Cuatro historiadores publican libros sobre el origen de la nación española (y de los nacionalismos) que iluminan con grandes ideas nuestro desafío presente
El pasado es «un campo de batalla sobre el que se dirimen las batallas del presente. Eso es algo inevitable». Quien lo dice es Jesús Torrecilla (Villar del Pedroso, Cáceres, 1954), historiador de la Literatura español que enseña en EE.UU. y acaba de publicar «España al revés» (Marcial Pons), un libro brillante en el que se documenta cómo se crearon los mitos progresistas, cómo los liberales del XIX hallaron en la historia de España un imaginario nuevo, asumible, que les quitase el sambenito de afrancesados y traidores tras la Guerra de la Independencia, pero incompatible con la nación forjada en la reconquista y la contrarreforma.
En la España de hoy, la de la imposibilidad de pactos, la de la memoria histórica y la llamada «segunda transición», los libros de historia aportan claves sabrosas para entender nuestros problemas presentes. «No somos inconformistas con el pasado. Es que no lo conocemos», añade Torrecilla a ABC.
Identidades y ficción
En su libro, documentadísimo, vemos cómo los liberales se entregan a la creación de una mitología con obras de teatro y poemas que cantan la lucha de Padilla, Bravo y Maldonado contra el «Rey extranjero», o la utopía andalusí que la reconquista arrasó, con el fin de legitimar en el pasado sus propias posiciones.
Siendo incompatibles, aquellas dos maneras de mirar la historia devinieron en las Dos Españas que estuvieron siglo y medio helándose el corazón. «Hubo progresistas que defendieron la moderación, que eran acusados de tibios y retrógrados», continúa el historiador, que en su libro dedica reflexiones amplias a Larra y Blanco White.
Le ha impresionado «la inquina de los propios progresistas contra sus disidentes», como White. Para él, «la Transición fue el único periodo de la historia de España en el reverso de lo que vivieron aquellos liberales». Le preocupa que se regrese a la visión «maniquea y simplona, de buenos y malos» de hechos tan bien estudiados como la guerra civil de 1936.
«Redactar una visión aceptable para todos de la historia debería ser prioritario. Versiones incompatibles generan problemas al país»
«Deberíamos preocuparnos de conocer bien nuestro pasado y confrontarlo con honestidad», afirma el historiador. En el espíritu de una moderación como la que reivindicaban algunos liberales considera que los «grupos que conforman la realidad política española deben hacer concesiones para facilitar la convivencia, también en la escritura de la historia. Redactar una versión negociada, aceptable para todos, debería ser prioritario. La escritura de múltiples interpretaciones del pasado, algunas de ellas incompatibles entre sí, está generando serios problemas al país», concluye.
Dioses útiles
En otro libro importante, «Dioses útiles» (Galaxia Gutenberg), José Álvarez Junco (Viella, Lérida, 1942) analiza el concepto de nación y nacionalismo desde la nueva perspectiva que la historia aporta: como realidades mentales, culturales y políticas que no tienen existencia física. Y las aborda de forma comparada y tratando de «reducir al mínimo posible el factor emocional que se asocia a la nación».
«Hay muchos episodios de la historia de los que no me puedo sentir orgulloso», dice José Álvarez Junco
Para él, con la revuelta contra Napoleón, «resurgió una idea monolítica de España, que se enfrentó a minorías reformistas que querían limitar el poder del monarca, y cierta libertad. Eran dos proyectos incompatibles». Álvarez Junco hoy se muestra optimista ante la aparición de nuevos actores políticos: «Una derecha nunca vista en este país, como Ciudadanos» que podría difuminar el conflicto. Cree que debemos mirar de otro modo al pasado: «Hay muchos episodios de los que no me siento orgulloso, como la expulsión de los judíos o algunos excesos de la conquista de América, pero los historiadores podemos resaltar aspectos positivos, como la existencia de un Bartolomé de las Casas o un Jorge Juan o, más reciente, la de la Institución Libre de Enseñanza. De eso me siento orgulloso».
Para ello deberíamos hacer como Alemania o Francia que revisaron su historia después de la II Guerra Mundial donde había «pocas cosas dignas de orgullo y sentaron las bases de lo que podía ser positivo y compartido como historia colectivamente». ¿Es urgente, debería ser cuestión de Estado? «Sí».
«Podríamos hacer como Alemania y Francia, que revisaron su historia tras la II Guerra Mundial, para buscar lo positivo»
Este historiador de posiciones progresistas reivindica la Educación para la Ciudadanía. Cita a Ortega en los años treinta, cuando dijo que la pedagogía sigue siendo política en España. «Tras la Constitución del 78 la educación se dejó en manos de gobiernos nacionalistas y ahora tenemos generaciones de nacionalistas», advierte.
Para él, el Estado Nación no es el futuro, porque «se han desmoronado sus presupuestos: sociedad homogénea, fronteras rígidamente constituidas y poder absoluto de la soberanía sobre el territorio. Hoy las fronteras desaparecen, las sociedades son heterogéneas. Esto ya no se sostiene». En conclusión, «las naciones no son fantasmas ni cuentos chinos, son realidades mentales como dijo Benedict Anderson».
Las imágenes de cera
En el debate resurge la incógnita sobre cómo se acuñó el imaginario español. La historiadora del arte Jesusa Vega aporta un revelador ensayo: «Pasado y tradición» (Polifemo), en el que revisa cómo se extendió esa mitología, de cuadros y estampas y también a través de figuras de cera, realizadas por los mejores escultores que recreaban momentos y escenas históricos y que tuvieron enorme éxito durante el XIX. El éxito de aquellas exposiciones de las que no ha quedado mucha memoria es comparable para Jesusa Vega «al de las series históricas de hoy, como “Isabel”, que hace que mucha gente identifique a Michelle Jenner con la Reina Católica».
