jueves, 15 de junio de 2017

EL TESORO MALDITO DE MOCTEZUMA

El tesoro maldito de Moctezuma: las toneladas de oro que perdió Hernán Cortés en su noche más triste

Alonso Yáñez, calificado como «carpintero de lo blanco», se encontró con una puerta tapiada cuando estaba construyendo un altar cristiano en un palacio azteca. Al otro lado se hallaba uno de los tesoros más grandes conocidos

El 8 de noviembre de 1519 tuvo lugar al fin en la capital azteca el deseado encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma II. Al mando de 518 infantes, 16 jinetes y 13 arcabuceros, el extremeño se había internado hacia el corazón del Imperio azteca sumando para su causa, derrotando en muchos casos, a las tribus vasallas de Moctezuma y había logrado ser recibido por el dirigente azteca como un emisario de otro emperador, Carlos V de Alemania y I de España. Aquello iba a suponer la perdición del soberano azteca. Lejos de la visión grotesca dada por la leyenda negra, lo cierto es que la personalidad de Cortés era embriagadora y se le tenía por un seductor de serpientes. No le resultó complicado ganarse el favor de Moctezuma y obtener permiso para instalarse en el palacio de Axayácatl, perteneciente al padre de Moctezuma.

El soberano azteca quedó seducido por la la personalidad de Cortés, que entre veladas amenazas y palabras sedosas iba ganando más terreno y poder en Tenochtitlan. Montezuma solo se negó abiertamente a construir un altar cristiano en el Templo Mayor de la ciudad para acabar con la idolatría pagana, pero accedió a que se levantara en el palacio donde residían los conquistadores. Uno de los soldados, Alonso Yáñez, calificado como «carpintero de lo blanco», se encontró con una puerta tapiada cuando estaba construyendo el altar, tras lo cual avisó a sus compañeros y al propio Cortés, quienes no dudaron en romper la pared. No habían recorrido medio mundo para ahora frenarse por una puerta... El conquistador y cronista Bernal Díaz del Castillo relata el suceso:

«…secretamente se abrió la puerta: y cuando fue abierta, Cortés con ciertos capitanes entraron primero dentro, y vieron tanto número de joyas de oro Y planchas, y tejuelos muchos, y piedras de chalchihuites y otras grandes riquezas, y luego lo supimos entre todos los demás capitanes y soldados, y lo entramos a ver…»

Los frutos de un imperio rico y gigante

El Imperio azteca era la formación política más poderosa en la historia del continente que, según las estimaciones, estaba poblada por 15 millones de almas y controlado desde la ciudad-estado de Tenochtitlan, que floreció en el siglo XIV. Usando la superioridad militar de sus guerreros, los aztecas y sus aliados establecieron un sistema de dominio a través del pago de tributos sobre numerosos pueblos, especialmente en el centro de México, la región de Guerrero y la costa del golfo de México, así como algunas zonas de Oaxaca. Hernán Cortés no tardó en darse cuenta de que el odio de los pueblos dominados podía ser usado en beneficio español. En su camino hacia Tenochtitlán, los conquistadores lograron el apoyo de los nativos totonacas de la ciudad de Cempoala, que de este modo se liberaban de la opresión azteca. Y tras imponerse militarmente a otro pueblo nativo, los tlaxcaltecas, los españoles lograron incorporar a sus tropas a miles de guerreros de esta etnia.

Moctezuma II estaba considerado un gran monarca debido a su reforma de la administración central y del sistema tributario. Los frutos de su reinado fueron ricos y las arcas estaban repletas cuando llegó Cortés, si bien lo que los españoles hallaron detrás de la puerta tapiada fue el tesoro del anterior monarca, su padre. De hecho parece que se trataba de una especie de recámara o sala del tesoro.

Así y todo, las fuentes indígenas presentan otra versión de los hechos, donde los conquistadores aparecen como unos saqueadores y unos abusadores de la confianza azteca:

«Y cuando hubieron llegado a la casa del tesoro, llamada Teucalco, luego se sacan fuera todos los artefactos tejidos de pluma, tales como, travesaños de pluma de quetzal, escudos finos, discos de oro, los collares de los ídolos, las lunetas de la nariz; hechos de oro, las grebas de oro, las ajorcas de oro, las diademas de oro […] y anduvieron por todas partes, anduvieron hurgando, rebuscando la casa del tesoro, los almacenes, y se adueñaron de todo lo que vieron.»

