El 20 de septiembre de 1909, el teniente coronel arriesgó su vida, y la de sus hombres, para salvar la de los soldados de los batallones de Tarifa y de Cataluña en Marruecos.
Con la mente en su amada España y el empuje en sus sables de toda la Península. De esta guisa cargaron, el 20 de septiembre de 1909, los 65 jinetes del Regimiento de Cazadores de Caballería Alfonso XII. Estos hombres atacaron aquella triste jornada una formación de más de 1.500 marroquíes en las afueras de Taxdirt (cerca de Melilla) con el objetivo de evitar que sus compañeros fueran masacrados por los rifeños. Y lo hicieron a las órdenes de José de Cavalcanti y Alburquerque, quien sabía que bajo las herraduras de sus jamelgos estaba la salvación de varios batallones que habían quedado aislados en el campo de batalla de aquellas tierras melillenses. El resultado de la llamada «carga de Taxdirt» fue una ingente cantidad de bajas, pero también la gloria y la inmortalidad.
El protectorado de la muerte
El origen de esta batalla hay que buscarlo en la formación del protectorado español en Marruecos. El protectorado, el que fuera un regalo envenenado a nuestro país, fue un caramelo que la comunidad internacional ofreció a España como premio de consolación ante la creciente expansión colonial de otras potencias por el norte de África . España consiguió la cesión de este territorio, una «franja del Marruecos septentrional que iba desde la frontera con Argelia al Océano Atlántico», gracias a las diferencias que por entonces existían entre Inglaterra y Francia.
«La rivalidad colonial entre estas potencias europeas a lo largo del SXIX terminaría cuando ambas comprendieron que en vez de pelearse sería más provechoso un reparto de zonas de influencia, particularmente en África. Así, en virtud del acuerdo franco-británico de abril de 1904, Francia dejaba a Inglaterra las manos libres en Egipto, a cambio de que ésta se las dejara libres en Marruecos». El problema radicaba en que a los británicos no les gustaba que los galos se establecieran al otro lado del Estrecho de Gibraltar, pues lo consideraban una ventaja que, llegado el momento, les sería insalvable.
Por ello, decidieron que meterían por medio a España. Así pues, hicieron prevalecer los derechos históricos del país en el norte de Marruecos para que les cedieran el territorio. Y los nuestros, que poco más podían hacer que sonreír ante el mísero y peligroso presente (pues en aquella región había más revoluciones que en la Francia de 1789) se limitaron a aceptar de buen grado lo que se les ofrecía.
Hostilidades
Años después se materializó que aquel territorio no iba a dar precisamente alegrías a los españoles. Esta suposición quedó clara el 9 de julio de 1909 cuando los operarios que construían una línea de ferrocarril entre la cabila de Beni Bu Ifrur y Melilla fueron atacados por un grupo de rifeños. El contingente, según se dijo después, estaba en contra de que los extranjeros unieran estas dos regiones, pues suponían que la finalidad de ello era extraer las materias primas que había en la región y trasladarlas hasta la Península. Lo cierto es que no andaban desencaminados. El asalto se sucedió a las siete de la mañana, mientras 13 obreros cimentaban un puente a seis kilómetros de Melilla.
El resultado fue catastrófico (4 muertos y tres heridos) y fue recogido en el periódico ABC el día 10: «Las noticias de Melilla que llegaron anoche a Madrid produjeron, y producirán hoy en España, honda impresión». No le faltaba razón al diario, que narró así lo sucedido: «Bruscamente sonó una descarga cerrada y tres obreros españoles cayeron al suelo. Los demás suspendieron el trabajo, alzaron la cabeza, y como a 100 metros de distancia vieron un grupo de 400 moros y 30 jinetes. […] Los moros hicieron fuego sobre ellos. Uno de ellos, español también, cayó muerto de un balazo en la espalda».
Poco más necesitó España para responder. Instantáneamente se envió una fuerza de castigo contra los enemigos y se declaró el inicio de las hostilidades contra las cabilas. Estos hechos se consideran a día de hoy el comienzo de la «Campaña de Melilla de 1909» y provocó que se empezara a movilizar un considerable continente desde la Península. Acababa de comenzar una guerra que provocaría que miles de soldados hispanos regresasen en una caja a su hogar.