«Fernando VII fue sin duda el símbolo que dio cohesión a la revuelta contra Napoleón, aunque luego hizo que se quebrara la seña de identidad con su absolutismo», dice Jesusa Vega
Precisamente, en su libro se cuenta que cuando Isabel II fue coronada se puso de moda lo medieval, la propia Isabel la Católica aparece guiándo a la reina niña en grabados que circularon y se colocaron en las calles con arquitectura efímera. y se reivindicó el papel de la mujer en la historia. Ese proceso concluyó con la gran pintura histórica de Gisbert, Casado del Alisal o Pradilla, en el último tercio del XIX. El símbolo fundamental es para ella Fernando VII, que cohesionó la revuelta contra el francés y luego hizo que se quebrara la seña de identidad con la «involución y la desmemoria que impuso por decreto».
Por ello concluye que «el estudio de esa época tiene enorme relevancia porque en el diálogo con el pasado se pueden establecer espacios de entendimiento, tolerancia y solidaridad en el presente. Se hace evidente que no hay una única historia o una “verdad” y podemos entender mejor la cultura heredada y quienes somos».
Sin «fracasologías»
Tomas Pérez Vejo (Caloca, Cantabria) profesor en México, publicó «España imaginada» (Galaxia Gutenberg) en el que defiende el «éxito evidente en el XIX en la constitución del Estado Nación español». Acepta que tras el franquismo sectores de la izquierda identificaron la nación española con el régimen. «Para ellos ha sido vergonzoso apoyar el nacionalismo español porque era franquista pero no han tenido problemas con otros nacionalismos periféricos».
«La izquierda no apoyó el nacionalismo español por vergüenza, pero no ha tenido probleas con otros nacionalismos periféricos», dice Tomás Pérez Vejo
La Transición agravó el problema, según Pérez Vejo, porque abandonó cualquier intento de construcción nacional a favor de proyectos disgregadores. «Si después de 40 años de proyecto en Cataluña con escuelas, museos y medios de comunicación, sigue habiendo tantos catalanes que quieren mantenerse en España, será porque el relato no es tan débil».
JESÚS GARCÍA CALERO - 10/05/2016
El historiador publica «Dioses Útiles», un análisis comparado y frío de la nación y los nacionalismos
José Álvarez Junco, (Viella, Lérida, 1942) ha publicado «Dioses últiles», (Galaxia Gutenberg), un estudio profundo sobre los conceptos de nación y nacionalismo en España actualizado con las últimas aportaciones de las ciencias sociales sobre este problema histórico y político. Alejado de los esencialismos y lo más lejos posible del concepto emocional de nación (aunque reconoce que es muy difícil eliminar del todo este aspecto totalmente y queda patente en la conversación), aborda el problema desde una novedosa perspectiva.
Compara el caso español con los de otros países de nuestro entorno para, en el mismo empeño de Elliott, comprender nuestra historia desde una posición relacionada con Europea y aborda también los otros nacionalismos surgidos en España.
Para él la nación no responde a realidades físicas, sino imaginadas, pero muy reales y presentes en la vida del los ciudadanos. Hablamos con él en un momento en el que la vida política española sigue sin resolver los desafíos que tienen que ver con este problema.
-¿Cómo se elmina la emoción y se aleja uno de esencialismos al abordar el tema del nacionalismo?
-Eliminar no sé si se puede, pero sí reducir muchísimo. Para el esencialismo no es difícil, porque ha habido una revolución en el estudio de los nacionalismos. Lo que creíamos que eran realidades naturales y eternas nos damos cuenta hoy de que son construcciones históricas. Francia o Inglaterra no existían en el 1000 a. C. Eso sí, la emoción es más difícil de eliminar. Hay muchos motivos de educación y de pertenencia a la comunidad que lo impiden. Pero tiene grados de intensidad, desde el «Español, Español» de Manolo el del Bombo a la preferencia de que gane nuestro equipo pero con justicia, o el hecho de que a quien le dé igual una cosa que otra. La absoluta asepsia es muy difícil.
-Pero el hombre es un animal político...
-Hay elementos positivos y negativos en la vinculación. Es humano y positivo sacrificar algunos de mis intereses personales por mi comunidad. Pero otra cosa es decir «a mí los franceses me caen mal», o « yo con oír catalán me pongo malo». Algo agresivo contra quien es distinto a ti, eso nunca es positivo.
-Los políticos no suelen bajarse de la burra y no dejan de invocar ese sentimiento de pertenencia. El nacionalismo bulle complejamente a nuestro alrededor.
-Los políticos hacen lo que pueden por fomentar esos sentimientos, porque convienen a su causa. Pero eso no significa que estén extendidos de una forma inadecuada. En España no hay enfrentamientos entre comunidades étnicas, como hubo en Yugoslavia, donde no se casaban entre sí, y había una calle que dividía sus barrios en las ciudades. Aquí no hay ni bares en los que no vaya todo el mundo, salvo en el País Vasco en los peores momentos de ETA. En Cataluña no ha habido peleas en bares entre catalanoparlantes y castellanoparlantes. Es un conflicto de élites que quieren repartirse el poder.
-Pero están poniendo multas a quien no rotula en catalán.
-Esas leyes pueden acabar extendiendo el conflicto. Eso a mí no me gusta nada, claro.
-Usted dice que la nación es una construcción cultural, un concepto contingente. Pero lógicamente esto es válido para la vieja nación igual que para la UE. Europa también tiene sus crisis (migraciones, deuda, refugiados), y con cada una de ellas, los ciudadanos europeos, por cultos que sean, en cuanto la cosa se pone difícil se agarran al clavo ardiendo de la vieja nación.
-Para mí la nación es una construcción político cultural. Europa es más política que cultural. Estos elementos emocionales son más débiles en la UE. Seguramente las élites europeas, entre las que me incluiría muy a gusto, lo asumen con más naturalidad. Europa no tiene mitos emocionales que hacen que la gente se movilice al calor de la palabra de un demagogo. Y en tiempos de crisis, los demagogos salen y culpan a Europa de sus problemas.