De una forma u otra, los españoles se apropiaron de todos estos tesoros y los juntaron con los conseguidos durante su campaña hacia Tenochtitlan. Y a pesar del malestar creciente por las acciones de los conquistadores, Moctezuma dirigió en esos días un discurso conciliador frente a su pueblo donde se reconoció como vasallo de Carlos I y pidió rendir obediencia a los extranjeros. El soberano era a esas alturas ya prisionero de los españoles y no estaba en condiciones de negarles nada.

Sin embargo, cuando los ánimos parecían calmarse y los invasores planeaban su salida de la ciudad con los tesoros llegó la noticia de que el gobernador Diego Velázquez había confiscado en la isla de Cuba los bienes de Hernán Cortés por conducir la empresa sin su permiso y había organizado un ejército que constaba de 19 embarcaciones, 1.400 hombres, 80 caballos, y veinte piezas de artillería con la misión de capturar al extremeño.

El caudillo español se vio obligado a salir de la ciudad, junto a 80 hombres, para enfrentarse al grupo enviado por Velázquez. Cortés se impuso, valiéndose de un ataque sorpresa, a sus compatriotas, que también le superaban en número, y pudo regresar meses después con algunos refuerzos a Tenochtitlán. No obstante, allí su ausencia resultó fatal para los intereses españoles. Al mando de Pedro de Alvarado, la guarnición española se atrincheró en torno al tesoro amontonado, mientras la ciudad entraba en ebullición por el secuestro de su monarca y los excesos hispánicos. La muerte de algunos notables aztecas por orden de Alvarado porque planeaban supuestamente dirigir una rebelión contra los españoles desbordó la paciencia de la población indígena, que deseaban ver a los españoles en la piedra de los sacrificios más pronto que tarde.

Durante unos días, los europeos intentaron utilizar de nuevo a Moctezuma para calmar los ánimos, pero fue en vano. Díaz del Castillo relata que Moctezuma subió a uno de los muros del palacio para hablar con su gente y tranquilizarlos; hasta que la multitud enardecida comenzó a arrojar piedras, una de las cuales hirió al líder azteca de gravedad durante su discurso. El emperador falleció tres días después a causa de la herida e, invocando la amistad que había entablado con Cortés, le pidió que favoreciese a su hijo de nombre Chimalpopoca tras su muerte.

En la llamada Noche Triste, el 30 de junio de 1520, Cortés y sus hombres se vieron obligados a huir desordenadamente de la ciudad, acosados por los aztecas. Cortés tomó esta decisión de salir secretamente en la noche presionado por sus capitanes. Y lo hizo sabiendo que aquello suponía abandonar uno de los mayores tesoros de la historia, entre joyas, objetos varios y oro fundido en barras, valorado en 700.000 ducados, de los que había que descontar una quinta parte para la Corona castellana.

Hernán Cortés expresó que «los soldados que quisieren sacar dello, desde aquí se lo doy, como se ha de quedar aquí perdido entre estos perros». Y esa fue precisamente la razón de la lente marcha de la expedición española en su salida de la ciudad. Muchos de los conquistadores iban cargados de metales brillantes entre sus pertrechos. Asimismo, el capitán extremeño dispuso que siete caballos heridos y una yegua transportaran fuera de la ciudad al menos el oro perteneciente al Rey, en tanto el capitán Juan Velázquez de León y varios criados nombrados por Cortés debían defender el carro.

El factor secreto se perdió en pocos minutos. Una mujer que estaba sacando agua de su hogar descubrió a los españoles en su retirada de la ciudad y dio la voz de alarma. Miles de guerreros aztecas cayeron sobre los hombres de Cortés y sus aliados tlaxcaltecas (unos 2.000), con un balance de más de 600 europeos muertos. Varios testigos afirmaron que el capitán Juan Velázquez de León murió defendiendo el oro del Rey, que había quedado perdido en la retaguardia.

