, lucía flamante como capitán Villeneuve. A su vez, nuestro protagonista tenía bajo su mando varios de los barcos de la flota. No obstante, y una vez posicionados, los franceses recibieron una sorpresa muy desagradable cuando, a través del horizonte, vieron aparecer a la armada inglesa al mando del Contralmirante Nelson.

Velozmente, los galos formaron tres compactas líneas de batalla para tratar de repeler al experimentado marino británico. Villeneuve, por su parte, recibió órdenes de dirigir la retaguardia. Era, sin duda, un gran momento para demostrar sus dotes para el mando, pero no iba a ser aprovechado por el aún joven Pierre. Durante la noche, Nelson se lanzó al combate y, haciendo gala de una gran capacidad estratégica, destrozó las primeras líneas francesas a base de cañón y espada. En pocas horas, la operación de los franceses se fue al traste.

«El resultado: once buques apresados o hundidos, dos fragatas idem y sólo dos navíos franceses, el “Guillaume Tell” y el “Genereux” con las fragatas “Diana” y “Justine” lograron escapar, huyendo sin hacer el más mínimo intento de socorrer a los suyos, los cuatro de la retaguardia que mandaba Villeneuve», completa el experto. Tras este desastre, Pierre se ganó el odio de la mayoría de sus compañeros aunque, curiosamente, no de Napoleón, quien afirmó que era un hombre con suerte.

Hacia la conquista de Inglaterra

Con todo, la desconfianza de Napoleón en Villeneuve no disminuyó y, en 1.805, el «pequeño corso» le puso al mando de una flota con unas órdenes de vital importancia para el devenir de Francia. Concretamente, el líder francés pretendía invadir Inglaterra aunque, para ello, necesitaba eliminar a la flota británica que patrullaba el Canal de la Mancha. A continuación, y ya con el camino libre, podría transportar por mar a sus experimentados infantes hasta la «Pérfida Albión».

No hubo más que hablar. Antes del verano, Villeneuve recibió órdenes de dirigirse con una flota francesa apoyada por varios buques de la entonces aliada España hasta las Américas. Una vez allí, debía atacar las posiciones británicas hasta que los ingleses se decidieran a enviar a la Royal Navy en su busca y dejaran libre el Canal de la Mancha.

Su escasa capacidad de mando llevó al desastre de Trafalgar

Esta primera parte del plan fue llevada a cabo a la perfección por el almirante. Sin embargo, los problemas surgieron cuando pretendía volver a Europa para transportar a la Grande Armée hasta las islas británicas, pues fue detenido por una flota enemiga inferior en número en la batalla de Finisterre. Después de esta derrota, Villeneuve no pudo cumplir su misión y, por lo tanto, destrozó el sueño de Napoleón de pisar las islas británicas.

A su vez, Villeneuve siguió aumentando su lista de errores pues, en lugar de seguir las nuevas premisas que llegaron desde Paris, decidió protegerse en la bahía de Cádiz. Esto fue demasiado para el «pequeño corso», quien decidió enviar un sustituto para que, con carácter inmediato, tomara el mando de la flota franco-española anclada en aguas gaditanas.

El 14 de octubre, el contralmirante recibió la amarga noticia de su sustitución y, tan sólo cinco jornadas después, tomó la decisión que le valdría la mayor derrota naval de su vida: ordenó, en contra de lo que opinaban capitanes varios españoles como Escaño y Gravina, izar velas y dirigirse al cabo Trafalgar, donde aguardaba una flota inglesa dirigida por Nelson.

El desastre de Trafalgar

Unas pocas jornadas después, el 21 de octubre de 1.805, Villeneuve dio las órdenes pertinentes para enfrentarse, con 18 navíos franceses y 15 españoles, a los 27 comandados por Nelson. No obstante, su anticuada forma de comprender las batallas navales y sus extrañas maniobras provocaron que la flota aliada se desordenara y fuera presa de la Royal Navy. De nada valió la intrepidez de marinos como Churruca pues, finalmente, la ineptitud del galo llevó a los aliados al desastre.

Una vez que se disipó el humo de los cañones, y tras horas de combate en la que los aguerridos españoles demostraron su fiereza frente a los experimentados marinos ingleses, la situación era dantesca para la flota combinada. La batalla de Trafalgar se saldó con 2.500 heridos y 4.500 muertos para los aliados, una cifra muy por encima de los 1.250 heridos y 450 fallecidos británicos.

Una extraña muerte

A su vez, y además de la estrepitosa derrota, el almirante francés fue capturado por la Royal Navy. No había, sin duda, peor destino para Villeneuve el cual, a pesar de haberse batido valientemente contra los casacas rojas, demostró al mundo su ineptitud en el mando.

Con todo, la suerte quiso que Villeneuve fuese liberado, tras lo cual, decidió partir hacia París para dar explicaciones a Napoleón. No obstante, nunca llegó a su cita pues, el 22 de abril de 1.806, su cuerpo apareció apuñalado en el torso varias veces en un hotel de Rennes. La investigación posterior determinó que había sido un suicidio, pero, como es lógico, las sospechas de asesinato se cernieron sobre el «pequeño corso». Así, en una sucia habitación, y lejos del mar, acabó la historia de este desdichado almirante.


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