-Eso lo hemos visto en casi todos los países, Grecia, Francia, España…
-Es inevitable en regímenes democráticos. Es esencial a la democracia. La mayoría de voto no es gente cosmopolita, ni culta. Un actor, un gracioso, un payaso puede ganar las elecciones
-Europa tuvo influjo positivo en la Transición. Se tradujo en valores que los españoles compartían en ese momento. Ahora, cuando parece que se revisa la época, vuelven las ideas antagonistas de España. Salvo la Transición no hubo otro momento en que ambas pactaran y remaran en la misma dirección.
-Vayamos por partes. Europa sí fue un factor positivo en la Transición, no solo por la idea de integrarnos, sino porque asesoró y financió a partidos políticos españoles. El SPD lo hizo con el PSOE. Estados Unidos no se implicó tanto. Miraba con atención pero en ocasiones desastrosamente, como en el 23-F, cuando Alexander Haig como secretario de Estado decidió lavarse las manos, porque era para ellos un asunto interno español. Solo 40 años antes, Europa había proporcionado modelos espantosamente malos.
-El prestigio lo tenían las dictaduras en los años treinta…
-De derechas y de izquierdas, Hitler o Stalin. La guerra civil sin los armamentos que proporcionaban esas dictaduras podría haber sido algo de semanas en lugar de tres años.
-¿Y el resurgir de las dos ideas de España?
-Yo lo traté en “Mater Dolorosa”. La identidad española pre-nacional se forma en los siglos XVI-XVIII alrededor de la contrarreforma. Trento, es anti-Lutero, va contra la multiplicidad de religiones y culturas. Era el monolitismo español. Solo podía haber no católicos extranjeros residiendo temporalmente. Expulsan a judíos y moriscos y marginan a sus herederos. Pues en 1808 resurge esa idea en la revuelta contra Napoleón, pero se enfrenta a unas minorías reformistas y modernizadoras, que quieren poderes limitados para el monarca, una vida pública más participativa, cierta libertad cultural… Son dos proyectos incompatibles.
-Bueno, en el siglo XVIII ya hay reformas.
-Sí, querían eliminar la Inquisición, el peso de las órdenes y el clero, pero no se quería cambiar ese monolitismo.
-¿El enfrentamiento entre antagonismos es una dificultad añadida para cualquier aproximación a la nación española?
-Hombre, poniéndome optimista, quisiera creer que está en trance de desaparición con esta nueva derecha que surge en Ciudadanos. Su política económica es más de derecha, quiere reducir el sector público, etc., pero en política cultural no es de derechas: busca un Estado separado de la Iglesia, etc. Es una derecha nunca vista en este país, que tiene bastante interés.
-¿Y si creciera tendría que asumir parte de la derecha que está con el PP?
-Puede que sí o puede que no. Tal vez las fuerzas políticas conservadoras se dividan entre la nacional-católica y esta nueva.
-¿Cómo podríamos entonces reivindicar logros colectivos de nuestra historia y eliminar sospechas de nostalgias imperiales? ¿Cómo asumir consensos hacia el pasado con naturalidad? ¿Somos incapaces?
-El pasado español tiene aspectos muy impresentables. ¿Cómo identificarse con la expulsión de los judíos? ¿O sentir orgullo de determinados aspectos de la conquista de América?
-¿No me ha malinterpretado? Yo no hablo de absolver la historia, sino de contarla y tratarla como historia por una vez, en una versión de la que podamos aprender y que sirva a los ciudadanos de hoy.
-Ya pero uno quiere sentirse orgulloso de ese pasado, es inevitable, y yo sinceramente hay aspectos de los que no puedo. Podremos ver el lado constructivo, los historiadores podremos resaltar aspectos positivos, recordar que hubo un Bartolomé de las Casas, por ejemplo.
-O un Jorge Juan
-Claro que sí, y que en el siglo XIX y XX existió una Institución Libre de Enseñanza. De eso me siento orgulloso.
-¿Sería interesante abrir este debate de cómo mirar al pasado de una manera asumible por todos?
-Sí, y no seríamos tan raros. Comparemos. Porque otros países lo han hecho ya, mire Alemania, con un pasado que, carajo, tras la Segunda Guerra Mundial tenía cosas muy poco dignas de orgullo. Y han tratado de partir de cero y empezar con lo asumible. Y los franceses, en el periodo de Chirac también revisaron todo lo del colaboracionismo y el régimen de Vichy. Pues no viene mal.
-¿Lo ve como algo urgente, como cuestión de Estado?
-Pues sí.
-En el libro «Dioses útiles» cita a Ortega: «La pedagogía sigue siendo política en España». La cita es de los años 30, pero sigue de actualidad. ¿No seguimos en las mismas?
-Sí. Si no más, con la misma intensidad. Porque la Iglesia sigue poniendo muchos esfuerzos de control en el tema de la educación. Sobre todo la secundaria. Privados y concertados
-Hombre, en los públicos no. Y hay muchos concertados que no son católicos.
-Pero la mayoría lo son. En ese sentido la pedagogía es política. Zapatero hizo algo tan sensato como la Educación para la Ciudadanía, que es algo que este país necesita, una educación cívica, y aquello acabó en otra confrontación de partidos. Además, luego se pusieron a incluir cosas, que si la transexualidad, tonterías. Podían haber hecho más cosas fáciles y elementales.
-Se extremaron las posturas, una vez más, en ese debate.
-Bastaría con que enseñaran a debatir. A los estudiantes decirles que hay que debatir y defender posiciones aprendiendo que se puede hablar. Intercambiar los papeles y respetar. Que no hay que imponerse gritando como en las tertulias de la tele, sino escuchar por si hay algo que merece la pena en lo que dice. Que es bueno que haya adversarios y el adversario no es enemigo.
-La Constitución del 78 aplaza el problema de otros sentimientos nacionales en España, dice en su libro. Hoy están más radicalizados en Cataluña, por ejemplo. ¿Es más dificil encuentro por cómo la política interviene en la educación?