El sueño del oro perdido
¿Qué fue de aquel tesoro?, ¿y del que se abandonó en el palacio azteca? Al día siguiente los soldados indígenas recogieron todo lo abandonado por los españoles, incluido el oro que se había hundido en el lago sobre el que se asentaba la ciudad, y los cadáveres fueron registrados de forma concienzuda. La venganza, no en vano, estaba cerca de llegar. Poco tiempo después de la Noche Triste se libró la batalla de Otumba, donde los españoles se vengaron y dieron cuenta de la superioridad militar de las técnicas y tácticas europeas.

Una vez caído el Imperio azteca tras un asedio a la ciudad y capturado el último emperador en 1521, los españoles mantuvieron la esperanza, convertida en una obsesión, de que los aztecas hubieran escondido el tesoro de nuevo en uno de los palacios de Tenochtitlán o incluso lo hubieran arrojado a la laguna. Es por ello que saquearon todo a su paso y el tesorero Julián de Alderete insistió en torturar al emperador Cuauhtémoc y al señor de Tlacopan con la quema de sus pies con aceite hirviente para que revelaran la ubicación del tesoro.

El resultado del interrogatorio confirmó que «cuatro días antes que le prendiesen echaron a la laguna todo el oro, tiros, escopetas, ballestas». Pero a pesar de que los españoles se zambulleron en la zona señalada, no se encontró «ni rastro del tesoro de Moctezuma, que tenía gran fama», afirma el cronista Francisco López de Gómara. Solo se halló allí un poco del oro.

Posteriores torturas dieron con nuevas zonas de rastreo en la laguna, pero el tesoro no pudo volver a ser reunido. El sueño de recuperar algún día estas riquezas escondidas se instaló en el imaginario de estos conquistadores, al estilo de la leyenda de El dorado. Sin ir más lejos, el hijo de Cortés, Martín, segundo marqués del Valle de Oaxaca, auspició varias expediciones para dar con el tesoro. Y ya en el año de 1637, se presentó ante el virrey de Nueva España, Marqués de Cadereyta, el indígena Francisco de Tapia, que decía ser descendiente de aztecas, diciendo saber dónde estaba el fabuloso tesoro de Moctezuma. Este se encontraba según su testimonio en «la laguna grande de San Lázaro, entre el peñol de los Baños y el del Marqués, en un pozo en que acostumbraban bañarse antiguamente…». En ambos casos las búsquedas no lograron su fin.

La parte del tesoro que cayó en manos piratas

Una parte del botín obtenido tras la conquista de la capital azteca fue embarcado en tres carabelas, que partieron en 1522 de San Juan de Ulúa con el objetivo de dirigirse directamente a España y convencer a Carlos I de la lealtad de Hernán Cortés. No obstante, el corsario francés Fleury reunió una flota de seis barcos, tres de ellos con más de 100 toneladas, y atacó a los españoles en las proximidades del cabo de San Vicente. Solo le pudo salvar uno de los barcos, el dirigido por el capitán Martín Cantón, que evitó el combate y logró ocultarse en la isla de Santa María a la espera de que desde Sevilla enviaran ayuda. Una vez en Francia, un porcentaje del tesoro pasó directamente a las arcas reales, mientras que una parte se expuso al público en 1527 en una fiesta organizada en la mansión del armador Ango.

SOBRE EL ODIO AL IMPERIO ESPAÑOL

El odio al imperio español no es algo original, es un odio similar al que los griegos sintieron por el romano, o el que los franceses e ingleses sintieron en los siglos XVIII y XIX por el ruso

La Inquisición ejecutó a unas 30 personas al año entre Europa y América de los siglos XVI al XIX.

Hace muchos años, leí cómo la Inquisición española, que operó durante más de 300 años en España y las Indias, generó un número de condenados a muerte inferior a las 3.000 personas, según el hispanista británico Kamen, cifra que aumentaría según otros estudiosos hasta 10.000. El número de condenados sobre el total de procesados se acerca al 4%, muy por debajo de lo que comúnmente se piensa. A su vez, muy pocos fueron quemados vivos, en contra de lo que se cree, ya que este castigo se reservaba a los 'relapsos' o gente que habiendo confesado luego se desdecía. En este punto, resultan sangrantes las confesiones por tortura, pero según la documentación de la Inquisición valenciana, tan solo un 2% de los procesados eran sometidos a tortura.