Y así quedó demostrado tras las cruentas matanzas de españoles perpetradas por los marroquíes. Algunas como los sucesos acaecidos en el Barranco del Lobo (donde más de un centenar de combatientes se dejaron el alma y seis veces más hombres quedaron severamente heridos).
El Barranco del Lobo
Hacia el desastre
Entre el odio hacia los marroquíes, y el ansia de conquista, fueron llegando miles y miles de militares hispanos a Marruecos. Así fue como, allá por septiembre de ese mismo año (apenas tres meses después) el ejército logró reunir en Melilla nada menos que 44.000 hombres.
Para entonces, y a pesar de las grandes derrotas acaecidas, desde el gobierno se seguía creyendo que sería mera cuestión de tiempo que la victoria se consiguiese. De hecho, Antonio Maura (presidente del Consejo de Ministros por aquel entonces) solicitó a los militares que no fueran demasiado bárbaros cuando, irremediablemente, tomaran las diferentes cabilas.
Fuera como fuese, en septiembre el ejército se decidió a llevar a cabo un plan que llevaba pergeñándose desde hacía tiempo: la construcción de un faro que guiara a los barcos en el cabo de Tres Forcas (al norte de Melilla).
El general José Marina (mandamás de las fuerzas de la región) no se anduvo con chiquitas. Si iban a atacar, lo mejor era hacerlo a lo grande y tomar por las armas toda la región. Y es que, según consideró, así podría tener a la población controlada y evitar molestas revueltas. «Eso permitiría por un lado pacificar la comarca y, además, aislar el Gurugú por la cabila de Beni Sicar», explica Antonio Antienza Peñarrocha en su tesis «Africanistas y junteros: el ejército español en África y el oficial José Enrique Varela Iglesias».
El plan de acción
El plan de acción que se estableció fue sencillo. Se formarían dos columnas que deberían tomar el territorio (ubicado al norte de Melilla). La primera de ellas recorrería la región de sur a norte a través de una zona ocupada por tribus pacíficas. La segunda, por su parte, atravesaría la zona de este a oeste. Lo haría con el objetivo de llegar hacia Taxdirt (al oeste de Melilla). Esta última sería la misión más sangrienta, pues había que cruzar zonas tomadas por enemigos. Se avecinaban tiempos difíciles.
1-Primera columna (4.020 soldados; ochenta caballos y ocho cañones). Estaba al mando del general Alfau. Sus tropas eran las siguientes:
- Batallón de Barbastro.
- Batallón de Figueras.
- Batallón de Amposta.
- Batallón de Las Navas.
- Escuadrón del Lusitania (caballería).
- Dos baterías de Montaña (artillería).
- Compañía de Zapadores.
- Compañía de Telégrafos.
- Ambulancia.
- Tren de combate e impedimenta.
En palabras de Peñarrocha, «los dos escuadrones de caballería de la División, del Alfonso XII y del Lusitania, iban al mando del ayudante del general Tovar, el teniente coronel José de Cavalcanti y Alburquerque». Este decidió integrarse en la Segunda columna, por ser esta en la que se encontraba Tovar.
2-Segunda columna (3.479 soldados, 80 caballos y 8 cañones). Ésta contaba como mandos principales al general Morales y al también general Tovar. Sus tropas eran las siguientes:
A-Vanguardia.
-Sección de jinetes del Regimiento de Cazadores de Caballería Alfonso XII.
-Batallón de Cataluña.
-Primera Batería de Montaña (artillería).
-Compañía de Zapadores.
B-Cuerpo central.
-Batallón de Tarifa.
-Batallón de Chiclana.
-Segunda Batería de Montaña (artillería).
-Compañía de Telégrafos.
-Ambulancia.
-Tren de combate e impedimenta.
C-Retaguardia.
-Batallón de Talavera.
-Sección de jinetes del Regimiento de Cazadores de Caballería Alfonso XII.
3-Segunda División Expedicionaria (a las órdenes del general Sotomayor). Un apoyo a las dos columnas. Su objetivo era ubicarse al sur del río Oro y permanecer en alerta por si se les necesitaba.