-Sí. La Constitución aplazó muchos aspectos del problema y marcó un camino para resolverlos, que fue una estructura federal del Estado. Por crear una cosa que se llama Comunidades Autónomas y un Estado central. Es cierto que se ha radicalizado en parte por la educación, porque se dejó en manos de gobiernos nacionalistas y ha producido generaciones de nacionalistas. Y la única respuesta que se le ocurrió al gobierno central, en época de Aznar, fue enseñar nacionalismo español. Era como volver a los mitos del Cid y Viriato. Pues no. Deberíamos enseñar en su lugar que el Estado Nación no es el futuro.
-¿Cree realmente que está caduco?
-Yo creo que no es el futuro. Que esté muriendo es difícil de decir. Da coletazos peligrosos todavía, pero no puede ser. El estado nación se basaba en la idea que reflejan los mapas políticos de antes: fronteras delimitadas. No reconocían heterogeneidad en la sociedad. El Estado Nación se basaba en sociedades homogéneas culturalmente, fronteras rígidamente constituidas y un poder absoluto de la soberanía sobre el territorio que controlaba. Eso ya no se sostiene.
-El mundo se ha hecho poroso.
-Las multinacionales se metenen el Estado, las fronteras se han disuelto en Schengen, la moneda es común, el Ejército tendría que ser europeo para ser fuerte frente a potencias como China o EE.UU. Y las sociedades ya no son homogéneas, hay población inmigrante, en el metro de Madrid se oyen muchas lenguas, hay muchos tonos de piel. Se han terminado todos los presupuestos del Estado Nación, ya no son vigentes. El futuro va por la UE y la justicia internacional.
-Hace un diagnóstico en profundidad de los nacionalismos que nos complican la vida, pero se echa en falta que aporte un tratamiento. ¿Qué valores invocar contra las fuerzas centrífugas para que la sociedad española vaya a un reencuentro?
-Lo he evitado conscientemente. Podría meter la pata fácilmente. Que cada cual saque la conclusión que tenga que sacar.
-¿Debemos ser más exigentes con el presente?
-Eso sí, con los líderes hay que serlo. Eso es parte de lo que hay que enseñar a los niños. Es educación para la ciudadanía.
-¿Ve algún atisbo de esperanza para el tema de Cataluña?
-Está mejor que el año pasado. En parte porque han visto que es muy difícil lo que querían hacer. Ya nadie dice lo de la independencia en 18 meses. El independentismo está bajando. Yo no sería pesimista.
-En algún sitio ha declarado que las naciones no existen, ¿pero no cree que sean fantasmas, verdad?
-No son fantasmas ni cuentos chinos que haya que descartar. Son realidades mentales. Las naciones no existen como realidades materiales. Pero sí puedes formar a la humanidad y decir que den un paso al frente los que se sienten españoles y hay muchos millones que lo dan. Es una realidad imaginada, según Benedict Anderson que analizo en «Dioses útiles». Los pertenecientes a una nación tenemos una misma manera de entender el mundo. Unos católicos y otros agnósticos, unos de derechas y otros de izquierdas, pero hay algo en común. Es una comunidad cultural.
-Pero hay élites que han hecho de la amargura crítica casi un vicio...
-No, es que hay cosas de este país con las que las élites modernizadoras no se pueden identificar: la expulsión de los judíos o cosas que decía Menéndez Pelayo. Pues no. No soy un vicioso crítico. Si me obligan y ese tiene que ser mi mundo, si solo puedo ser español así, comulgando con eso, no lo podría asumir. Y en Cataluña pasará igual, si solo se puede ser catalán de un modo, muchos no podrán compartirlo. Debemos conseguir que España sea atractiva para los catalanes.
-Eso es tarea de toda la sociedad
-Efectivamente, supera las competencias de un Gobierno.
JESÚS GARCÍA CALERO - 10/05/2016
El historiador Tomás Pérez Vejo analiza el proceso que llevó al estado decimonónico a imaginar España en los términos que convenían a los distintos grupos políticos, pero de una forma exitosa y coherente
Los comuneros de gesto ingrávido en Villalar. Los
almogávares entrando en Constantinopla. Los últimos días en la defensa de Numancia. Juana La Loca observando el ataúd de su marido, en procesión por Castilla. Son algunas de las instantáneas históricas que evocan la España que fue. O más bien, según el profesor Tomás Pérez Vejo, la España que los miembros del Estado deminónico imaginaron que fue, y que, de hecho, deseaban que fuese.
En su libro «España imaginada: Historia de la invención de una nación» (Galaxia Gutenberg), este profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México defiende que las naciones no son realidad objetivas, sino construcciones imaginarias, como demuestra el caso de España y del resto de estados europeos, que elaboraron sus relatos nacionales tras la caída del viejo régimen. «Hasta entonces la legitimidad del Estado era dinástica-religiosa. A partir de la ruptura del antiguo régimen se necesitó una nación que diera sustento al Estado», asegura el historiador en una entrevista con ABC.
«A partir de la ruptura del antiguo régimen la legitimidad dejó de basarse en la voluntad de Dios y se necesitó una nación»
–Su libro analiza la construcción de un relato concreto sobre la nación española durante el siglo XIX. ¿Cómo es esa España que imaginaron nuestros antepasados?
–La España que imaginó el siglo XIX es una nación, no un Estado, que se articuló en torno a la existencia de un pasado histórico compartido. No es un pasado aleatorio, sino que tiene una coherencia a lo largo del tiempo: con un ciclo de nacimiento (los Reyes Católicos), uno de muerte (la decadencia del siglo XVIII) y uno de resurrección (la Guerra de Independencia contra los franceses). Pero lo más interesante de este relato es que España tiene una serie de características claras: el carácter imperial; el espíritu belicoso y guerrero; la existencia de una base cultural, con un gran mito central que es el siglo XVII, con la escritura del Quijote de Cervantes; y la vocación democrática, que tiene un gran mito fundacional en la rebelión de los comuneros y la pérdida de las libertades medievales en Castilla.
–¿Cuándo surge esa inquietud por crear un único relato nacional?
