MIEDO AL ISLAM
Una
gran pancarta rezaba «Respeto y tolerancia, también para nuestro pueblo», otra
algo menor pedía «Mut zur Wahrheit» (Valor para la verdad) y otra «Por la
libertad de expresión». Esos eran tres de los mensajes de la gran masa de
manifestantes del pasado lunes en la ciudad alemana de Dresde. Cada lunes son
más los alemanes que se dan cita en estos encuentros. A pesar de los intentos
del poder por disuadir de acudir y su insistencia en condenar los encuentros. Y
sin embargo, estos, que comenzaron con apenas unos cientos, reúnen ya a decenas
de miles. Como sucedió en 1989 ante los ojos incrédulos y mentes espantadas de
los dirigentes de la Alemania comunista (RDA). Lo consiguieron todo y el
régimen que reprimió y difamó a aquellos manifestantes dejó de existir. Las
pancartas de 1989 en demanda de Verdad, Libertad de Expresión y Tolerancia se
han elevado con razón al relicario laico democrático de la historia de
Alemania. Lo que puede sorprender es que pancartas que piden lo mismo que
entonces ahora sean consideradas por la mayor parte de la prensa y los
políticos alemanes como consignas de la islamofobia, la xenofobia, el
ultraderechismo. Resulta inaudita la virulencia con la que algunos medios de
izquierda y derecha atacan a los organizadores. El ministro federal de
Justicia, Heiko Maas, se atreve a llamarlos «una vergüenza para Alemania»,
términos de una contundencia que no se acostumbran a utilizar. El objeto de la
indignación, de la ira y las descalificaciones no es otro que Pegida,
asociación cuyo nombre es el acrónimo en alemán de Patriotas Europeos contra la
Islamización de Occidente. Un nombre que hace poco meses nadie conocía y que
hoy está en boca de todos.
No
parece muy xenófobo el lema que pide «respeto y tolerancia» y añade «también
para nuestro pueblo», en referencia al alemán. Ni los que exigen que Alemania
no sea campo de batalla del fanatismo. Es una demanda que sienten como justa
millones de alemanes que creen que su dinero y su hospitalidad son objeto
permanente de abuso dentro y fuera de sus fronteras. Parte lo han manifestado
ya con su creciente apoyo a Alternative für Deutschland (AfD), un partido
contrario al euro.
No es un fenómeno distinto al que se ha generado en otros
países europeos como Holanda, Suecia o Francia. En estos países, sin el pasado
traumático de Alemania, cristalizó pronto en partidos de corte populista,
algunos ultraderechistas. Es cierto en Sajonia, cuya capital es Dresde, no
existen las comunidades islámicas que hay en Berlín o Bruselas, en los
extrarradios de ciudades francesas u holandesas. Pero sí existe el miedo a que
las haya. La sociedad alemana oriental teme los efectos de la actual oleada de
inmigración por asilo político que se abate sobre Alemania. Los centros de
acogida no se construyen en las zonas residenciales opulentas de Múnich,
Fráncfort o Hamburgo en las que viven los directivos de los medios celosos
vigilantes de la corrección política. Pegida responde así a unos miedos reales
y legítimos de sectores de la sociedad alemana que no son mejores ni peores que
el resto. Pero que sí muestran el coraje de expresar una opinión que muchísimos
conciudadanos comparten y no proclaman por miedo a ser difamados como
ultraderechistas. Es evidente que la ultraderecha alemana quiere pescar y pesca
en ese río revuelto. Y lo es que la descalificación de los manifestantes y
desprecio a sus temores solo favorece a esa ultraderecha.
El
mundo siempre se asusta, y con razón, cuando cree ver surgir un movimiento de
ultraderecha en Alemania. Demasiado terrible es el pasado. Pero precisamente
por la presencia permanente de este pasado de horror, en Alemania no ha
existido desde 1949 ni existe hoy un fascismo, ni de derechas ni de izquierdas,
que ponga en riesgo las instituciones. Los intentos de combatir como si fuera
ultraderechista todo aquel que cuestione los tabúes de la corrección política
pueden ser contraproducentes. Porque el miedo al islam existe, por mucho que lo
nieguen los diarios de la corrección política. Porque tres generaciones después
de la llegada de las primeras grandes oleadas de musulmanes a Europa se percibe
el agotamiento de los intentos de integración. Que coincide con la irrupción de
un islamismo político que se proclama enemigo a muerte de nuestra sociedad. E
intenta imponer también en Europa leyes y costumbres de sociedades fracasadas y
subdesarrolladas. Sectores de la sociedad europea demandan respeto para sus
propias comunidades.
Según una encuesta de Die Zeit, solo un 13% de los
alemanes consideran a Pegida absolutamente injustificada. Y un 77% apoyan total
o parcialmente a los manifestantes. Estos datos revelan que la sociedad en gran
parte acata la corrección política, pero no la comparte ni considera veraz.
Este abismo entre la opinión pública real y la opinión política publicada
estallará algún día. Porque los gobiernos han ignorado las legítimas demandas y
los temores de su población. Y nunca han exigido a la inmigración ese lógico,
necesario y asumible esfuerzo de integración en un país al que han acudido en
busca de ayuda. La tolerancia abusiva hacia una intolerancia importada dinamita
las reglas mínimas para que la tolerancia exista.
Hermann Tertsch en ABC
LA ECLOSIÓN DE LOS PEGIDA
Todo
terrorismo perpetra sus atentados con dos objetivos. El inmediato, consiste en
cobrarse la víctima, y el mediato,
en socializar el miedo. El yihadismo
maneja con criminal maestría esa combinación de objetivos y golpea con una
espectacularidad –lo hemos visto con las degollaciones de
rehenes por militantes de ISIS- que hace viral el temor en las sociedades
propias y en las occidentales.