4-Primera División Expedicionaria Un apoyo a las dos columnas. Formada por la Tercera Brigada de Cazadores y los Húsares de la Princesa. Sus órdenes eran ubicarse en un zoco cercano (el de Arbaa) y dirigirse hacia Zeluán (en dirección contraria a la zona en la que se sucedería la misión principal). De esta forma, se pretendía que los rifeños les siguieran (y, de esta forma, reducir el número de defensores de la zona principal).
Comienza el combate
La Segunda columna, en la que iba Cavalcanti, partió del fuerte Reina Regente hacia el sur el 20 de septiembre y, tras dos horas de marcha, llegó a Dar el Hach (a 5 kilómetros de Melilla), Una vez allí, dirigió sus pasos hacia Taxdirt, su objetivo final. Para desgracia de los militares que la formaban, los rifeños decidieron no dividirse y se movilizaron también hacia Taxdirt, olvidándose de la Primer columna.
A las ocho de la mañana comenzaron los disparos cuando la sección de jinetes que se ubicaba en vanguardia recibió fuego por parte de un grupo de rifeños situados en las inmediaciones de Taxdirt. Los españoles contestaron avanzando hacia las defensas en las que, según creían, estaría el enemigo... pero al llegar no encontraron a nadie. La razón era sencilla: los marroquíes se habían retirado a la carrera hasta un pequeño monte cercano (el de Tamsuyt), más fácil de defender.
Desde allí, desataron el infierno haciendo un nutrido fuego sobre los españoles. Como respuesta, la columna se puso en alerta y se dispuso a presentar batalla al enemigo, formado por unos 1.500 combatientes. La Primera Batería bombardeó la zona para apoyar a los jinetes enfrascados en el ataque y, cuando el último proyectil cayó, uno de los batallones del contingente (el de Cataluña, junto con la compañía de zapadores) cargó a bayoneta contra los enemigos. Ellos serían la vanguardia de la ofensiva.
La batalla fue cruenta, pero los españoles lograron conquistar la posición a sangre y fuego. A continuación, se dio órdenes a la Primera Batería de que avanzara para consolidar la zona conquistada. Como apoyo a esta (y mientras el Cataluña seguía avanzando) se mandó también al batallón de Tarifa.
Éste se dividió en tres grupos o compañías. La primera se ubicó a la derecha de la artillería y comenzó a devolver el fuego al enemigo con la rodilla en tierra para garantizar la precisión de sus disparos. La segunda se posicionó en el flanco izquierdo de los cañones y, para terminar, la tercera avanzó para desalojar a la bayoneta a un molesto grupo de marroquíes que soltaba plomo desde el flanco izquierdo.
A ellos les fue bien. Todo lo contrario que al Cataluña y a los zapadores, ubicados en primerísima línea. «Mientras, el batallón de Cataluña estaba sufriendo el fuego y la presión de los harqueños, empeñados en retomar las alturas», añade el experto en su dossier. El tiroteo al que se vieron sometidas estas dos unidades era más que intenso. Ambas no pararon de disparar ni un minuto para defenderse de los, aproximadamente, 1.500 enemigos que les cercaban. Las siguientes cuatro horas se desarrollaron entre sangre y una gran cantidad de bajas.
El fatídico relevo
La gran cantidad de bajas provocó que, poco después del medio día, se ordenara a las dos unidades presentes en el montículo (el batallón de Cataluña y la compañía de zapadores) retirarse y ser relevadas por el batallón Tarifa, que estaba ubicado a sus espaldas y defendía todavía a la Primera Batería. «Tres compañías del Talavera, hasta ahora en reserva, serían las encargadas de ocupar las posiciones anteriormente tomadas por el Tarifa», completa el autor.
La teoría era impecable, pero fue pobremente llevada a la práctica. Y es que, cuando los rifeños observaron que se estaba produciendo el relevo, se lanzaron contra los españoles aprovechando el desconcierto. Más concretamente, se arrojaron como si la vida les dependiera de ello al hueco existente entre el Tarifa y el Cataluña para cortar el avance del primero, y la retirada del segundo.