–Ocurre casi al mismo tiempo que en otras de naciones-estado de Europa. Hasta la crisis del antiguo régimen, la legitimidad del estado era dinástico religioso. El rey representaba la herencia legítima del monarca anterior. Pero, a partir de la ruptura del antiguo régimen, la legitimidad dejó de basarse en la voluntad de Dios y se necesitó una nación que diera sustento al Estado.
–Y en un país donde nadie se pone de acuerdo en una misma idea de España, ¿cómo lo hicieron las clases dirigentes?
–El relato no lo crearon las clases dirigentes sino el Estado en sí, y no era un relato monolítico. Estaba lleno de matices, que variaban de una corriente ideológica a otra. Lo que destacó en el libro es cómo, a pesar de la diferencia de matices, el relato central apenas cambió. Por ejemplo, para los liberales radicales puede que fuera más importante remarcar la tradición democrática de ser español; en tanto, estaban más obsesionados con la existencia de cortes en la Edad Media y en el problema de los comuneros. Frente a esta visión, los liberales moderados consideraban que lo que define a la nación española es el componente católico. Menéndez Pelayo concluirá esta vía con una afirmación tajante: «España es un país católico». Lo que sorprende es, en general, la homogeneización en el relato.
–¿De qué se alimenta ese relato, los datos son ciertos?
–Se alimenta de una reconstrucción de la historia del país. Las grandes historias nacionales se escribieron en el siglo XIX, donde siempre hay que destacar el papel central de la obra de Modesto Lafuente. Los datos son reales, lo que tiene un carácter mítico es cómo se articulan estos hechos en una especie de novela histórica que atraviesa el tiempo. Esos hechos reales se atribuyen a un personaje histórico que es España, una especie de heroína que sufre, goza y tiene momentos de esplendor, pero siempre es fiel a sí misma. Es, no obstante, un siglo muy historiográfico.
–¿Quién forma eso que designamos como Estado y cómo logra conformar una única voluntad, una ruta conjunta?
–No son ningunos cínicos. Las élites político ideológicos que se mueven alrededor del Estado, el gobierno y la élite burocrática se creen totalmente ese relato. Han sido educados en una cultura profundamente nacionalista, en la cual la existencia de la nación española con características muy concretas es incuestionable y que ha sido reforzada a través de obras de teatro, novelas históricas, episodios. Por ejemplo, cuando Montero Ríos, como ministro de Fomento, encargó a Antonio Gisbert Pérez, un pintor liberal, que pintase el sacrificio de los Comuneros en Villalar él estaba seguro de que allí fue ajusticiada una forma de entender España de la que él se sentía heredero: la de las libertades del mundo medieval.
–Otro de los elementos que parecen presentes siempre en el relato de la nación española es cierto masoquismo, ¿a qué se debe ese deleite en las derrotas?
–Todos los relatos de nación cristiana tienen un fuerte componente en el sacrificio como elemento de cohesión nacional. La religión cristiana está hecha con mártires y entiende que la sangre unifica. El momento central del cristianismo es la crucifixión, no el nacimiento o la resurrección. Esa recreación en los momentos más dramáticos está presente en el caso de la Expulsión de los judíos, por ejemplo. Hay pocas imágenes de la expulsión de los judíos y todas son negativas. La imagen de una España inquisitorial y dogmática chocaba con la idea que tenían los liberales de una larga tradición democrática. Los pintores no tienen muy claro como reflejar ese episodio.
«Pocos países de Europa cuentan en su seno con un problema como el nacionalismo catalán, donde una parte significativa de la población reniega de su condición de españoles»
–Pero parece que en otros países se destacaran más las victorias que las derrotas.
–Aquí la versión que se da de las luchas de cristianos contra musulmanes está repleta de victorias. Luego es verdad que en el siglo XIX las grandes batallas del Imperio español estaba muy sesgada por la decadencia del país. Es mucho más importante el 2 de mayo español, que no deja de ser una derrota, que las victorias del Imperio español. También hay algunas excepciones: la conquista de México y de Perú, o las campañas del Gran Capitán, sí que están representadas en varios cuadros, así como la entrada triunfal de los almogávares en Constantinopla, que es un episodio medieval.
–Con victorias o con derrotas, usted lo que destaca es que el relato tiene éxito.
–El siglo XIX español construye un relato, poético y bien articulado, que tiene éxito. Las clases medias del siglo XIX creyeron el relato de la nación española. Sin embargo, el proceso de construcción nacional habría sido un fracaso visto desde la perspectiva actual. Pocos países de Europa cuentan en su seno con un problema como el nacionalismo catalán, donde una parte significativa de la población reniega de su condición de españoles y reivindican la existencia de una nación diferente. Yo concluyo que ese fracaso no fue en el siglo XIX, donde hubo el mismo éxito que en otros países de Europa, si acaso eso ocurrió con la experiencia del franquismo, que se apropió de la idea de ese relato.
Por otra parte, en la Transición el Estado español abandonó cualquier proyecto de construcción nacional y dejó vía libre a proyectos alternativos de carácter disgregador.
–¿Ese éxito también tuvo lugar en Cataluña o el País Vasco, donde hoy están presentes esos nacionalismos de carácter disgregador?
–Estos nacionalismo surgieron más tarde, ya a finales de siglo XIX. Me atrevería a decir que estos territorios son donde se articuló primero un relato de España que es creído. Eran las zonas económicamente más dinámicas y el proceso de nacionalización fue más sencillo. De hecho, la participación de catalanes y vascos en las guerras africanas fue muy superior a la del resto del país. El punto de inflexión es la crisis de 1898, que coincidió con los intentos en otros estados nación europeos de construir imperios coloniales, mientras España perdía los últimos restos de los suyos. El relato de España hasta entonces había estado marcado por su vocación imperial y ahora debía definirse como un país moribundo, una nación sin pulso. Nadie quiere formar parte de un proyecto fracasado.
–¿Por qué no intentó el Estado adaptar el relato a esa nueva realidad?
