Hace tiempo que el asunto entró de lleno en la política nacional. Y ahí sigue, abriendo telediarios y buscando reacciones de los partidos.
Ocasión de retratarse ante quienes han empobrecido Venezuela y la han puesto al borde de la guerra civil. Desde sus admiradores de Podemos, donde Monedero sostiene que allí funciona el Estado de derecho, hasta Ciudadanos, donde Albert Rivera califica a Podemos de sucursal chavista.
Lo último es la puesta en libertad vigilada de Leopoldo López, condenado a 13 años de cárcel por incitación a la violencia en las protestas callejeras de 2014 (43 muertos). El líder de Voluntad Popular y cabeza visible de la oposición al chavismo ha calificado de “amiguete” al ex presidente Zapatero, cuyo papel de facilitador nunca fue del agrado del también ex presidente Felipe González. Por cierto, ambos militantes, pero no simpatizantes, del PSOE liderado por Pedro Sánchez.
En cuanto a los respectivos gobiernos, viven en crisis diplomática permanente desde que Maduro calificó a Rajoy, entre otras lindezas, de “bandido” y “protector de delincuentes y asesinos”. Solo por haber reclamado lo que ahora el propio Maduro aplaude como un acierto del Tribunal Supremo de Venezuela: la libertad de Leopoldo López (arresto domiciliario, en realidad, bajo custodia policial), el mundialmente famoso preso político del chavismo.
Se produjo este fin de semana y se celebró en la plaza de España de Madrid como un paso atrás de Maduro ante el empuje callejero de un pueblo con hambre atrasada de pan y de libertades. Sin embargo, aún quedan en las cárceles 433 presos políticos (datos de la ONG Foro Penal). El número se ha disparado en estas últimas semanas por el activismo callejero.
De ellos se ha acordado Pedro Sánchez, líder del PSOE, en una primera reacción a través de las redes sociales: “Hay que felicitarse por que Leopoldo López esté ya en casa con su familia, pero quedan muchos presos políticos en Venezuela”.
Expresa una preocupación habitual en las declaraciones del propio López. Y ahora los seguidores de este se preguntan si, habiendo rechazado siempre la libertad mientras hubiera otros presos políticos (“Yo tengo que salir el último”), de pronto ha cambiado de idea o es que le han obligado a aceptar la excarcelación.
Eso es lo que se preguntan los miembros de la Asociación Civil Venezolanos en España, que este sábado mostraban su alegría por la noticia y, al tiempo, su escepticismo por si López hubiera bajado su nivel de exigencia respecto a los presos políticos que no han corrido la misma suerte.
Véase cómo las ataduras históricas, idiomáticas, culturales, que están ahí desde hace cinco siglos, han hecho de la crisis venezolana un asunto más de nuestra política doméstica. Razón añadida es la aparición de Podemos, un partido emergente de bien retribuida afinidad al régimen chavista.
Agua de mayo para pregoneros del antichavismo, que nos visitan en busca de arropamiento y solidaridad con referencias analógicas al partido de Iglesias. O sea, que nos puede pasar lo mismo si alimentamos a los amigos españoles de Maduro. Y por el mismo precio, los políticos españoles que recelan de Podemos potencian el seguimiento de la política venezolana con la intención de frenar el avance de la izquierda mochilera.
El resultado está a la vista. Lo que ocurre o deja de ocurrir en aquel país entra de lleno en la agenda política española, donde también se instala la preocupación por las inversiones de nuestras grandes multinacionales (Repsol, Mapfre, Telefónica, Iberia, BBVA…) y donde se recitan de memoria los males del régimen chavista: pobreza, represión, inseguridad, desabastecimiento, corrupción y comportamiento tiránico del presidente, Nicolás Maduro, siempre a la caza de atajos legales para hacer de su capa un sayo.
Antonio Casado en El Confidencial 10 Julio, 2017