EL pensamiento Twitter domina la vida pública. Imperan los asertos volanderos, epidérmicos, indiferentes a los datos empíricos. Gana la partida quien grita más o es mejor actor, pues la sustancia de los asuntos no se estudia. Una docena de tertulianos, que cenan en una televisión y desayunan en otra, marcan el debate a golpe de clichés ideológicos y lugares comunes. Valga un ejemplo: se muere Margaret Thatcher y desde el espectro autodefinido como «progresista» se la despacha raudo como un oprobioso cáncer que destrozó el Reino Unido. La prensa de calidad, la poca que queda en un país infectado por el amarillismo, recuerda que cuando Thatcher llegó al poder el Reino Unido tenía la autoestima por los tobillos y ocupaba el puesto 19 en el ranking económico de la OCDE. Una década después, cuando se marchó, Gran Bretaña ocupaba el segundo lugar; la inflación había pasado del 20% al 5% y el paro había caído al 6%, casi pleno empleo. Da igual: Thatcher se cargó el Reino Unido y se cepilló su estado del bienestar. Una hipérbole harto discutible. Conocí a gente que emigró a Inglaterra a finales de los años 80, ya en la coda final del thatcherismo. Retornaban en verano pasmados por las bicocas en forma de subvenciones estatales que allá había. ¿Cómo podía ser eso si Atila Thatcher se había ventilado todo el estado del bienestar?
Escucho una radio conservadora. Comentan que la Junta de Andalucía pretende expropiar pisos a los bancos en casos de desahucio. Una bofetada a la propiedad privada, insólita en una democracia al uso; un guiño demagógico propio de una mañana revoltosa de Evo Morales. Pues bien, dos tertulianos de la cadena, el alcalde de una gran ciudad española y un supuesto experto en economía, se muestran comprensivos con el desbarre confiscatorio. La propiedad privada es el cimiento de nuestra civilización. La propuesta andaluza anima a una lógica perversa: si se expropian los pisos de la gente que no los paga para que sigan en ellos, ¿por qué tenemos el resto de los clientes que hacer el esfuerzo de abonar nuestras hipotecas? Si en Andalucía no rigen las leyes elementales de la economía de mercado, ¿dónde queda la seguridad jurídica en España?
Ante la terca realidad de que la economía sigue en coma y ante la evidencia de que el catecismo de la austeridad por sí solo no nos sacará del agujero, surgen, y es lógico, movimientos de descontento. Con casi seis millones de parados, viviríamos en un país bobalicón si no hubiese quejas. Sin embargo la solución no vendrá del festival neocomunista en curso. Es cansino recordarlo, pero obligado: el comunismo fue una de las mayores calamidades del siglo XX. Allá donde se implantó solo trajo penuria y mutilación de las libertades personales. El comunismo simplemente no funciona. Por no hablar ya de que es la ideología que amparó dos de los tres grandes genocidios del siglo XX: los de Stalin y el Jemer Rojo (el tercero fue la salvajada nazi, obviamente). Pasma que nuestros ediles de IU, nuestros Willys Toledo y nuestros acosadores escrachistas no se hagan una reflexión tan pueril como esclarecedora: ¿por qué Corea del Norte es un lugar misérrimo mientras sus hermanos del sur, idénticos a ellos, habitan un país próspero? La respuesta está fácil: porque en el sur practican las recetas de Adam Smith y en el norte, las de Ada Colau.
Vuelve la burramia neocomunista, y lo hace con un inquietante deja vu: como en la convulsa Segunda República, el PSOE, un partido de gobierno hasta ayer mismo, se rebaja a ejercer de gregario de la vanguardia comunista radical. Pésima noticia para nuestra democracia que la felonía de Rubalcaba haya dejado solo al PP en el espacio del centro y la defensa de la unidad de España.
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