–La generación del 98 renunció a ese gran relato histórico, lo cual quedó definido en la frase de Joaquín Costa de «echemos siete llaves sobre la tumba del Cid», y se lanzó a crear otro relato basado en el progreso. Ese intento también fracasó con la Guerra Civil, donde al final la mitad de la población, aproximadamente, quedó excluida del progreso. Unos volvieron a encontrarse en medio de un ciclo melancólico, mientras que el franquismo retornaba al relato de la nación católica e imperial.
–¿Le faltó a España una guerra internacional que unificara la nación?
–En todo proceso de nacionalización las guerras internacionales favorecen, porque crean un enemigo común, mientras que las guerras internas debilitan y crean la impresión de que no hay un solo país. En la mayoría de países europeos tuvieron muchas guerras internacionales y muy pocas guerras civiles, mientras que aquí hubo muchas civiles y el país no participó en ninguna de las grandes guerras internacionales del siglo XX. Incluso la Guerra de Cuba tuvo un importante componente de guerra civil.
«Viriato y El Cid son reales, lo imaginado es considerar que estos personajes luchaban por la independencia de España»
–Una nación imaginada nos remite a aquello de una nación cuestionada que dijo Zapatero, ¿no le parece peligroso?
–Todas las naciones son imaginadas, detrás de una nación solo hay la fe en un relato. El que sea imaginada no significa que sea irreal. Para una parte significativa del país esa es España. Imaginada hace referencia a que es un relato construido usando recursos que estaban ahí. Los hechos que cuenta esa historia son reales, lo imaginado es como se articulan esos hechos. Por ejemplo, Viriato y el Cid son reales, lo imaginado es considerar que estos personajes luchaban por la independencia de España y que todos ellos forman parte de una misma comunidad nacional.
–Entonces, ¿qué diferencia la construcción de una nación catalana o vasca de la española?
–Plantearse eso es absurdo. No hay diferencias. La pregunta debería ser: ¿cuál de las dos formas de existencia garantiza más derechos a los individuos o cuál es más convincente?
–Entonces, ¿qué relato resulta más efectivo o más convincente a día de hoy?
–Hay una diferencia importante. A partir del año 1978, el Estado español renunció a la construcción de un relato nacional porque estaba más preocupado por reforzar el estado que por la nación, mientras que el proceso de construcción identitaria en Cataluña ha sido más fuerte en estas décadas. Eso explica el auge del nacionalismo catalán y vasco. Los medios dedicados a la difusión de unos han sido más fuertes que al otro. El relato central en la construcción de la nación catalana es falso, incluso a nivel histórico. En 1714 no hubo ninguna guerra entre Cataluña y España, sino un conflicto entre dos ramas dinásticas para suceder a Carlos II. El relato catalán es bastante incoherente en ese sentido.
–¿Por qué el Estado español ha ido perdiendo terreno frente a ese relato catalán?
–La Transición apostó por un nuevo relato de progreso: la integración en Europa, un sistema democrático, la reconciliación de las dos españas, la recuperación de las libertades públicas y los avances económicos. No obstante, aquí faltaba el componente mítico de todo relato nacional, que demuestra supuestamente su existencia desde el origen de los tiempos. No es que yo abogue por uno u otra, pero eso evidencia la debilidad del relato español frente a otros míticos. ¿Por qué las élites políticas abandonaron la construcción de una nación en el sentido tradicional? Desde el franquismo, la izquierda tiene vergüenza de apoyar el nacionalismo español, mientras que no tiene problemas en apoyar otros nacionalismos periféricos.
–¿Puede mantenerse una estado sin un relato mítico detrás?
–Realmente esa es una pregunta muy repetida en las ciencias políticas. El patriotismo constitucional plantea que un estado puede legitimar su poder no en el pasado mítico, sino en la defensa de una ley o en garantizar los derechos de los individuos. ¿Puede ser suficiente este racionalismo político? En Alemania, tras la II Guerra Mundial este patriotismo constitucional funcionó, pero a partir de la unificación alemana ha vuelto a surgir un nacionalismo muy fuerte. Desde luego es difícil prevalecer este relato racional cuando enfrente tienes un relato mítico, como el catalán, que alude a los sentimientos. La constitución es algo abstracto e insuficiente, frente al «queremos vengarnos de la derrota de 1714».
–Sin un relato español, ¿el nacionalismo catalán seguirá creciendo?
–Si después de 40 años de un proyecto de construcción identitario en Cataluña a través de las escuelas, los museos nacionales y los medios de comunicación sigue habiendo un número significativo de catalanes que quieren mantenerse en España significa que el relato de nación española va a resultar que no es tan débil. Sobre todo porque el Estado español no tiene ninguna capacidad de articular un relato en Cataluña ho. También es verdad que el relato no depende solo del Estado hoy en día, está el turismo, medios de comunicación que no controlan los independistas, la movilidad de la población, etc.
CÉSAR CERVERA - 10/05/2016
El profesor de Literatura de la UCLA publica «España al revés», un relato de cómo los liberales crearon los mitos del progresismo que está muy de actualidad
Jesús Torrecilla (Villar de Pedroso, Cáceres, 1954) es profesor de Literatura en la UCLA y acaba de publicar un libro muy singular: «España al revés. Los mitos del pensamiento progresista 1790-1840» (Marcial Pons). Rastrea las fuentes históricas y literarias para relatar el calvario de los liberales españoles en aquella etapa tras la Guerra de la Independencia.
Los comuneros y Al-Ándalus formaron la mitología que los liberales recogieron de la historia de España para legitimar sus posiciones
Acosados tras la Revolución Francesa por radicales y con la invasión napoleónica insultados por afrancesados y traidores, tuvieron que generar una mitología nítidamente española abriendo un espacio histórico que legitimara sus posiciones. La vuelta del absolutismo decretada por Fernando VII y su dictamen de que la proclamación de la Constitución de Cádiz no había sucedido en el tiempo les abrieron los ojos.
El lugar en el que nacen las Dos Españas
Se habían equivocado enormemente al considerar que el pueblo español amparaba sus ideales reformistas y ello les hizo arremeter contra el «populacho». Se exiliaron, fueron perseguidos y lo que es peor, incluso en el exilio, «amputados» -dice Torrecilla- de la nación española, creada alrededor de los relatos de la reconquista y de la gloria imperial.