El movimiento les salió a pedir de boca. En primer lugar, porque impidieron que el batallón Tarifa avanzase y completase el revelo. Este, quedó además expuesto a los disparos marroquíes. «El fuego rifeño se concentró sobre el Tarifa, estorbando su maniobra», señala el experto. Y, en segundo término, porque la suerte quiso que su ataque cortase también la retirada de la última compañía del Cataluña. Una unidad que ya carecía de municiones y estaba más que extenuada. Pintaban bastos.
En esta situación, el general ordenó a Cavalcanti y a sus hombres que apoyaran, en una carga desesperada, al Tarifa. El objetivo no era otro que lograr que los soldados completaran el relevo antes de que, tanto ellos como los hombres del Cataluña, fuesen destruidos. Había que ganar tiempo, y el encargado de ello serían los jinetes del Alfonso XII.
A la carga
La respuesta de Cavalcanti a la llamada de su general fue hacer aquello para lo que sus jinetes habían sido entrenados: combatir cuerpo a cuerpo. Así pues, tanto él como sus 65 valientes del Regimiento de Cazadores de Caballería Alfonso XII se lanzaron en una heroica carga contra el enemigo. En sus mentes, España y sus compañeros. En sus manos, los sables hambrientos de sangre. Aquel ataque debió llevar consigo todo el empuje de la Península, pues hizo cundir el pánico entre los harqueños, que empezaron a retroceder.
A pesar de ello, la batalla estaba lejos de haberse ganado. Tras el primer choque, Cavalcanti ordenó en dos ocasiones a sus jinetes retirarse hasta un cañaveral cercano con el objetivo de reagruparse y volver a atacar. La segunda carga la hizo con apenas 40 caballeros. La tercera, con una veintena. Después de esta heroicidad, los escasos hombres que todavía tenía a su cargo se retiraron de nuevo hasta el cañaveral, dejaron sus monturas a un lado, clavaron rodilla en tierra, y comenzaron una épica defensa contra el enemigo, ahora ávido de venganza.
«Al ver la apurada situación de los del Alfonso XII, el teniente coronel Moreira ordenó a sus hombres del Tarifa que apoyaran a los jinetes. El propio teniente coronel quedó gravemente herido, pero los harqueños se terminaron replegando», añade el experto. La batalla había llegado a su fin, pues se había conquistado el territorio. Y todos, gracias a la valerosa actuación de unos pocos jinetes españoles.
A las tres de la tarde, arribaron a la zona dos batallones más para asegurar la posición. Aunque eso no valió para mantener la loma. Al final, y ante la inminente caída de la noche, el ejército se retiró a Taxdirt y tuvo que ver como los rifeños tomaban de nuevo Tamsuyt. Una derrota en lo que se refiere a la pérdida del terreno, pero una victoria al fin y al cabo, pues se logró salvar a los últimos hombres del Cataluña y al Tarifa.
Al final de la contienda el teniente coronel contó 25 bajas. Una sangría para una unidad de menos de 70. Pero todos ellos fueron héroes, pues no solo lograron que sus compañeros pudiesen salvarse, sino que hicieron huir a aquel gigantesco contingente y sirvieron la victoria en bandeja a la infantería. Aquella actuación le valió a Cavalcanti (que acabó herido de gravedad) la preciada Cruz Laureada de San Fernando, además de un ascenso.
José de Cavalcanti
José de Cavalcanti y Alburquerque nació en 1871 en Cuba. Deseoso de servir a su país, ingresó en la Academia General Militar cuando contaba 17 años. La vida la destinó a la caballería, y allí fue donde logró ascender hasta teniente coronel. Su valía hizo que fuera enviado a África donde, en septiembre de 1909, dirigió dos escuadrones de jinetes encuadrados dentro de una brigada (la segunda) con órdenes de tomar varias posiciones rifeñas en Taxdirt (cerca de Melilla). El día 20, este militar y sus compañeros fueron atacados por un gigantesco contingente de rifeños en un día imposible de olvidar...
MANUEL P. VILLATORO - ABC_Historia
26/01/2017