También es importante precisar que entre los condenados de la Inquisición no solo figuran 'delitos' religiosos, sino también procesos por delitos más comunes como la pederastia o la falsificación de monedas. Además, en las Indias el mandato de la Inquisición solo se dirigía a colonos, no a indígenas, indígenas que por otro lado siempre figuraron en los censos de población realizados por los funcionarios reales, junto a la población europea o mestiza, algo que nunca ocurrió con los censos ingleses o franceses. En conjunto, la Inquisición ejecutó a unas 30 personas al año entre Europa y América entre los siglos XVI y XIX.

Muy posiblemente, la Inquisición española fue nociva para el país y su progreso, inmoral en sus métodos e inaceptable en sus planteamientos, pero su extensa documentación permite a los historiadores cifrar realidades y combatir con estas los mitos que generan las leyendas, a veces amplificadas por el cine y la cultura popular. La 'leyenda negra' de la Inquisición se popularizó desde mediados del siglo XVI, exagerando en muchos casos sus perniciosas acciones.

En la matanza de San Bartolomé, los franceses mataron en una noche entre tres y cuatro veces la gente que mató la Inquisición en 300 años

Pues bien, la matanza sobre los hugonotes protestantes instigada por Catalina de Médici y perpetrada por católicos franceses en la noche de San Bartolomé, el 23 de agosto de 1572, alcanzó el rango de 10.000 a 20.000 asesinatos. En otras palabras, los franceses mataron en una noche entre tres y cuatro veces la gente que mató la Inquisición en 300 años.

Sin embargo, ¿qué leyenda negra ha perdurado?

Si la Inquisición española es uno de los grandes pilares de la leyenda negra, el otro gran vector en el que se basó la leyenda negra fue el 'genocidio' en América. Si las afirmaciones del fraile español Bartolomé de las Casas sobre la intensidad de las masacres cometidas por los españoles sobre los indios fueran ciertas, cada español hubiera tenido que matar 16 indios al día desde la llegada de Colón a América hasta la independencia de las colonias en el primer tercio del siglo XIX. 

Así de contundente se muestra la profesora de Historia María Elvira Roca, que ha sido docente en Harvard e investigadora en el CSIC. En su excepcional y extremadamente documentado libro recientemente publicado, 'Imperiofobia' (Siruela, 2017), analiza el surgimiento de la leyenda negra contra el imperio español, leyenda que se contrapone con la 'Legenda aurea', libro medieval muy popular que narraba la vida de santos heroicos. 'Imperiofobia' no es una defensa subjetiva del imperio español. Como buena historiadora, la autora se basa en analizar documentación y datos objetivos, para sobre los mismos plantear una realidad histórica y confrontar esta con supuestas verdades repetidas durante siglos.

Es interesante recordar cómo muchos pueblos indígenas ayudaron a los españoles levantándose contra sus violentos amos, proceso especialmente relevante en la conquista de México, cuando muchas tribus se aliaron con los escasos 200 hombres de Cortés para librarse de la férula de Moctezuma. El motivo es sencillo: el imperio azteca era mucho más horrendo que el español. Así, cuando se inauguró en 1487 el gran templo a Huitzilopochtli en Tenochtitlán (donde hoy se erige la catedral de México DF), el emperador azteca Ahuitzotl lo 'celebró' sacrificando a 80.400 prisioneros, muchos de ellos niños, en cuatro días; 14 víctimas por minuto, un ritmo de genocidio que superó incluso las cámaras de Auschwitz, según el historiador Victor Davis Hanson ('Matanza y cultura').

No está mal para no conocer los aztecas ni siquiera la rueda; lo suplieron con cuatro toboganes donde iban arrojando a los acuchillados simultáneamente.

En realidad, el odio al imperio español no es algo original, ya que, como demuestra 'Imperiofobia', es un odio similar al que los griegos sintieron por el imperio romano, el que los franceses e ingleses sintieron en los siglos XVIII y XIX por el imperio ruso, o el que una buena parte de los intelectuales europeos sintieron y sienten por el imperio norteamericano.