Por eso acudieron a las antípodas históricas de ese relato: a los comuneros en su lucha contra el emperador «extranjero», Carlos I, y a la defensa de la españolidad de Al-Ándalus. Obras de teatro, poemas y piezas literarias fueron las armas de esta búsqueda de los mitos del progresismo español.
De aquella incomprensión procede el nacimiento de las Dos Españas. Asomarse a ese momento de la mano de un libro tan lúcido es un lujo para cualquier lector. Hablamos con Jesús Torrecilla sobre las lecturas que ofrece su estudio para nuestro complejo presente, de políticos sin acuerdo y sectariomos partidarios. Sus palabras son lúcidas y nos invitan a pensar críticamente sobre lo que nos está pasando.
¿Por qué decidió hacer este libro, revisar así las fuentes de ese momento tan específico?
En el 2006, mientras preparaba la escritura de un artículo sobre los exiliados liberales en Londres de principios del XIX, comprobé que muchos de ellos tendían a identificarse con aquellos grupos que habían pasado por una situación similar de derrota y exclusión a lo largo de la historia de España: con los comuneros que se rebelaron contra Carlos V, pero también con los defensores de los fueros aragoneses y catalanes, con los judíos y con los moriscos.
La España oficial se comportaba con ellos de manera similar, negándoles su condición de españoles y amputándoles del espacio común, y los liberales reaccionaban proyectando sobre los otros grupos sus ideas y sus proyectos. Como si ser objeto de una misma persecución estableciera entre ellos una comunidad de pensamiento. De ese modo, procedían a una revisión radical de la historia de España, creando nuevos mitos y asentando la identidad nacional sobre nuevas bases. Así empezó un proyecto que me ha llevado diez años completar.
Su libro nace con cierto juego de fondo (el pasado como futuro) ¿Le parece un momento oportuno para revisar el origen de las dos visiones antagónicas de España, ahora que la transición que parecía resolverlas está en cierta crisis?
«La polarización fue el resultado de la intolerancia y si queremos eliminar esa nociva tradición, debemos evitar comportarnos igual»
Los procesos revolucionarios, para adquirir legitimidad y eliminar la lógica ansiedad ante lo desconocido que existe en cualquier sociedad, tienden a arraigar sus ideas en el pasado. Eso hace que se conviertan en grandes forjadores de mitos. Los liberales de principios del XIX, viéndose acusados de traidores y anti-españoles, y tratados como tales, se vieron obligados a crear una nueva identidad colectiva en la que ellos tuvieran cabida. En un contexto de persecuciones, cárceles y exilios, procedieron a elaborar una mitología nacional que era un espejo inverso de la que existía en aquellos momentos. Interpretaron el futuro que deseaban para el país como una realidad que existió en un pasado lejano y que era necesario rescatar. Los comuneros, los fueristas aragoneses y catalanes, y los musulmanes de al-Andalus, se convirtieron en representantes de una España más auténtica que la oficial. El enfrentamiento entre las «dos Españas» atravesará todo el siglo XIX y culminará en la gran tragedia colectiva de la Guerra Civil del 36. Señalar que la polarización fue el resultado inevitable de la intolerancia y del fanatismo de ciertos grupos es un primer paso para comprender que, si queremos eliminar esa nociva tradición, debemos evitar comportarnos del mismo modo. El fanatismo genera fanatismo, pero en algún momento debemos romper la cadena.
Los historiadores aportan argumentos extraídos de los hechos del pasado. ¿Qué valores cree que deberían tenerse en cuenta en el presente de España? ¿Ve salida a ese antagonismo? ¿Lo fue la Transición?
«Los moderados siempre fueron en España considerados tibios y retrógrados»
Los progresistas que han defendido la moderación a lo largo de los últimos siglos, proponiendo que es la manera más efectiva de conseguir cambios profundos y duraderos, han sido acusados una y otra vez de tibios y retrógrados. En las páginas de «El Español», escritas durante los primeros años de su exilio en Londres, abogó el sevillano Blanco White contra el radicalismo de los denominados «liberales exaltados», advirtiendo que era una actitud peligrosa y contraproducente. La historia se encargó de darle la razón. En ese sentido puede afirmarse que, si existe un periodo en la Historia de España que representa el reverso del que vivieron los liberales a principios del XIX, es precisamente el de la Transición. Si Fernando VII y los grupos que lo apoyaron se hubieran comportado con el mismo espíritu conciliador de la etapa post-franquista, haciendo concesiones y llegando a acuerdos para crear una sociedad en la que todos tuvieran cabida, la historia española de los dos últimos siglos habría sido muy diferente.
Igual que hay dos ideas de España desde fines del XVIII, ¿cree que hay dos maneras de contar la historia contemporánea española?
«Si existe un periodo que es el reverso de lo que pasaron los liberales en el XIX es la Transición»
Desde principios del XIX se han superpuesto tres imágenes muy diferentes de la identidad española: la tradicional, la exótica y la liberal. Pero es cierto que sólo la liberal entró en conflicto con la forma tradicional de interpretar la historia. Los liberales, por las razones que acabo de señalar, crearon una versión de la historia de España radicalmente opuesta a la tradicional. Esa polarización se prolonga hasta nuestros días y ha seguido aplicándose a todos los grandes acontecimientos históricos de los siglos siguientes, desde el Trienio Liberal y la Primera República, hasta la Segunda República, la Guerra Civil del 36 y la etapa post-franquista. Durante la Transición pareció querer superarse, pero ha repuntado en los últimos años.
- ¿Cuál es la mentalidad con la que le gustaría que leyeran su libro?
Con una mentalidad abierta y crítica, libre de prejuicios y lugares comunes. Lo que me propongo no es adoctrinar, sino generar debate. Mi propuesta se fundamenta en la evidencia textual, pero sin lugar a dudas habrá muchas obras que desconozco y otras que no habré interpretado al gusto de todos. La polémica, la discusión, el libre intercambio de ideas es el fundamento de una sociedad sana. Pero, para que el intercambio sea productivo, debe superarse el espíritu de banderías. Carácter crítico no es lo mismo que afán cicatero.
