La Línea de la Concepción, el barrio obrero y pobre de Gibraltar. Porque el resto de los españoles lo consentimos
«HAY chavales que pasan diez, quince veces al día,
trayendo cada vez un cartón de tabaco. ¿Por qué no estudias o aprendes
un oficio?, le pregunto. ¿Para qué voy a estudiar o aprender un oficio
si tengo el cartón de tabaco?, me contesta. ¿Qué voy a hacer yo, si los
padres lo consienten, si hasta puede hagan lo mismo?», me dice el joven
policía nacional de guardia en la Verja gibraltareña. A nuestro lado
pasa una riada ininterrumpida de peatones en ambos sentidos, mientras
los coches discurren con fluidez normal, bajo un sol que no se decide a
ser de verano.
El contrabando de tabaco, lícito e ilícito, sigue siendo
una de las actividades tradicionales de La Línea de la Concepción, lo
practican muchos de los que trabajan en Gibraltar, a modo de
sobresueldo, amas de casa, parados, jóvenes que lo eligen como medio de
vida. ¿Hay que reprochárselo? No. ¿Cómo puede reprochárseles si ha sido
así siempre, si La Línea es el «barrio obrero» de Gibraltar, si las
autoridades españolas vienen haciendo la vista gorda a este trapicheo,
si para muchos es su único medio de vida y para otros, la forma de
redondear su pequeño sueldo o su mísera pensión? Pero el efecto
desmoralizador parecido al de un cáncer lento, es mortal a la larga.
Lo más grave de todo es que curarlo es más simple de lo
que a primera vista parece: crear en torno a Gibraltar las condiciones
que hagan innecesario no ya ese contrabando de baja intensidad, sino que
los españoles tengan que ir a la colonia inglesa para hacer los
trabajos más duros, humildes y peor pagados. Hacer realidad aquel Plan
de Desarrollo que se anunció en los años sesenta del pasado siglo y que
aún no se ha realizado. Estén seguros de que en el momento en que La
Línea, San Roque y Algeciras superen a Gibraltar en calidad de vida, los
gibraltareños empezarían a pensar distinto. Es posible que algunos
quisieran seguir haciendo contrabando y otros negocios ilícitos a gran
escala, pero les iba a ser mucho más difícil hacerlo.
Cuando al desplomarse el muro de la vergüenza berlinés
Alemania Occidental se encontró 17 millones de alemanes orientales que
tenía que absorber, pagando sus pensiones, convalidando en marcos
fuertes sus ahorros, haciéndose cargo de sus servicios sociales, aprobó
un impuesto especial para hacer frente a tan enorme carga y todo el
mundo lo aceptó, al darse cuenta de que era el precio que había que
pagar para algo tan valioso como la reunificación. Y, hoy, Alemania es
una nación sólida, a la cabeza de Europa. Mientras nosotros no somos
capaces de elevar el nivel de vida de unos miles de españoles para
recuperar la colonia que tenemos desde hace tres siglos en nuestro
territorio. Y no somos capaces por cainismo, por falta de proyecto
nacional, por vendernos por un cartón de tabaco, todos, desde el Cabo
Peñas a la vergüenza de Gibraltar.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL EN ABC
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