Los españoles, al igual que los romanos, fueron difamados como racialmente impuros (el antisemitismo figura siempre en las críticas a los imperios), degradados, incultos… en gran parte por los intelectuales italianos, que no entendían por qué su refinada patria estaba ocupada por bárbaros españoles. Los intelectuales griegos proferían el mismo tipo de odio hacia los romanos. La realidad es que esos intelectuales jamás serían capaces de levantar un imperio, algo que sí hicieron los soldados romanos y españoles. Ambos imperios, a su vez, admiraron profundamente a Grecia y a Italia. Roma hizo frente a sus críticas con una premonición: “Ochocientos años de prosperidad y disciplina han consolidado esta enorme máquina del Imperio romano, el cual no puede ser destruido sin derribar también a aquellos que lo destruyan”.

Los siglos oscuros de muchas zonas de Europa tras la caída de Roma avalan dicha profecía. 

Como afirma la profesora Roca, el odio contra los imperios surge siempre del complejo de inferioridad “que resulta de ocupar una posición secundaria” y de la frustración. En sus palabras, “el negocio de la irresponsabilidad es fundamental para entender el éxito siempre arrollador de las propagandas antiimperiales. Vender irresponsabilidad ha sido siempre muy lucrativo. Que la culpa sea de otro es descansado. Alivia el alma y nos evita muchos quebraderos de cabeza y mucho esfuerzo”.

Dado que el imperio español fue el cuarto más grande del mundo, con 20 millones de kilómetros cuadrados (lo superaron el inglés, el ruso y el mongol), las reacciones de odio son entendibles en un contexto histórico. Lo interesante es por qué perviven: se generan fuera y luego acampan dentro. Como dice la autora, lo único que queda del imperio español es el odio que ciertas corrientes de opinión aún siguen sintiendo por España.

La lectura del libro genera una conclusión evidente: el odio se mantiene porque sus elementos subyacentes, a saber, el complejo de inferioridad, la irresponsabilidad y la frustración, siguen vigentes.

EL TUE AVALA EL IMPUESTO DE REINO UNIDO A LOS OPERADORES DE JUEGOS DE AZAR DE GIBRALTAR

Reino Unido y Gibraltar son un solo país ante la libre prestación de servicios.
   
El Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TUE) ha concluido este martes que Reino Unido y Gibraltar deben tratarse como un único Estado miembro a efectos de la libre prestación de servicios, por lo que ha avalado el nuevo sistema fiscal de Reino Unido que impone una tasa a los operadores de juegos de azar establecidos en Gibraltar que ofrecen servicios a distancia a ciudadanos británicos.

La sentencia resuelve la cuestión elevada por el Tribunal Superior de Justicia de Reino Unido con respecto al recurso presentado por The Gibraltar Betting and Gaming Assotiation (GBGA) sobre el régimen fiscal sobre juegos de azar aprobado por Londres en 2014.

Este régimen obliga a los proveedores de servicios de estos juegos a abonar un impuesto por los juegos de azar a distancia que ofrecen a los consumidores de Reino Unido. Las normas anteriores únicamente establecían un impuesto para los proveedores de servicios radicados en Reino Unido.

Impugnación
La GBGA impugnó el nuevo régimen fiscal argumentando que es contrario al principio de libre prestación de servicios consagrado en la legislación comunitaria. El Tribunal Supremo de Reino Unido preguntó a la Justicia europea si a efectos de la prestación de servicios debe considerarse que Gibraltar y Reino Unido forman parte de un solo Estado miembro o si Gibraltar tiene el estatuto jurídico de territorio separado, de modo que la prestación de servicios deba tratarse como comercio intracomunitario.

En la sentencia publicada este martes, el Tribunal de Justicia de la UE concluye que la prestación de servicios por parte de operadores establecidos en Gibraltar a personas establecidas en el Reino Unido "constituye una situación en la que todos los elementos se circunscriben al interior de un único Estado miembro".

Por tanto, el TUE determina que "las disposiciones del Tratado (de la UE) en materia de libre prestación de servicios no son aplicables a una situación en la que todos los elementos se circunscriben al interior de un único Estado miembro".

La Justicia europea confirmar que Gibraltar no forma parte de Reino Unido pero señala que "esta circunstancia no es decisiva para determinar si dos territorios deben asimilarse a un único Estado miembro" con respecto a la aplicación de las disposiciones sobre libertades fundamentales.