- Usted se refiere al uso de la literatura para la creación de ese imaginario colectivo: obras de teatro, poemas y libros sobre los comuneros, exaltaciones del califato... ¿Las ideologías se comportaban a golpe de invenciones, de sueños? ¿Le parece una idea un tanto cervantina?
«Las identidades nacionales no se moldean en los libros de historia, sino en las obras de ficción»
Las identidades nacionales no se moldean en los libros de historia, sino en las obras de ficción. No se asientan en datos objetivamente comprobables, sino en mitos compartidos. Los expertos que quieran analizar este apartado esencial de la vida de cualquier comunidad no pueden prescindir de la literatura. La creación de una identidad nacional determinada exige una conexión emocional con ciertas formas de ser y de comportarse que es imposible lograr mediante el frío análisis de los anales y de las crónicas. Esta idea sí que podría asociarse con el pensamiento cervantino. O al menos con la interpretación que hacen de él ciertos críticos.
- El momento en que los liberales apoyan a la niña Reina Isabel, hija del Rey que los había proscrito y perseguido, porque las fuerzas ultraconservadoras se alinean con el Carlismo, ¿es un momento de la historia de España que debemos reivindicar? ¿Inspira de algún modo una visión altruista de la convivencia, de un patriotismo liberal más allá de cantos a los comuneros y radicalismos?
Salvo raras excepciones, lo característico de las relaciones sociales no son las actitudes altruistas, sino la defensa de los intereses particulares de cada grupo. La dificultad estriba en conseguir armonizar los intereses de todos. El éxito de una sociedad consiste en hacer comprender a los distintos grupos que la componen que el bienestar general exige llegar a acuerdos. Es necesario que todos renuncien a algo para conseguir algo a cambio. En España, por desgracia, el extremismo y la radicalización gozan de un arraigado prestigio. Negociar se considera cosa de débiles y timoratos. Esta actitud nos ha hecho mucho daño.
- Larra y Blanco White podrían ponerse en relación con algunos pasajes de Goya y con la Tercera España en el 36... ¿Qué lecciones nos aportan sus visiones? ¿Cómo manejar su pesimismo tan presente hoy también incluso en divulgadores de la historia?
«La mediocridad de las clases dirigentes españolas se extiende hasta hoy, en todos los campos, no solo la en la política»
El pesimismo de Larra y de Blanco White se origina en la doble constatación de que, por una parte, la Iglesia y los grupos conservadores seguían teniendo en la España de aquella época el apoyo de la inmensa mayoría de la población; y por otra, que los que debían abanderar el cambio se comportaban con una torpeza lamentable. La mediocridad de las clases dirigentes españolas se extiende hasta hoy. Es uno de los grandes problemas que confronta el país. Cuando hablo de clases dirigentes no me refiero tan sólo a los políticos, sino también a los representantes de la educación y de la cultura, a los periodistas, escritores, artistas y profesores universitarios. Hay excepciones, por supuesto, pero la media es decepcionante. Los problemas que sufre en estos momentos el país son en gran parte una consecuencia de ello.
- El siglo XIX lo conocemos mal los españoles: ¿Qué ideas de las que ha manejado o descubierto escribiendo el libro le ha costado más aceptar (me refiero a alguna que rompiera algún cliché y por tanto fuera más valiosa, visto el ingente trabajo que hay detrás del libro)?
«Me sorprendió descubrir la inquina de los representantes progresistas contra sus propios disitentes»
Me sorprendió descubrir la inquina que pueden ejercer los representantes del pensamiento progresista con sus disidentes. Analizar el enfrentamiento que mantuvo Blanco White con los doceañistas de Cádiz fue para mí muy instructivo, sobre todo porque creí observar una correspondencia con la situación actual. Desde su exilio en Londres, Blanco criticó la falta de pragmatismo de los constitucionalistas y el extremismo de ciertas actitudes que no tenían en cuenta la realidad española y que, según él, podían acarrear consecuencias opuestas a las pretendidas. Fue de hecho lo que sucedió. Su contacto con el pensamiento inglés le hizo comprender que la mejor manera de efectuar cambios es hacerlo de manera gradual, evitando gestos grandilocuentes, formulaciones radicales y choques frontales.
Pero sus ideas no encontraron eco en España. Su posición fue tan incomprendida, que el propio gobierno de Fernando VII, asumiendo que los ataques contra los liberales implicaban un cambio de campo, le ofreció un sueldo para que espiara a los exiliados en Londres. Me imagino la humillación que debió experimentar al recibir la oferta. Los liberales, por su parte, nunca le perdonaron las críticas y lo condenaron al silencio y al ostracismo. No deja de ser significativo que el primero en situar su figura en el mapa intelectual de la España del XIX fuera el conservador Menéndez Pelayo. Lo más grave es que el caso de Blanco no constituye una excepción. La moderación en España suele despertar fuertes recelos. Se exige un posicionamiento incondicional, cuando más extremo y marcado, mejor. La autocrítica se interpreta como una traición.
- ¿Seguimos mirando el pasado para inventar imágenes de España ideologizadas? ¿Tenemos una política que todavía pretende patrimonializar lo que es o fue España arrimando el ascua a su sardina ideológica?
«El pasado es un campo de batalla sobre el que se dirimen las batallas del presente»
El pasado es un campo de batalla sobre el que se dirimen las batallas del presente. Eso es algo inevitable. Cuando hablaba antes de que los principales grupos que conforman la realidad política española deben hacer concesiones para facilitar la convivencia, me refería también a la escritura de la historia. Redactar una versión negociada, aceptable para todos, debería ser un objetivo prioritario. La escritura de múltiples interpretaciones del pasado, algunas de ellas incompatibles entre sí, está generando serios problemas al país.
JESÚS GARCÍA CALERO - 10/05/2016