Estamos en la fase final de ETA, pero la organización terrorista sigue viva. La semana pasada fueron detenidos dos etarras en Guipúzcoa y la Policía sospecha que hay aún una treintena de activistas operativos.
En un contexto de clara derrota, la banda ha organizado una reunión de sus exiliados en Biarritz, justo en la misma semana en la que el lehendakariIñigoUrkullu ha presentado su plan de reinserción de presos. La cuestión de fondo sigue siendo la misma que hace 40 años: ¿hay que poner punto y final a ETA negociando con los terroristas?
Entre los mitos que hay que desterrar antes de responder está el que lo esencial en ETA no es la lucha política en el esquema clásico izquierda/derecha, sino que su objetivo es la independencia del País Vasco.
En el libro Patriotas de la muerte, en el que Fernando Reinares recoge 70 entrevistas realizadas a etarras encarcelados, uno de ellos afirma: «A mí prácticamente la política no me gusta. No entiendo de política ni me gusta. O sea, a mí lo mismo me daba que en el Gobierno vasco estuviera un señor de izquierdas que de derechas. A mí lo que me importaba era Euskadi y punto».
Si en los primeros etarras había un planteamiento antifranquista, en los terroristas que se integraron en la banda a partir de la década de los 80 lo que hay fundamentalmente es un objetivo nacionalista étnico. Es decir, la consideración de que los vascos y los españoles son distintos y por ello el País Vasco debe separarse de España, a la que se considera potencia colonizadora.
El leit motiv del terrorismo etarra es la creación de un Estado vasco y el odio a todo lo que tiene que ver con España. La violencia ha sido para ellos no sólo una forma de lucha contra España y por la independencia, sino una forma de afirmarse como vascos. En la raíz ideológica del terrorismo etarra están los escritos de Sabino Arana.
Otro de los mitos a los que recurren ETA y la izquierda abertzale es que aquí se podía ensayar el llamado modelo irlandés.
El paralelismo entre ambas situaciones no tiene ninguna base real y es planteado por los terroristas como un objetivo estratégico, que consiste en sentarse de igual a igual, en una mesa de negociación, con los representantes del Estado democrático.
En España las circunstancias han sido muy diferentes a las de Irlanda. Aquí no ha habido dos comunidades religiosas enfrentadas, no ha habido una invasión de un país por otro y tampoco ha habido dos grupos terroristas en lucha. En Irlanda, Tony Blair optó por la negociación con el IRA como una forma de acabar con lo que se llamó el empate infinito entre los terroristas y el Ejército británico. Todas esas diferencias son reales. Pero, aquí, el mito a desterrar es que en España la vía de la negociación no se ha utilizado… Suficientemente.
Negoció Adolfo Suárez, negoció Felipe González, negoció José María Aznar y negoció José Luis Rodríguez Zapatero.
El Estado democrático lo ha intentado todo para acabar por la vía del diálogo con ETA. En 1977, dos años después de la muerte de Franco, el Gobierno de la UCD aprobó una amnistía que dejó en libertad a todos los presos etarras, incluidos aquéllos que cumplían condenas por delitos de sangre.
A los miembros de ETA pm (con la que el Gobierno de la UCD negoció su disolución) no sólo se les concedió la libertad, sino que se les facilitó dinero para montar negocios y pudieran integrarse socialmente.
Uno de los beneficiados por aquella amnistía fue Francisco Múgica Garmendia, Pakito, que, poco después de salir de la cárcel, se volvió a integrar en ETA y llegó a ser su máximo jefe en los años 80, durante el periodo más sangriento de la banda.
La política de negociación y reinserción fue una constante durante muchos años. Cuenta Ángeles Escrivá, en su libro Maldito el país que necesita héroes, una anécdota que denota hasta qué punto la vía buenista llevó a situaciones injustificables. En la época en la que el ministro del Interior era el socialista José Barrionuevo (a mediados de los años 80), un etarra huido y refugiado en México consultó con las autoridades españolas si podía volver a España, ya que había decidido abandonar la organización. Se le dio el visto bueno. Una vez aquí, la Guardia Civil informó al Gobierno de que se trataba de un individuo que estaba acusado de cometer tres asesinatos. El Ejecutivo optó por no hacer nada y ahora ese ex etarra, al que no se le ha juzgado por sus crímenes, es un empresario de éxito que vive plácidamente en Bilbao.