Así, el Tribunal con sede en Luxemburgo apunta que "no existen otros elementos que permitan considerar que (...) las relaciones entre Gibraltar y Reino Unido son similares a las que existen entre dos Estados miembros" y indica que "afirmar lo contrario equivaldría a negar el vínculo que se reconoce en el Derecho de la Unión entre ese territorio y el Estado miembro".

Por último, el TUE afirma que su conclusión "no vulnera el objetivo de garantizar el funcionamiento del mercado interior ni el estatuto de Gibraltar" y subraya que su conclusión "no debe entenderse en el sentido de que vulnera el estatuto distinto y separado de Gibraltar".

LA JUSTICIA RECONOCE QUE LA RELACIÓN DE GIBRALTAR CON LA UE ES A TRAVÉS DEL REINO UNIDO

La pertenencia de Gibraltar a la Unión Europea se establece a través del Reino Unido, puesto que se trata de un territorio europeo cuyas relaciones exteriores asume este Estado miembro y, por tanto, las obligaciones derivadas de los Tratados frente a los demás Estados miembros en lo que respecta a la aplicación y la transposición del Derecho de la Unión en el territorio de Gibraltar.

Así, lo establece el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) en una sentencia de 13 de junio de 2017, en la que el ponente, el magistrado Marko Ilesic estima que no existen otros elementos que permitan considerar que, a efectos del artículo 56 Tratado Fundacional de la Unión Europea (TFUE), las relaciones entre Gibraltar y el Reino Unido "son similares a las que existen entre dos Estados miembros. Afirmar lo contrario equivaldría a negar el vínculo que se reconoce en el Derecho de la Unión entre ese territorio y ese Estado miembro".

La sentencia, aunque confirma que según su estatuto Gibraltar no forma parte del Reino Unido, "esta circunstancia no es decisiva para determinar si dos territorios deben asimilarse a un único Estado miembro a efectos de la aplicabilidad de las disposiciones relativas a las libertades fundamentales", puesto que las disposiciones del Tratado en materia de libre prestación de servicios no son aplicables a una situación en la que todos los elementos se circunscriben al "interior de un único Estado miembro".

El citado artículo prohíbe las restricciones a la libre prestación de servicios dentro de la Unión para los nacionales de los Estados miembros establecidos en un Estado miembro que no sea el del destinatario de la prestación.

El ponente, el magistrado Marko IlesiÄ estima que de conformidad con el Acta de adhesión de 1972, Gibraltar está excluido de la aplicabilidad de los actos de la Unión en determinados ámbitos del Derecho de la Unión. Sin embargo, dichas exclusiones no afectan a la libre prestación de servicios. Por consiguiente, el artículo 56 TFUE es aplicable a Gibraltar.

De esta forma, concluye que a efectos del Derecho de la UE, las prestaciones de servicios realizadas por los operadores establecidos en Gibraltar a personas residentes en el Reino Unido constituyen una situación en la que todos los elementos se circunscriben al interior de un único Estado miembro.

Pagarán los nuevos impuestos
En el caso en litigio, The Gibraltar Betting and Gaming Association (GBGA) es una asociación sectorial cuyos miembros, fundamentalmente establecidos en Gibraltar, prestan servicios de juegos de azar a distancia a clientes del Reino Unido y de otros países.

En 2014 el Reino Unido adoptó un nuevo régimen fiscal para determinados impuestos sobre juegos de azar. Este nuevo régimen, basado en el principio del lugar de consumo, obliga a los proveedores de servicios de juegos de azar a abonar un impuesto por los juegos de azar a distancia que ofrezcan a consumidores del Reino Unido.

En el Reino Unido se aplican siete impuestos sobre el juego. El nuevo régimen fiscal contiene  los tres impuestos controvertidos en el litigio, esto es: el Impuesto General sobre las Apuestas, salvo en lo que atañe a las apuestas por diferencias ('spread betting'), el Impuesto sobre las Apuestas por el Sistema de Totalizador ('pool betting') y el Impuesto sobre los Juegos de Azar a Distancia. Estas figuras tributarias  se establecen como un régimen impositivo en función del 'lugar de consumo'.