Como, además, sus activistas son, en muchos casos,
nacionales de países europeos, inmigrantes de segunda y hasta tercera
generación, existe una muy generalizada sensación de que los enemigos de la civilización occidentalse han infiltrado en nuestro mundo de un
modo intrusivo y quintacolumnista. Los culpables de la matanza en Charlie Hebdo, franceses de nacionalidad, ofrecerían razonabilidad y
altísima verosimilitud a los muchos miedos que expresan en distintas formas las
sociedades de nuestro entorno.
En Francia
–con cinco de los veinticinco millones de musulmanes europeos- el Frente
Nacional de Marine Le Pen ha
adquirido una dimensión que hasta hace tres días no tenía. Si el 25% de los
franceses votó en las europeas al FN, seguramente, hoy por hoy, volvería a ser
el primer partido del país vecino. El hecho de que los asesinos del atentado
a Charlie Hebdo sean franceses de derecho confirmaría el
fracaso de las llamadas políticas de integración a las que las comunidades
islámicas -en Francia y en otros países- se muestran resistentes. No son
mejores los modelos pluriculturales, al estilo británico que cuentan, allí
donde se aplican, con un historial macabro de terrorismo yihadista.
Sin
embargo, el gran movimiento europeo anti islamista, sin poder catalogarse como
de extrema derecha, o xenófobo, o racista o neonazi, ha nacido hace
relativamente poco tiempo en Alemania.
Se trata de los conocidos como los Pegida, acrónimo
en alemán de Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente.
Este pasado mes de diciembre han protagonizado nutridas concentraciones y
manifestaciones, primero en la ciudad de Dresde y luego en otras. Y aunque la
canciller Merkel les ha
recriminado en su mensaje de fin de año, los social cristianos bávaros de la
CSU se muestran comprensivos con este movimiento que, seguramente penetrado por
elementos de Alternativa para Alemania
(AfD), euroescépticos y xenófobos, está engrosado por gente de la clase
media, jubilados, jóvenes sin trabajo y que se sienten traicionados por la
gestión de la inmigración por la clase política.
Los Pegida
no son otra cosa que gente corriente que
quiere modelos de admisión de la inmigración más exigentes -como los de Suiza,
Canadá o Australia, por cupos-, propugna la tolerancia cero hacia los
inmigrantes islámicos delincuentes y reclama medidas para mantener el modo de
vida occidental. Según encuestas solventes (YouGov y Zenit On Line) más de un 35% de los alemanes contempla
con buenos ojos este movimiento popular que, al menos exteriormente, rechaza
los símbolos de ISIS, del comunismo y del nazismo. La última encuesta
–publicada hace cuarenta y ocho horas- elaborada por la Fundación Bertelsmann
ofrece datos aún más contundentes: el 57% de los consultados ve en la religión
musulmana una amenaza y un 24% vetaría cualquier tipo de inmigración islamista.
Viajar hoy
por Francia y Alemania es comprobar cómo las comunidades musulmanas viven replegadas sobre sí mismas; tienden a crear sus
ámbitos cerrados y a hacerlos impenetrables; son reactivas a asumir cualquier
tipo de concesión hacía la igualdad de la mujer que,
ostensiblemente además, es tratada de manera subordinada; no comprenden el
alcance de la libertad de expresión y prensa en nuestras sociedades -en las que
se ha instalado un lamentable pero no delictivo derecho
a la blasfemia-, absolutizan la religión y sus rituales y, lo que es
peor, han pasado a la ofensiva con dos comportamientos inéditos: por una parte,
envían efectivos (Siria, Iraq) a los grupos terroristas como ISIS y hacen
proselitismo en las calles de las ciudades europeas con las llamadas “patrullas de la Sharía” que en alguna urbes se
han llegado a intitular “policía de la Sharía” ejerciendo sus facultades
intimidatorias ante establecimientos nocturnos.
Resultaría
demasiado elemental, esteticista y cómodo despachar este movimiento ciudadano
-no exento desde luego de adhesiones indeseables- con las descalificaciones habituales. Pero ese es
ya un camino cegado. Los procesos electorales están encumbrando a estos grupos
sociales que se articulan en partidos políticos a los que se adhieren
personalidades de la política convencional e intelectuales de distintas
procedencias.
Los
Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (PEGIDA) no incorporan a
la denominación el toponímico alemán porque
surgen de la malversación del concepto de la ciudadanía en general. Pararlo
primero y reducirlo después requiere cambiar políticas educativas, fortalecer
el sistema de valores cívicos de las sociedades occidentales, poner en valor
los principios democráticos, no permitir que determinadas prácticas de raíz
religiosa malbaraten los logros occidentales (el ejemplo más terminante es el
de la situación postrada de la mujer) e imponer factores de auténtica integración cuyo rechazo
conlleve la exclusión de la comunidad social y política del país receptor.
Los
políticos -y, desde luego, los medios de comunicación- no pueden seguir
empleando la langue de bois, esa lengua de madera, llena de eufemismos,
circunloquios, buenismo y medias verdades. Los que padecen la inmigración que
se resiste a unos mínimos niveles de integración son los estratos sociales más desfavorecidos por la recesión económica,
el desempleo, la infravivienda y el recorte de los servicios públicos básicos.
Son, en
definitiva, los potenciales militantes del movimiento Pegida que tiende a
internacionalizarse desde una Alemania con una
comunidad turca de tres millones y medio -la mitad con nacionalidad
alemana- a la que en febrero pasado, en el mismísimo Berlín, el
presidente Recep Tayyip Erdogan alentó
a que se resistiera a ser demasiado alemana. Los Pegida, definitivamente, puede
eclosionar en la segunda década del siglo XXI.
José Antonio Zarzalejos en El Confidencial