Nadie puede dar lecciones a los gobiernos españoles sobre la vía de la negociación para acabar con el conflicto. El problema es que esa vía siempre ha sido utilizada por ETA para reorganizarse, para tomar un respiro y después volver a la lucha armada, como demuestran los documentos incautados a sus dirigentes detenidos.
Fue tras el fracaso de las negociaciones de Suiza (mayo de 1999) cuando el Gobierno de Aznar, apoyado por el PSOE y la inmensa mayoría del Congreso, inicia la política encaminada a la derrota de ETA.
Esa decisión implicaba no sólo aumentar y mejorar la acción de las Fuerzas de Seguridad del Estado contra los terroristas, sino un esfuerzo de deslegitimación política de la banda dentro y fuera de España.
El atentado del 11 de septiembre de 2001 hizo que algunos países que miraban con simpatía a ETA cambiaran de actitud. El empate infinito comenzó a romperse.
Pero cuando parecía que el camino de la derrota era un camino sin retorno, el Gobierno de Zapatero dio otra oportunidad a la negociación. De hecho, según muestran los documentos incautados al etarra Esparza Luri, ETA ya había comenzado los contactos con el PSOE antes incluso de que ganara las elecciones. Para Zapatero, alcanzar la paz se convirtió en una obsesión. Y asumió los planteamientos de la banda. Se crearon dos mesas de negociación: una técnica y otra política. Es decir, se volvió al esquema de dos partes que negocian de igual a igual. Incluso se llegó a asumir el lenguaje de los etarras. En una cesión orweliana, se aceptó incluso utilizar un neolenguaje por el que, por ejemplo, a los atentados se les llegó a calificar de accidentes.
Fruto de aquel periodo de claudicación, fue el lamentable suceso del bar Faisán, más conocido como el chivatazo.
Pero, como en otras ocasiones, ETA se cargó el proceso con el atentado de la T-4 y fue a partir de entonces cuando Zapatero volvió a retomar la estrategia de la derrota.
El acoso a la banda, la detención de numerosos comandos y de sus líderes más activos llevó a ETA, el 20 de octubre de 2011, a declarar en un comunicado el «cese definitivo de las actividades armadas».
La debilidad extrema de ETA produjo un cambio histórico. La izquierda abertzale inició a partir de 2010 un proceso de desenganche de los terroristas. Los herederos de Batasuna entendieron que estaban condenados a la desaparición o a convertirse en un elemento político residual si no se integraban en la normalidad democrática.
Fueron legalizados y lograron un éxito electoral sin precedentes. La estrategia de desenganche era real. En una conversación grabada por la Policía en la cárcel, Arnaldo Otegi le aseguró a un amigo refiriéndose a ETA: «O se unen a la procesión o se hunden».
Ése ha sido uno de los grandes éxitos de la lucha antiterrorista. Su base social ha dejado de apoyarlo.
Pero la convivencia, la paz de verdad, no será posible si ETA no condena su propia historia, si no abjura de todos sus asesinatos, si no reniega de la barbarie. En este proceso unos deben perder, los terroristas; y otros deben ganar, los demócratas.
La disolución de ETA no puede implicar como condición previa la extinción de las responsabilidades penales de sus miembros.
El Estado puede ser generoso en determinadas circunstancias, pero nunca aceptar un quid pro quo: paz por presos.
ETA no puede tener el consuelo de pasar a la historia como la organización que logró alguno de sus objetivos en el País Vasco.
La democracia y la paz de verdad son incompatibles con un relato mitificador de la historia de ETA. Tampoco sería justo para las víctimas del terrorismo, que han sufrido, muchas veces en silencio e incluso humilladas, la dictadura del terror. Como afirma Gesto por la Paz, que acaba de anunciar su disolución: «Establecer las bases de la memoria es la mejor forma de deslegitimar la violencia».
En el País Vasco nada se ha logrado gracias a la violencia. La sanguinaria historia de la banda sólo ha servido para generar dolor y odio. Ésa es la historia de ETA. Los únicos héroes de estos últimos 40 años han sido las miles de personas que han sufrido en silencio sus zarpazos. Ellos se merecen que el fin del terror no dé sentido a tantos años de intolerancia.
(Extracto de la conferencia en Alfaz del Pi junto al sociólogo Johan Galtung).