El régimen fiscal anterior, basado en el principio del 'lugar de prestación', establecía que sólo los proveedores de servicios radicados en el Reino Unido quedaban gravados por el impuesto sobre los juegos de azar por sus beneficios brutos derivados de la prestación de ese servicio a clientes de todo el mundo.

La GBGA ha impugnado este nuevo régimen fiscal ante el Tribunal Superior de Justicia Reino Unido (Inglaterra y Gales), basándose en que dicho régimen es contrario al principio de libre prestación de servicios consagrado en el artículo 56 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea.

Como parte demandada, la administración tributaria británica alega que la GBGA no está amparada por el Derecho de la Unión, ya que la prestación de servicios por parte de operadores establecidos en Gibraltar a personas establecidas en el Reino Unido no está sometida al Derecho de la Unión y que, en cualquier caso, no puede considerarse que el nuevo régimen fiscal sea una restricción a la libre prestación de servicios, al tratarse de una medida fiscal aplicable sin hacer distinciones.

La Tribunal Superior de Justicia Reino Unido preguntaba al Tribunal de Justicia si, a efectos de la libre prestación de servicios, debe considerarse que Gibraltar y el Reino Unido forman parte de un solo Estado miembro o si, en este ámbito, Gibraltar tiene, con arreglo al Derecho de la Unión, el estatuto jurídico de territorio separado del Reino Unido, de modo que la prestación de servicios entre ambos deba tratarse como comercio intracomunitario.

CUARENTA AÑOS EN LA VIDA DE LOS ESPAÑOLES

«Ahora, como entonces, España depende de los españoles. El aniversario debería convertirse en una convocatoria para reafirmar lo que de verdad importa: la libertad»

Una buena fecha para situar el renacimiento de la democracia en España es la del 15 de Junio de 1977. Ese día, hace exactamente mañana cuarenta años, tenían lugar las primeras elecciones democráticas desde las celebradas casi exactamente otros cuarenta años antes, en 1936. 

Muchos encontrarán en ese extraño ritmo de las cuatro décadas razones para descifrar los motivos de nuestros encuentros y desencuentros, como si el cuerpo nacional estuviera sometido a leyes mágicas que el entendimiento desconoce. Otros, con opciones diferentes y atendibles, prefieren situar la epifanía en el referéndum que pocos meses antes había aprobado masivamente la Ley de Reforma Política o, meses después, en la culminación del primer momento transicional con la aprobación, de manera no menos aplastante, de la Constitución de 1978. Todos ellos momentos importantes de la, con mayúsculas, Transición Española a la Democracia y consiguientemente dignos de recordación y parabién. Pero ese 15 de Junio de 1977 debería quedar inscrito de manera indeleble en lo mejor de nuestra historia común: aquella en la que unos ciudadanos desprovistos de la práctica electoral durante cuatro decenios concurren pacíficamente a las urnas para elegir libremente a sus representantes agrupados en partidos políticos. Y lo hacen con un admirable sentido cívico de la participación y poniendo de manifiesto una extraordinaria sabiduría en la selección de las mayorías y de las minorías, con un propósito patriótico de lectura transparente: la estabilidad de la España democrática debería asentarse sobre opciones lejanas al guerra civilismo o a la autocracia, buscando terrenos de encuentro y reconciliación en el que todos sin excepción pudieran encontrar cabida. Es esa una epopeya que por supuesto merece recordatorio.

No eran aquellos tiempos fáciles. Los españoles no disponían de un manual de comportamiento que les enseñara cómo conducirse en democracia tras cuarenta años de dictadura. Las manifestaciones sangrientas del terrorismo, provinieran del nacionalismo vasco o de las extremas izquierda y derecha, comenzaban a golpear sin pausa ni discriminación a una asustada ciudadanía. El país no había superado todavía el duro impacto de la crisis petrolífera del comienzo de la década y la economía registraba altos niveles de paro e inflación. España era un país internacionalmente aislado al que solo una desigual relación militar con los Estados Unidos, y el comienzo de la explotación de las capacidades turísticas, le servían de cordón umbilical con un mundo en general sospechoso y ajeno. Y con todo, sin exageración lírica ni sentimentalismo patriótico, cabe registrar lo evidente: ese 15 de Junio de 1977 quedará como un hito en la recuperación de la historia nacional, el momento en que los españoles sin distinción supieron apostar sin vacilaciones por otro y mejor futuro.

La prueba está en los cuarenta años transcurridos desde entonces. Cuando la frase hecha en los tiempos aciagos del aislamiento consistía en evocar con envidia la situación de los países de «nuestro entorno», hace ya tiempo que con normalidad nos hemos incluido en esos parajes, trátese de la economía, de la integración internacional, de la cooperación defensiva, del respeto y de la consideración entre los propios y los ajenos. Habría que remontarse a las épocas lejanas y mejores de nuestra historia para encontrar momentos en que España estuviera mejor sintonizada consigo misma y con el mundo exterior. La España que los españoles comenzaron a dibujar el 15 de Junio de 1977.

Precisamente por ello causa maligna admiración y justificado espanto que cuatro décadas después del comienzo de aquella epopeya tengamos que contemplar cómo la osada patulea del separatismo catalán, practicando sin rubor una tenebrosa política de hechos consumados, haya llegado a poner en duda la misma existencia de lo que la Constitución define como «patria común e indivisible de todos los españoles». Cierto es: otros factores han venido a sembrar dudas entre la ciudadanía sobre el futuro del entramado social. Tormentas financieras, incapacidades políticas, cansancios colectivos, quiebras éticas, corrupciones generalizadas han proyectado incertidumbres y generado respuestas que desde la inacción culpable hasta el populismo desgarrado y oportunista han configurado una España agarrotada y hasta cierto punto exangüe. Las responsabilidades son múltiples y en la hora de la verdad deben ser cuidadosamente recontadas: los que creyeron llegado el momento de enterrar la Transición y consiguientemente ganar en la paz la guerra que perdieron en la batalla; los que por comodidad, desidia o ceguera creyeron que el enemigo no era tan feroz como lo pintaban; los que renunciaron al poder regenerador de la sociedad civil para ocultarse exclusivamente en las responsabilidades de lo público; los que, en definitiva, a diferencia de los españoles que con entusiasmo depositaron su voto el 15 de Junio de 1977, dejaron de creer en la virtualidad del país al que pertenecían, en la correspondiente reclamación de libertad e igualdad para todos sus componentes, en el legítimo orgullo de compartir historia, lengua y cultura que conforman parte indeleble del patrimonio de la humanidad.

Por eso la celebración no puede quedar contenida en un momento ceremonial y estático, que bien pudiera parecerse al de un solemne entierro. Fueron aquellos tiempos diferentes que los ahora vividos y consiguientemente diferentes las necesidades. Pero la lección sirve en toda su amplitud: lo conseguido en aquella hora difícil tiene que ser hoy refrendado con la misma convicción y si cabe con mayor énfasis. Es la nuestra una de las más antiguas comunidades nacionales del mundo y su permanencia no puede quedar al arbitrio de los aprovechados charlatanes de aldea, solo interesados en garantizarse el poder omnímodo que depara la tribu racial. Quisimos que esto fuera otra cosa. A todos, empezando por las instituciones y llegando al último de los compatriotas, compete la correspondiente defensa y la no menos contundente reclamación. Nadie quisiera ser el último Rey de España, o el último presidente del Gobierno de ese país, o el último de los ciudadanos en ostentar esa nacionalidad. Nadie en sus cabales quisiera pasar a la historia con ese baldón. Sobre todo cuando las circunstancias ni lo aconsejan, ni lo permiten, ni lo justifican. España tiene la razón para afirmar su existencia y tiene la fuerza que esa misma razón le otorga. Todo lo demás, en este momento que tiene mucho de verdad, son proyecciones chinescas del teatro nacionalista del absurdo.

Ahora, como entonces, España depende de los españoles. El aniversario debería convertirse en una convocatoria para reafirmar lo que de verdad importa: la libertad. Y que nadie se engañe: su realidad está en la España entera. En ninguna otra parte. Porque no se trata de emitir un impotente quejido sino de decirse, con todas sus consecuencias, como Don Antonio Machado nos recomendaba, «hoy es siempre todavía».

JAVIER RUPÉREZ Madrid